Es tarea
complicada pretender desentrañar los misterios ocultos de una obra tan singular
como Pequeño, Grande del escritor
norteamericano John Crowley. Se ha dicho que es un gran cuento que reflexiona
sobre los mismos y sobre la manera de contarlos, pero esta aseveración no acaba
de atrapar todo lo que encierra esta novela.
Pequeño, Grande es una
obra que bordea la fantasía continuamente de una forma casi imperceptible,
utilizando un método que consiste en explicarnos la historia de una singular familia
a lo largo de los años, trufando la realidad con elementos verosímiles pero a
la vez extravagantes. La extrañeza que llega a producir esta inclusión a lo
largo de la obra, hace que el lector admita sin sorpresa la llegada, en un
momento dado, del fantástico puro. El abrazo entre mundo real y fantástico no
es traumático y por ello el lector asume el mundo propuesto por Crowley como un
continuo donde no se perciben las distancias entre realidad y fantasía. Además,
el autor maneja el ritmo de la novela magistralmente y allí donde no parece
suceder nunca nada, la fantasía va creciendo pausada y regularmente.
La magia de
esta obra reside en el misterio, pues Crowley nunca resalta ningún elemento
fantástico sino que lo sugiere y es el lector el que debe aceptarlo o no. Él
mismo explicaba en una entrevista al respecto que “si personificas un misterio
poniéndole nombre en una historia, llámalo fantasma o una pieza de magia
procedente del pasado, lo que has hecho es sugerir ese sentimiento. Intentas
mostrar al mundo un sentimiento real de que hay algo que no conocemos, que la
vida contiene montones de misterios que nunca llegaremos a conocer”.
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Ilustración de Peter Milton |
Pequeño, Grande es un
cuento de hadas moderno que recoge toda la tradición de este tipo de historias
y lo sitúa en un impreciso lugar denominado Bosquedelinde, cercano a Nueva
York. Allí conviven personajes con nombres enraizados en la naturaleza como
John Bebeagua, Violet Zarzales, Oliver Halcopéndola, Amy Praderas, Chris
Bosques o Sophie Llanos, alrededor de una casa que contiene “cuatro pisos,
siete chimeneas, trescientos sesenta y cinco peldaños, cincuenta y dos puertas”
y que parece ser la entrada o puerta al mundo fantástico que debemos asumir, una
puerta que se abre para los personajes en el solsticio de verano.
Pero también
es una apuesta y defensa de los cuentos de hadas, como se percibe en ese último
capítulo que homenajea a Alicia, una obra muy querida por el autor. A la vez es
un canto al amor entre Oberon y Titania (encarnados por Auberon y Sylvie), los
reyes del país de las hadas según la mitología eslava y celta que Shakespeare
se encargó de mostrarnos en su obra más singular y fantástica. Junto a ellos
hay cabida para personajes como Federico Barbarroja, el barquero Caronte o una
mención explícita al Arte de la memoria
de Giordano Bruno.
Crowley
contaba en una entrevista que Pequeño, Grande
“fue el regreso de impulsos que había suprimido por infantiles e inadecuados, y
le di salida sin censura a algunas cosas que tal vez no debí. Esa es una parte,
otra es que había vivido en la ciudad desde que terminé la carrera y el libro
está impregnado de mis recuerdos de la naturaleza y el campo en los que viví
durante la infancia. El bosque, las estrellas, los animales y el clima que
añoraba recuperar. La tercera parte proviene del reto artístico que consistía
en hacer que mis lectores se tomaran en serio las hadas, estos seres que
normalmente dejamos atrás en la infancia”. Así que el autor se permite todo
tipo de saltos temporales y digresiones para no habituarnos a una lectura
lineal, adoptando la voz de un narrador que cuenta la historia de distintas
maneras y diferentes puntos de vista para hacernos creíbles hasta las cosas más
inverosímiles. Y es que Crowley nos recuerda constantemente que todo es un
cuento y que sólo es necesario creer para acceder a ese lugar que no existe, a “Faëry,
el país de las hadas, donde los héroes gigantes cabalgan a través de paisajes
infinitos y surcan mar tras mar y lo posible no conoce límites”.
Pero que nadie
se lleve a engaño, la lectura de Pequeño,Grande
es densa, complicada y muy exigente. Reclama una atención permanente para
no perder detalle y eso hace que muchos abandonen su lectura o no se sientan
plenamente identificados con sus alegorías, pues como escribía Ursula K. Leguin
esta obra es “un libro indescriptible: un espléndido delirio, o una deliciosa
cordura, o ambas cosas”. En todo caso contiene un halo poético innegable y me
he visto subrayando párrafos o frases memorables, algunos de los cuales me
permito traer como colofón admirativo:
“La glicina
trepaba sobre guías por las columnas ahusadas del porche, y sus hojas de un
verde cristalino encortinaban ya, pese a que el verano era aún joven, los
paisajes que él les ofrecía con un gesto de la mano, el amplio parque de césped
y las plántulas jóvenes, la perspectiva de un pabellón, la lámina de agua a la
distancia bajo el arco de un puente de una perfección clásica”.
“El grifo de
la gárgola reaccionó con una tos de tísico, y allá en las entrañas de la
casa las cañerías conferenciaron antes
de resolverse a concederle un poco de agua caliente”.
“El viento, de
repente, pronunció una sola palabra en la garganta de la chimenea”.
“Parecía uno
de esos bosques que crecen y se enmarañan para esconder a una bella durmiente
hasta que se hayan cumplido sus cien años”.
“Había
supuesto que iba ser algo así como esos trajes holgados que se le compran a un
niño para que los vaya llenando al crecer. Se había imaginado que en los
primeros tiempos le produciría una cierta incomodidad, un malestar que, sin
embargo, se iría atenuando poco a poco, a medida que él mismo, su persona,
fuese llenando huecos, amoldándose a la forma de su personalidad; hasta que se
arrugaría al fin y para siempre en sus repliegues, se suavizaría con el uso en
las zonas de fricción”.
“Desde su
ventana podía ver el camposanto de la iglesia, donde hombres de apellido holandés
se removían confortablemente en sus viejos lechos”.