Italo Calvino confesó en un escrito de 1960 que
acompañaba a la edición de Nuestros
antepasados que, tras haber comenzado su carrera literaria escribiendo
relatos neorrealistas y hastiado de todo, se puso en 1951 a imaginar una
historia como mero pasatiempo privado. Empezó a escribir El vizconde demediado y, aunque no era su ánimo realizar un cambio
radical en su escritura y defender otra poética, es probable que la sensación
de libertad que le producía adentrarse en el terreno fantástico influyera
definitivamente en sus posteriores creaciones.
Asimismo debemos recordar que Calvino se dedicó con gran
empeño a investigar los cuentos y fábulas tradicionales italianas y más
adelante su afición al fantástico le llevaría a antologar y prologar una
excelente y modélica selección de relatos titulada Cuentos fantásticos del XIX. Así es que Calvino, de manera casi
fortuita, empezó a dibujar el espacio donde mejor podía expresar sus
preocupaciones sobre la existencia humana.
También como Borges, al que admiraba profundamente,
Calvino escribió mucho sobre otros autores y supo apreciar con gran sentido
crítico a los clásicos. En Borges reconocía una adhesión a su “idea de la
literatura como mundo construido y gobernado por el intelecto” y se sentía
vinculado a él por su mutua pasión hacia aquellos autores que se habían movido
por el género fantástico de forma continua u ocasional. Ya en su prólogo a Cuentos fantásticos del XIX, Calvino
expresaba su particular visión afín al género: “El cuento fantástico es uno de
los productos más característicos de la narrativa del siglo XIX y, para
nosotros, uno de los más significativos, pues es el que más nos dice sobre la
interioridad del individuo y de la simbología colectiva. Para nuestra
sensibilidad de hoy, el elemento sobrenatural en el centro de estas historias
aparece siempre cargado de sentido, como la rebelión de lo inconsciente, de lo
reprimido, de lo olvidado, de lo alejado de nuestra atención racional. En esto
se ve la modernidad de lo fantástico, la razón de su triunfal retorno en
nuestra época. Notamos que lo fantástico dice cosas que nos tocan de cerca,
aunque estemos menos dispuestos que los lectores del siglo pasado a dejarnos
sorprender por apariciones y fantasmagorías, o nos inclinemos a gustarlas de
otro modo, como elementos del colorido de la época”.
Y es así como se fue concibiendo la trilogía de Nuestros antepasados formada por El vizconde demediado, El barón rampante
o El caballero inexistente, un gran
fresco alegórico que utilizaba la fantasía como medio para describir la
relación del ser humano con su entorno. Estas obras representaban en palabras
de Calvino, la aspiración a una plenitud por encima de las mutilaciones
impuestas por la sociedad, la vía hacia una plenitud no individualista
alcanzable mediante la fidelidad a una autodeterminación individual y la
conquista del ser respectivamente, es decir tres maneras de acercamiento a la
libertad. No es necesario, por tanto, que busquemos nuevas interpretaciones
cuando el autor fue tan claro en su exposición, pero hay que convenir que obras
tan imaginativas siempre dan pie a hablar como mínimo de sus detalles.
En El vizconde
demediado, Medardo de Terralba es partido limpiamente en dos por una bala
de cañón en la guerra contra los turcos. La mitad del hombre que regresa se
muestra cruel con los suyos y decide seccionarlo todo porque entiende que la
pureza está en la fracción de las cosas. Más adelante aparece la otra mitad que
es un reverso, pues busca el bien casi como un santo. Es fácil asociar esta
obra con la dualidad del clásico de Stevenson (al que le hace un guiño evidente
por otro lado), pero Calvino se adelanta para informarnos que en realidad
quiere hablarnos del hombre contemporáneo, “mutilado, incompleto, enemigo de sí
mismo”. De hecho, la división también se hace explícita en las dos comunidades
que nos muestra el autor, la de los leprosos que ejercen el desenfreno y la
lujuria y la de los hugonotes mucho más rígida. Y el humor envuelve todo el
relato para asemejarlo a las antiguas fábulas.
La segunda de las obras de esta trilogía es El barón rampante, sin duda una de sus
obras maestras y la preferida por Calvino entre todas las suyas. Aunque no se
trata de una novela fantástica, su idea es tan irracional y poco convencional
que parece situarse en un mundo irreal. Cuenta la historia de Cósimo Piovasco
di Rondó, quien a temprana edad decide rebelarse y ascender a los árboles para
no bajar nunca jamás. Pero su huida no significa escapar de la realidad, sino
vivirla de un modo diferente, desde una individualidad comprometida con sus
congéneres pero ajena a normas e imperativos sociales y de clase. La agudísima
reflexión del autor sobre el hombre fiel a sus principios, inmerso en una
sociedad que rechaza a los inconformistas, la convierte en una novela
excepcional. El barón rampante sigue
las andanzas de Cósimo, narradas por su hermano y nos muestra que la vida en
los árboles no está exenta de aventuras; además, se preocupa por describirnos
con todo detalle la vida en las alturas con ánimo de dar verosimilitud a un
hecho extraordinario. Aunque su concepción es más realista y sus claras
referencias a un período histórico concreto la hacen una obra más crítica, su
tono de fábula la convierte en intemporal. Y sus últimas líneas contienen uno
de los más hermosos y poéticos finales que recuerdo.
Para El caballero
inexistente, Calvino ideó la historia del caballero Agilulfo que lucha en
las guerras como paladín de Carlomagno. Agilulfo, cubierto de una impecable
armadura, no es corpóreo y de hecho sólo existe lógicamente, es decir, como
ente defensor de la norma, el rigor y la ley y en su carencia de capacidad para
emocionarse y empatizar. Junto a él, Gurdulú, el bobo y loco escudero que el
rey le ha asignado, es presentado como un ser complementario que parece tener
solamente presencia física y al que su absurdo comportamiento lo desubica
constantemente del mundo. En estos dos personajes, que representan la razón y
la presencia física pero también en Rambaldo, Bradamante o Torrismundo, busca
Calvino esa plenitud del ser, pues cada uno de ellos necesita completar su
existencia a través de sus acciones. Quizás no tiene la magia natural que
respira El barón rampante, al evocar
de forma demasiado explícita su carácter alegórico, pero indudablemente
demuestra que Calvino sabe utilizar con gran precisión las claves fantásticas
para mostrarnos su percepción del mundo.
Al explorar el camino de la fantasía, conseguía Italo
Calvino mostrarse como una de las voces más interesantes de la segunda mitad
del siglo XX.