La llegada del período estival nos inclina hacia los naturales momentos de relajación y nos incita a muchos a emprender viajes con ánimo de conocimiento, de distracción y también con un punto de emulo aventurero. Nuestros viajes suelen ser sencillas aventuras turísticas con mayor o menor grado de satisfacción según los resultados de lo que pretendíamos hacer o ver. Y aunque algunos tendemos a evitar aglomeraciones, lugares comunes en horas habituales e incluso buscamos la independencia casi total del viaje, no podemos abandonar nuestro papel de turista ya que, como certeramente apuntaba Paul Bowles en El cielo protector, el tiempo es una diferencia fundamental entre turista y viajero: "Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra".
Ha habido muchos escritores que han viajado por el mundo recogiendo sus impresiones y además nos han dejado muchos de ellos certeras visiones de su época, aderezadas con el humor y la ironía distante, pero casi todos han acabado regresando a su hogar para finalizar sus obras. También han existido grandes viajeros dedicados de forma más ocasional a la literatura que han sabido plasmar con acierto diverso sus aventuras o que han sacado provecho de todo lo que han ido asimilando -pienso en auténticos exploradores y viajeros implicados en los lugares por donde pasaban como nuestro insigne Alí Bey o grandes aventureros de la talla de Richard F. Burton y T. E. Lawrence-.
Entre la estirpe de los escritores viajeros de pura raza destacaría aquí la figura de mi admirado Robert Louis Stevenson, quien pasó los últimos años de su corta existencia buscando un lugar donde ser feliz, y también un rincón donde su maltrecha salud le permitiera un momento de reposo.
Después de recorrer Norteamérica para recuperar a su amada Fanny, decidió embarcarse rumbo a los mares del sur con su familia -madre, mujer e hijastros-. Lo que empezó siendo un viaje de placer por las islas Marquesas, las Pomotú, Hawai o Samoa en busca de esa mejora para la salud de Stevenson, una búsqueda que siempre persiguió su anegada y aventurera señora, acabó siendo el viaje de sus vidas, el destino que le llevaría a su último rincón de tierra al igual que en el relato de Tolstoi.
Como en las palabras que antes citaba de Bowles, Stevenson y Fanny pasaron del inicial viaje turístico a un viaje sin tiempo que les llevó a surcar los archipiélagos más remotos, habitados por tribus caníbales o reyes de otros tiempos. Pero lo cierto es que el viaje fue saludable para el escritor y Fanny fue capaz de soportar los trajines marítimos a cambio de ver a su compañero en buenas condiciones.
Cuando en 1890 llegaron a Samoa, Stevenson supo que habían encontrado su lugar y decidieron construir su hogar definitivo. En Vailima vivió Stevenson con su familia y precisamente uno de sus hijastros, Lloyd Osbourne, retrató ese paisaje y esa época en el evocador escrito titulado Un retrato íntimo de Robert Louis Stevenson. Allí, reconocido y admirado por la gente del lugar que le otorgó el hermoso nombre de Tusitala, pasaría sus últimos cuatro años de vida creando algunas de sus grandes obras el insigne Stevenson. Y allí yacen los eternos viajeros, en lo alto del monte y al pie del horizonte oceánico, cubierto Stevenson por los versos que el mismo creara:
Entre la estirpe de los escritores viajeros de pura raza destacaría aquí la figura de mi admirado Robert Louis Stevenson, quien pasó los últimos años de su corta existencia buscando un lugar donde ser feliz, y también un rincón donde su maltrecha salud le permitiera un momento de reposo.
Después de recorrer Norteamérica para recuperar a su amada Fanny, decidió embarcarse rumbo a los mares del sur con su familia -madre, mujer e hijastros-. Lo que empezó siendo un viaje de placer por las islas Marquesas, las Pomotú, Hawai o Samoa en busca de esa mejora para la salud de Stevenson, una búsqueda que siempre persiguió su anegada y aventurera señora, acabó siendo el viaje de sus vidas, el destino que le llevaría a su último rincón de tierra al igual que en el relato de Tolstoi.
Como en las palabras que antes citaba de Bowles, Stevenson y Fanny pasaron del inicial viaje turístico a un viaje sin tiempo que les llevó a surcar los archipiélagos más remotos, habitados por tribus caníbales o reyes de otros tiempos. Pero lo cierto es que el viaje fue saludable para el escritor y Fanny fue capaz de soportar los trajines marítimos a cambio de ver a su compañero en buenas condiciones.
