martes, 25 de octubre de 2011

Un cajón de cuentos (XVIII): La puerta abierta de Margaret Oliphant

En la literatura anglosajona del siglo XIX se produjo un auténtico boom de escritoras atraídas por el género fantástico, desde las más emblemáticas Mary Shelley, Ann Radcliffe o Emile Brontë hasta las más o menos reconocibles por los amantes del género, Edith Nesbit, Edith Wharton, Vernon Lee, Willa Carther, Charlotte Riddell, Helena Petrovna Blavatsky y un largo etcétera de autoras que se perdieron en el camino, pero que abrieron una vía para el posterior reconocimiento de otras grandes del siglo XX que bordearon el fantástico con absoluta maestría como Isak Dinesen, Shirley Jackson, Dafne du Maurier o Angela Carter.
Es posible constatar que tanto la novela gótica como el posterior cuento de fantasmas victoriano estuvieron dominados por escritoras, como también se puede afirmar que el público que más se deleitaba con los misterios y terrores de la época era el femenino, quizás por tener tiempo y capacidad lectora muy superior al de los hombres. Se han apuntado numerosas hipótesis para esclarecer este fenómeno singular y sobre el primer supuesto, el porqué de tantas escritoras adscritas al género, Michael Cox y R. A. Gilbert se aventuran a exponer que “tal vez las mujeres, al vivir en los márgenes de la sociedad durante el siglo XIX, se vieran impelidas de un modo especial a escribir sobre los márgenes de lo visible, pues las historias de fantasmas abordan el tema del poder y, por lo tanto, bien podría esperarse que atrajeran a quienes sienten la falta de autonomía en su propia existencia. Desde un punto de vista más técnico, Julia Briggs ha sugerido que el gusto por lo legendario y la sensibilidad a los estados de ánimo y a las atmósferas dotan (a las mujeres) para esta forma concreta”. Lo cierto es que en una sociedad de estricta moral y rígidas costumbres, la mujer se veía encorsetada y una de sus grandes vías de evasión era la lectura –recordemos la gran tradición pictórica al respecto-, por lo que las revistas y semanarios dedicadas a su potencial sensibilidad fueron en aumento y con ellas la mayor demanda de autoras femeninas que empezaron a proliferar para ofrecernos auténticas joyas del género breve que se adecuaba mejor al formato. Así “la literatura fantástica y de terror consiguió rápidamente un puesto destacado entre los gustos literarios de las mujeres –junto a los melodramas románticos y las novelas históricas-, porque las trasladaba a lugares exóticos y misteriosos, les hacía vivir aventuras increíbles sin correr riesgo y, además, alimentaba su fascinación por lo sobrenatural y lo macabro, oponiendo lo imposible a la razón” en palabras de Antonio José Navarro.
Y es que al adentrarnos propiamente en el cuento de fantasmas victoriano nos encontramos con algunas autoras de calidad excepcional. De entre todas ellas descolla de forma breve pero contundente Margaret Oliphant, la autora de uno de los relatos más memorables del género, La puerta abierta, auténtica pieza maestra admirada por el mismo M. R. James. Esta prolífica escritora es casi exclusivamente recordada por esta historia, a pesar de haber escrito más de cien obras a lo largo de su vida. Sobre los tintes trágicos de su vida siempre se ha resaltado la penuria sufrida por haber perdido a su marido y sus siete hijos, detalle que me parece muy destacable para entender la concepción dramática de esta historia.
La puerta abierta es un relato de fantasmas muy intenso que consigue una tensión inusual en este tipo de obras. Conjuga a la perfección los elementos clásicos sobre historias de aparecidos a través de esa mansión en ruinas envuelta por la noche cerrada y brumosa, con el dramatismo de un padre luchando por encontrar la solución para ayudar a dos niños que sufren en común a través de un invisible hilo que los comunica. Una naturaleza capaz de transmitir sensaciones y ecos del pasado, una simbólica puerta que aguanta los derruidos muros de la casa abandonada y una lastimera voz que reclama son suficientes para conseguir estremecer al lector. Es probable que la autora realizase en este relato un ejercicio de regresión para comunicarnos mediante la literatura la tristeza de su pasado, cosa que logra de forma inolvidable.
Margaret Oliphant supo exponer en su cuento la turbadora sensación que pueden desprender las buenas historias espectrales como cuando hace explicar al narrador que “hay momentos y sonidos en la naturaleza perfectamente comprensibles, como el crujido de las pequeñas ramas en la escarcha, o la gravilla del sendero, que a veces producen un efecto tan fantástico que uno se pregunta intrigado quién lo ha producido; pero esto sucede cuando no hay un verdadero misterio. Les aseguro que estos efectos son incomparablemente más turbadores cuando se sospecha que hay algo”.

