Hace unos veinte años aproximadamente, mientras estudiaba en la Facultad de Letras, me acerqué con curioso despertar intelectual a un cineclub de los que allí se organizaban. La película no la conocía, pero el horario me permitía hacer un intermedio entre clases y decidí entrar. Durante poco más de hora y media quede tan impresionado por lo que había visto, que el cine ya no volvió a significar lo mismo para mí.
Supongo que todos hemos ido descubriendo grandes y no tan grandes películas a lo largo de nuestra vida, unas nos han llevado a otras y así se ha formando nuestra cultura cinematográfica. Pero también existe alguna película que las circunstancias han convertido en algo especial. Para mí, aquella película significó el descubrimiento de una pasión latente: el cine como expresión artística. La película, que con el paso de los años me sigue pareciendo brillante en todos los sentidos, era El Crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder.
Este preámbulo pretende presentar a uno de los creadores que más aprecio, un director-guionista que me ha cautivado en casi todas sus obras y cuya experiencia vital me ha parecido siempre muy atractiva.
Escuchando o leyendo sus entrevistas se evidencía que Wilder era un personaje con una gran capacidad irónica y un grado de ingenio realmente extraordinario. En Elogio y refutación del ingenio, Jose Antonio Marina propone una definición: "Ingenio es el proyecto que elabora la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Su método, la devaluación generalizada de la realidad". Que Wilder en sus películas mostró un juego perpetuo es evidente, que sus vitriólicos comentarios sobre la realidad buscaron siempre atacar la norma imperante es una certeza, porque la ironía es un arma de la inteligencia y Wilder fue una persona muy cultivada que supo adaptarse a un país que no era el suyo y a una lengua que no era la suya -handicap inicial, pues el dominio de la lengua es fundamental para ejercer la ironía-.
Dice Marina:"Nuestro siglo, que ha sido, posiblemente, el más sangriento y trágico de la historia, justifica el descrédito de la seriedad, porque en el origen de las grandes tragedias que nos han conmovido aparece siempre alguien que se tomó algo demasiado en serio, fuese la raza, la nación, el partido o el sistema". Bien lo sabía Wilder, que lo vivió en sus propias carnes con el advenimiento del nazismo. Billy Wilder, que era judío, supo anticiparse a la situación que se avecinaba y huyó a París y más tarde a EE.UU., país donde desarrollaría su carrera. Una vez acabada la guerra, volvió a Alemania y comprobó que buena parte de su familia había muerto en el campo de concentración de Auschwitz; necesitó reírse de sí mismo y de aquella sociedad que auspició la llegada al poder del nazismo, para hacer catarsis de estos acontecimientos. Berlin Occidente, Traidor en el infierno y en especial Uno,dos,tres satirizaban una época y una cultura. El mismo Wilder contaba una anécdota al respecto de la clase de gente que, con su obediencia ciega, ayudó al desarrollo del nazismo. Cuando tras la guerra, acompañando al ejército americano, sucedió que en uno de sus habituales paseos en coche por Berlin estuvieron a punto de atropellar a un peatón que se encaró insultándoles en alemán. Wilder bajó del coche y le reprendió enfurecido, ordenándole que se quedara allí esperando mientras informaba a la policía militar. Se alejaron de allí y olvidaron el suceso, pero al cabo de unas horas volvieron a pasar por la misma calle y comprobaron que el hombre seguía en pie, esperando a las autoridades. Wilder siempre supo contar las anécdotas más divertidas a partir de experiencias trágicas muchas veces y es que, como dice Marina, "Parece que una inexplicable resistencia impide tratar lo trágico trágicamente y busca la solución en estilos ingeniosos, como por ejemplo, la ironía, a la que nuestro siglo ha considerado como el más alquitarado refinamiento intelectual".
Wilder utilizó la sátira, la burla y la agudeza verbal en sus guiones. Derrochó su ingenio agudo y mordaz para ridiculizar las hipocresías que rigen esta sociedad. En algunas ocasiones llegó al sarcasmo para burlarse de estamentos o personas, pero siempre conservó esa pátina romántica que hace tan cercanos y tiernos a sus personajes.
Las críticas que lanza como dardos envenenados a la prensa en El gran Carnaval o Primera Plana o al arribismo con En Bandeja de plata o El apartamento son de altísimo nivel. El cine de Wilder requiere atención continua por la cantidad de diálogos ingeniosos que descarga, pero siempre breves para que puedan ser asimilados. Algunas de sus referencias requieren un buen poso cultural, pero en general se puede hablar de un humor cercano y universal, esa es su mayor grandeza.
Recomiendo la lectura de cualquiera de sus libros de entrevistas, porque además de ser un repaso al siglo XX gracias a su prodigiosa memoria, es un dechado de jugosas y divertidas anécdotas. Termino con Marina, que como si hablara del mismo Wilder nos dice :"La fortaleza de la cultura de la risa, lo que la hace invencible, es que no admite excepciones: todas las cosas son ridiculizables. La ironía y el cinismo -su asiduo acompañante- son invencibles, porque ninguna prueba, réplica o crítica son eficaces contra un pensamiento que puede desdecirse, retroceder, negarse a sí mismo, o convertirse en su sombra o convertir en sombra, en último término, al contrincante".