Cuando en 1890 llegaron a Samoa, Stevenson supo que habían encontrado su lugar y decidieron construir su hogar definitivo. En Vailima vivió Stevenson con su familia y precisamente uno de sus hijastros, Lloyd Osbourne, retrató ese paisaje y esa época en el evocador escrito titulado Un retrato íntimo de Robert Louis Stevenson. Allí, reconocido y admirado por la gente del lugar que le otorgó el hermoso nombre de Tusitala, pasaría sus últimos cuatro años de vida creando algunas de sus grandes obras el insigne Stevenson. Y allí yacen los eternos viajeros, en lo alto del monte y al pie del horizonte oceánico, cubierto Stevenson por los versos que el mismo creara:
Bajo el inmenso y estrellado cielo,
Cavad la tumba y dejadme yacer.
Alegre he vivido y alegre muero,
pero al caer quiero haceros un ruego.
Que pongáis sobre mi tumba este verso:
Aquí yace donde quiso yacer;
de vuelta del mar está el marinero,
de vuelta del monte está el cazador.
¡Bravo, Carlos! Menuda entrada más preciosa. Con tu escritura he sentido la llamada del viaje, esa que siempre intento acallar; he sentido la vida y me han entrado ganas de hacerle un quiebre a lo Rimbaud. Yo quiero ser como Stevenson y encontrarme al final del trasiego con la vida que he vivido y en el lugar escogido para dejar de hacerlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Te agradezco el cumplido Ataúlfa, pero todo el mérito es de Stevenson y gente que como el nos descubrieron otros mundos y además lo hicieron viviéndolos intensamente. Vidas como la suya invitan como mínimo a reflexionar sobre todos estos temas y aunque sólo sea en verano, intentar acercarse a la aventura que nos transmitían. Queda claro que cualquier quiebro que hagas para virar el rumbo de tu barco sera bueno porque tu habrás cogido el timón. Un abrazo.
ResponderEliminarOtro de los autores con una apasionada vida a sus espaldas ¿verdad Carlos?
ResponderEliminarDebe ser grandioso llegar a un lugar y saber, tener la certeza de que ahí es donde quieres vivir, porque sientes que eres parte de ese sitio, más si sabes que a tu lado te acompaña el amor de tu vida. Bravo por los valientes y arriesgado. Genial
Y me ha gustado mucho leer la diferencia entre turista y viajero
Tu amor por los escritores aventureros es inmenso, Carlos, y el simpático Robert Louis Stevenson es el prototipo, aparte de buena persona (me fui al enlace de Tolstoi y me reí con sus malas pulgas reconocidas).
ResponderEliminarEste escritor maravilloso ya lo asocio siempre contigo, desde que leí la primera entrada de este blog, cuando me mandaste a ella por mi curiosidad por el vocablo "tusitala".
Stevenson es el Tusitala de la isla de Samoa y tú el Tusitala de Barcelona.
Me ha parecido un acierto la referencia a Paul Bowles a efectos de distinguir entre turista y viajero. Me ha hecho pensar y he descubierto que en mi vida he sido ambas cosas, ya que he habitado en cinco ciudades (viajera) y he visitado infinidad de sitios por poco tiempo (turista). Estoy de acuerdo en la distinción, porque cuando se vive en un lugar se ve con otros ojos distintos a los del turista, aunque no desprecio, ni mucho menos, el turismo, al que me dedico siempre que las circunstancias lo permiten.
Hablando de turismo, lo mejor es viajar en épocas bajas. Es la garantía de la calidad del viaje. Y perderse no sólo en "lo que hay que ver", sino en los paisajes humanos y en la rutina diaria. Cómo echo de menos no haber salido fuera en mayo (es mi mes preferido para un viaje largo). En fin, me conformaré y miraré fotos de otros viajes.
Un beso, tusitala.
P.D.- Que se me olvidaba: la entrada es amena, preciosa y brinca de un autor a otro como un buen viajero. Al final, se queda al cobijo de quien más ama el autor: Robert Louis Stevenson.
Es curioso que alguien así se preocupara por el epitafio de su tumba. Le faltó añadir: "De vuelta del pupitre está el escritor. De vuelta de la vida está el tusitala."
ResponderEliminarPreciosa entrada.
Un abrazo fuerte.