lunes, 3 de octubre de 2011

Retorno a las tinieblas

 La Europa del desarrollo y el progreso de finales del siglo XIX sostuvo su fuerza económica gracias al avance del modelo colonialista, claro que este sistema de imperialismo colonial supuso para el extenso territorio africano un retroceso incuestionable que todavía se perpetúa, al sustituir el sistema esclavista por una civilizada explotación de recursos humanos y materiales. Pero si hemos de contabilizar el drama soportado por los habitantes indígenas de dicho continente, ninguno parece comparable al trágico destino padecido por la maltrecha población del Congo Belga, ya que, bajo el mandato del supuesto filántropo y benefactor Leopoldo II de Bélgica, se perpetró uno de los genocidios más execrables y desconocidos de la humanidad. 
Ahora, gracias a la encomiable labor de Ediciones del Viento, se han recuperado por primera vez en español cuatro documentos básicos que atestiguan esta sobrecogedora historia. Recogidos bajo el título de La tragedia del Congo, encontramos la carta dirigida al rey belga redactada por el pastor norteamericano de raza negra George Washington Williams, uno de los primeros en denunciar el drama que se estaba gestando en esa colonia de propiedad particular. También descubrimos el documento completo que elaboró el cónsul británico Roger Casement en 1903 durante su viaje por la zona, un testimonio estremecedor que al mantener un tono oficial y descriptivo refuerza su dureza. Este informe se convirtió en un verdadero acicate contra la política  de explotación  infrahumana que había tejido el soberbio rey belga y consiguió despertar al resto de naciones  que se mantenían inoperantes. El tercer escrito, narrado por Arthur Conan Doyle en 1909, se nutre de los anteriores y de algunos relatos verdaderamente escabrosos para convertirse en la narración histórica de todo lo acontecido en el Congo y en una denuncia firme y contundente de la situación. Por último, tenemos el panfleto de Mark Twain titulado El soliloquio del rey Leopoldo, un escrito donde el genial autor muestra con toda su carga irónica la arrogancia y egolatría del monarca.
La historia de explotación indiscriminada y brutal exterminio de la población congoleña ha sido silenciada  largamente. Los numerosos testimonios  de misioneros, la encomiable labor de la Asociación para la Reforma del Congo que encabezó Casement y los numerosos documentos gráficos consiguieron que las naciones que habían otorgado un poder casi ilimitado al rey belga y su maraña de empresas tomaran cartas en el asunto, aunque el mal ya estaba hecho y la repercusión futura era innegable. El sistema organizativo perpetrado a conciencia por Leopoldo II para explotar un territorio tan amplio con la intención de recoger caucho y otras materias estaba basado en la más indiscriminada violencia: población obligada a trabajar para el Estado en penosas condiciones, destrucción de poblados enteros, miles de amputaciones, asesinatos y raptos, consentimiento del canibalismo entre las tropas de salvajes asesinos indígenas. Quedaba claro que la civilización había traído su porción de barbarie.
Pero además, todo este mundo fue el origen de una de las narraciones maestras del siglo XX: El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. El autor vivió su propio descenso a las tinieblas del alma humana cuando en 1890 se embarcó como marino a sueldo de la Sociedad para el Comercio del Alto Congo. Las experiencias de Conrad en aquel país durante unos meses se convertirían en el material que daría origen a su celebérrima obra, ya que muchos de sus episodios son una traslación directa de sus vivencias en el Congo y el capitán Marlow un alter ego del escritor. Lo más curioso es que durante su estancia, Conrad conoció y trabajó con Roger Casement que por entonces estaba a sueldo de la Compagnie du Chemin de Fer du Congo y que se convertiría en la única experiencia positiva que el autor extrajo de su aventura africana.
De su breve paso por el Congo dejó constancia literaria en dos obras. Un breve cuento titulado Una avanzadilla del progreso, donde se relata el proceso de desquiciamiento mental  al que llegan dos agentes comerciales enviados a un remoto rincón del Congo; un tema que enlaza directo con aquellas palabras que el doctor encargado de la revisión médica de Marlow le dirige a éste, para recordarle que lo más importante de su tarea es estudiar los cambios que se producen en el interior de las personas enviadas a aquellas latitudes. Pero sin lugar a dudas, el texto fundamental que recoge esta experiencia es El corazón de las tinieblas, que pudiera pasar por un alegato anticolonialista, pero que se erige fundamentalmente en una exploración de la vulnerabilidad del alma humana. El horror que Conrad entrevió se transmuta en la novela que “trasciende la circunstancia histórica y social para convertirse en una exploración de las raíces de lo humano, esas catacumbas del ser donde anida una vocación de irracionalidad destructiva que el progreso y la civilización consiguen atenuar pero nunca erradican del todo. Pocas historias han logrado expresar de manera tan sintética y subyugante como ésta, el mal entendido en sus connotaciones metafísicas individuales y en sus proyecciones sociales” en palabras de Vargas Llosa, quien precisamente dedica su última obra, El sueño del celta, a glosar la figura de Roger Casement.
El supuesto proceso civilizador europeo en África se convierte en una historia de barbarie y mentira en esta obra. La búsqueda de Kurtz es un viaje directo al horror y una introspección del alma a través de las vivencias y sensaciones que transmite el capitán Marlow. Una obra narrada en formato de aventuras que por su hondura se escapa de las interpretaciones herméticas.