Supongo que todos hemos ido descubriendo grandes y no tan grandes películas a lo largo de nuestra vida, unas nos han llevado a otras y así se ha formando nuestra cultura cinematográfica. Pero también existe alguna película que las circunstancias han convertido en algo especial. Para mí, aquella película significó el descubrimiento de una pasión latente: el cine como expresión artística. La película, que con el paso de los años me sigue pareciendo brillante en todos los sentidos, era El Crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder.
Este preámbulo pretende presentar a uno de los creadores que más aprecio, un director-guionista que me ha cautivado en casi todas sus obras y cuya experiencia vital me ha parecido siempre muy atractiva.
Escuchando o leyendo sus entrevistas se evidencía que Wilder era un personaje con una gran capacidad irónica y un grado de ingenio realmente extraordinario. En Elogio y refutación del ingenio, Jose Antonio Marina propone una definición: "Ingenio es el proyecto que elabora la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Su método, la devaluación generalizada de la realidad". Que Wilder en sus películas mostró un juego perpetuo es evidente, que sus vitriólicos comentarios sobre la realidad buscaron siempre atacar la norma imperante es una certeza, porque la ironía es un arma de la inteligencia y Wilder fue una persona muy cultivada que supo adaptarse a un país que no era el suyo y a una lengua que no era la suya -handicap inicial, pues el dominio de la lengua es fundamental para ejercer la ironía-.
Dice Marina:"Nuestro siglo, que ha sido, posiblemente, el más sangriento y trágico de la historia, justifica el descrédito de la seriedad, porque en el origen de las grandes tragedias que nos han conmovido aparece siempre alguien que se tomó algo demasiado en serio, fuese la raza, la nación, el partido o el sistema". Bien lo sabía Wilder, que lo vivió en sus propias carnes con el advenimiento del nazismo. Billy Wilder, que era judío, supo anticiparse a la situación que se avecinaba y huyó a París y más tarde a EE.UU., país donde desarrollaría su carrera. Una vez acabada la guerra, volvió a Alemania y comprobó que buena parte de su familia había muerto en el campo de concentración de Auschwitz; necesitó reírse de sí mismo y de aquella sociedad que auspició la llegada al poder del nazismo, para hacer catarsis de estos acontecimientos. Berlin Occidente, Traidor en el infierno y en especial Uno,dos,tres satirizaban una época y una cultura. El mismo Wilder contaba una anécdota al respecto de la clase de gente que, con su obediencia ciega, ayudó al desarrollo del nazismo. Cuando tras la guerra, acompañando al ejército americano, sucedió que en uno de sus habituales paseos en coche por Berlin estuvieron a punto de atropellar a un peatón que se encaró insultándoles en alemán. Wilder bajó del coche y le reprendió enfurecido, ordenándole que se quedara allí esperando mientras informaba a la policía militar. Se alejaron de allí y olvidaron el suceso, pero al cabo de unas horas volvieron a pasar por la misma calle y comprobaron que el hombre seguía en pie, esperando a las autoridades. Wilder siempre supo contar las anécdotas más divertidas a partir de experiencias trágicas muchas veces y es que, como dice Marina, "Parece que una inexplicable resistencia impide tratar lo trágico trágicamente y busca la solución en estilos ingeniosos, como por ejemplo, la ironía, a la que nuestro siglo ha considerado como el más alquitarado refinamiento intelectual".
Wilder utilizó la sátira, la burla y la agudeza verbal en sus guiones. Derrochó su ingenio agudo y mordaz para ridiculizar las hipocresías que rigen esta sociedad. En algunas ocasiones llegó al sarcasmo para burlarse de estamentos o personas, pero siempre conservó esa pátina romántica que hace tan cercanos y tiernos a sus personajes.
Las críticas que lanza como dardos envenenados a la prensa en El gran Carnaval o Primera Plana o al arribismo con En Bandeja de plata o El apartamento son de altísimo nivel. El cine de Wilder requiere atención continua por la cantidad de diálogos ingeniosos que descarga, pero siempre breves para que puedan ser asimilados. Algunas de sus referencias requieren un buen poso cultural, pero en general se puede hablar de un humor cercano y universal, esa es su mayor grandeza.
Recomiendo la lectura de cualquiera de sus libros de entrevistas, porque además de ser un repaso al siglo XX gracias a su prodigiosa memoria, es un dechado de jugosas y divertidas anécdotas. Termino con Marina, que como si hablara del mismo Wilder nos dice :"La fortaleza de la cultura de la risa, lo que la hace invencible, es que no admite excepciones: todas las cosas son ridiculizables. La ironía y el cinismo -su asiduo acompañante- son invencibles, porque ninguna prueba, réplica o crítica son eficaces contra un pensamiento que puede desdecirse, retroceder, negarse a sí mismo, o convertirse en su sombra o convertir en sombra, en último término, al contrincante".
Excelente tu nota Carlos. Saludos.Belinda.
ResponderEliminarMuchas gracias.Me alegro que te haya gustado
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