Bueno Madison se podría decir un poco que nosotros también tomamos esa decisión (pero sin tanta aventura de por medio). No siempre, pero muchas veces tenemos la oportunidad de elegir nuestro lugar y siempre con quien deseamos. Pero desde luego y más en aquella época, Stevenson y su mujer fueron valientes persiguiendo su felicidad. Un abrazo.
ResponderEliminarIsabel, para mí es un honor que mi nombre vaya asociado a Stevenson en tu cabeza pero yo soy consciente de que lo mío es más fácil porque ejerzo de buscador.
ResponderEliminarDesconocía tu vena viajera que no la otra, aunque las maneras de pensar, los sentimientos que destapas y tantas otras cosas te delatan como una mujer tan abierta que no pueden pertenecer más que a una persona viajada y vivida.
Comparto plenamente tu idea de turismo, pero muchas veces al ir en compañía mandan los tiempos. A mi me gustaba septiembre o más allá pero ahora ni eso. De todas maneras no me quejo, pues todavía puedo viajar que en los tiempos que corren empieza a ser un lujo.
La entrada no estaba pensada hasta ayer mismo y me surgió la idea relacionando unas lecturas sobre mujeres viajeras a lo largo del tiempo, las cercanas vacaciones que invitan a ello y mi admirado Stevenson. El cóctel se hizo solo.
Muy agudo como siempre Jose. Te agradezco mucho tus palabras y espero que tomes nota (no del epitafio por supuesto). Un abrazo amigo.
ResponderEliminar!Qué personajes da la Historia!
ResponderEliminarY qué privilegio yacer donde uno quiere yacer. Porque en este caso es casi tanto como decir que uno ha vivido como ha querido vivir, y eso es lo extraoridanario. Viajar y aventurarse durante toda una vida con el único objetivo de echar raices, solamente, en el momento de la muerte, en el lugar escogido.
¡salud Carlos! Estoy de acuerdo con Jose Lorente: preciosa entrada
... como si al final, la casa de uno fuese la tumba, el lugar donde ya no se viaja, donde no se ve, no ya se descubre nada, donde no hay sorpresa.
ResponderEliminarMe gusta como lo dices Hablador. Es una historia hermosa y romántica tal como la cuentan y estoy seguro que con sus altibajos así fue (no olvidemos que eran dos personajes con problemas de salud físicos y también de caracteres fuertes).Gracias por lo que me toca.
ResponderEliminarHablador, por eso mismo citaba el relato de Tolstoi que siempre recomiendo. Al final el único pedazo de tierra que nos queda es donde reposa nuestro cuerpo y después ni eso.
ResponderEliminarDicen que el mejor de los viajes es el aquél en el que no sabes dónde vas, porque no anticipa expectativas.
ResponderEliminarCon tus entradas, Carlos, tampoco sabemos nunca qué nos espera, pero siempre superas las expectativas. ¿Será por eso que nos dejan ese buen sabor de boca? Un abrazo.
Bueno, tu puedes intuir siempre por donde me muevo y con tus acabados ganan bastante.
ResponderEliminarDe momento seguiremos moviendo nuestra carreta con rumbo fijo. Un beso.
Hola, Carlos, haciéndome eco de la opinión general, preciosa entrada. Y desde mi muy asimilado sedentarimo no puedo sino admirar al viajero de verdad, el que de alguna forma lo lleva en la sangre, y así convierte el viajar en una constante búsqueda. Hay que ser muy fuerte para seguir adelante sin rendirse a un desesperado deseo de echar raices aquí mismo...
ResponderEliminarUn abrazo.
El espíritu del viajero es admirado desde fuera, aunque en este caso es más la búsqueda de un lugar en el mundo (como en aquella preciosa película de Aristarain). No te preocupes porque creo que somos la mayoría los que realizamos ese viaje desde una cierta comodidad aunque pensándolo a fondo hay maneras diversas de emprender el viaje de tu vida y no todas son necesariamente con desplazamiento continuo.
ResponderEliminarMe alegra mucho saber que te ha gustado y más teniendo en cuenta que me surgió de forma muy fluida. Un abrazo.
Vaya tema Calos, los viajes, Stevenson, Alí Bey, Burton, Lawrence, y tantos otros y otras. A mí el tema de los viajeros me produce cierta tristeza, o mejor dicho cierto anhelo. Me encanta leer las biografías de esos viajeros intrépidos y admiro a mujeres como Isabelle Eberhardt capaces de decir cosas tan bellas como esta “Quién me devolverá jamás las cabalgadas desenfrenadas a través de los valles y los montes de El Sahel, al viento del otoño, cabalgadas embriagadoras que me hacían perder toda noción de realidad en una maravillosa ilusión”. Una vez estaba leyendo un libro sobre mujeres viajeras, mujeres que lo dejaron todo de un día para otro y se fueron al corazón de África, con la misma ropa, claro está, que usaban en su país. Créeme, por las mañanas tenía que luchar contra mí misma para llegar al trabajo, esa lectura era casi contraproducente para mí. De momento me conformo con leer sus biografías, ver películas como Las fuentes del Nilo, o leer las maravillosas Tusitalas de Stevenson o las tuyas.
ResponderEliminarLo que en un principio tomé como una entrada dedicada a dos entrañables personajes que eligieron un destino, ha acabado convirtiéndose gracias a vosotros en una reflexión sobre viajes, viajeros, formas de vivir y decisiones en la vida. Está claro que muchas y muchos de aquellos aventureros románticos tenían un respaldo económico que les permitía todo eso, pero también es verdad que en aquella época los viajes eran mucho más duros y difíciles.Yo, como haces tu, me conformo leyendo biografías como si fueran auténticas novelas de aventuras. Tu "aventura" sigue en marcha.
ResponderEliminarSomos todos hijos de Baroja, aventurero del alma que creaba personajes para que viviesen lo que él no podía, o no se atrevía.
ResponderEliminarCarlos tú serás un buscador de tusitalas, pero en tu búsqueda te has convertido en un tusitala de tusitalas, o, dicho de otra forma, en un narrador de narradores, sean literarios, musicales o cinematográficos.
ResponderEliminarSanta razón tienes Hablador con Baroja el aventurero ¿o era Zalacaín?
ResponderEliminarBueno no negaré que algo de mi formación pedagógica queda y explicar las cosas que te apasionan lo hace todo más sencillo. De todas maneras agradezco muchísimo vuestra generosidad, pues es lo que más me anima a traer mis historias. Has de saber que fue Isa la que me animó a volcar todo esto que me va saliendo y por ello se lo tengo que reconocer. Un fuerte abrazo amiga Isabel.
ResponderEliminarGenial entrada. Yo también me identifico con la diferencia, yo también me he emocionado con los versos de Stevenson porque lo sintetizan todo perfectamente. Pero yo no soy un viajante cuando viajo. Soy un mero y puto turista.
ResponderEliminarVerás. Época: verano, que es cuando me dan vacaciones. Figúrate. Además tiempo limitado por las pelas y la disponibilidad, como todos. Me gustaría por otro lado que mis itinerarios fueran más exóticos pero si voy a Flandes, voy a Brujas, llámame típico. Me gustó mucho pero claro, parece un Port Aventura. ¿Qué hago? Entro para salir, me meto por calles intransitadas, y aunque al doblar la esquina la plaza está llenísima, voy radiando rincones como puedo, para hacerme una idea.
Otra cosa evito, en la medida de lo posible: parecer un snob. No llevo la moleskine. Tengo una, y apunto sensaciones, pero tranquilo, en el hotel.
Porque esa es otra. No me busques en pensiones con pulgas. Hotelito cómodo, si puede ser de cinco estrellas.
Con tanta sinceridad no me quieren en las reuniones de postín. Lo cual evita que tenga que inventarme una excusa.
Muy buena tu sinceridad, no te preocupes que tienes los males de casi todos los que soñamos en nuestra casa. Nuestras limitaciones nos condicionan (pero no sólo de tiempo o económicas, también emprendedoras y de riesgo).Un abrazo
ResponderEliminarSalud y libertad en tu viaje.
ResponderEliminarPaco
Espero que siempre con escalas en tu puerto. Un abrazo querido amigo.
ResponderEliminarGran entrada, carlos, transmites una emoción muy fuerte y haces de los viajes todo un arte: el de apropiarse de nuevos entornos, o el de buscar el rincón soñado. Me ha emocionado especialmente porque Stevenson es uno de los pilares de mi niñez literaria (espero algún día poder releerlo).
ResponderEliminarSaludos.
Te agradezco mucho tu comentario tan generoso. Stevenson ha llegado aquí porque también es uno de mis pilares, pues gracias a él hemos soñado otros viajes y otros mundos. Un abrazo.
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