viernes, 30 de octubre de 2009

Cine e ingenio

Hace unos veinte años aproximadamente, mientras estudiaba en la Facultad de Letras, me acerqué con curioso despertar intelectual a un cineclub de los que allí se organizaban. La película no la conocía, pero el horario me permitía hacer un intermedio entre clases y decidí entrar. Durante poco más de hora y media quede tan impresionado por lo que había visto, que el cine ya no volvió a significar lo mismo para mí.
Supongo que todos hemos ido descubriendo grandes y no tan grandes películas a lo largo de nuestra vida, unas nos han llevado a otras y así se ha formando nuestra cultura cinematográfica. Pero también existe alguna película que las circunstancias han convertido en algo especial. Para mí, aquella película significó el descubrimiento de una pasión latente: el cine como expresión artística. La película, que con el paso de los años me sigue pareciendo brillante en todos los sentidos, era El Crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder.
Este preámbulo pretende presentar a uno de los creadores que más aprecio, un director-guionista que me ha cautivado en casi todas sus obras y cuya experiencia vital me ha parecido siempre muy atractiva.
Escuchando o leyendo sus entrevistas se evidencía que Wilder era un personaje con una gran capacidad irónica y un grado de ingenio realmente extraordinario. En Elogio y refutación del ingenio, Jose Antonio Marina propone una definición: "Ingenio es el proyecto que elabora la inteligencia para vivir jugando. Su meta es conseguir una libertad desligada, a salvo de la veneración y la norma. Su método, la devaluación generalizada de la realidad". Que Wilder en sus películas mostró un juego perpetuo es evidente, que sus vitriólicos comentarios sobre la realidad buscaron siempre atacar la norma imperante es una certeza, porque la ironía es un arma de la inteligencia y Wilder fue una persona muy cultivada que supo adaptarse a un país que no era el suyo y a una lengua que no era la suya -handicap inicial, pues el dominio de la lengua es fundamental para ejercer la ironía-.
Dice Marina:"Nuestro siglo, que ha sido, posiblemente, el más sangriento y trágico de la historia, justifica el descrédito de la seriedad, porque en el origen de las grandes tragedias que nos han conmovido aparece siempre alguien que se tomó algo demasiado en serio, fuese la raza, la nación, el partido o el sistema". Bien lo sabía Wilder, que lo vivió en sus propias carnes con el advenimiento del nazismo. Billy Wilder, que era judío, supo anticiparse a la situación que se avecinaba y huyó a París y más tarde a EE.UU., país donde desarrollaría su carrera. Una vez acabada la guerra, volvió a Alemania y comprobó que buena parte de su familia había muerto en el campo de concentración de Auschwitz; necesitó reírse de sí mismo y de aquella sociedad que auspició la llegada al poder del nazismo, para hacer catarsis de estos acontecimientos. Berlin Occidente, Traidor en el infierno y en especial Uno,dos,tres satirizaban una época y una cultura. El mismo Wilder contaba una anécdota al respecto de la clase de gente que, con su obediencia ciega, ayudó al desarrollo del nazismo. Cuando tras la guerra, acompañando al ejército americano, sucedió que en uno de sus habituales paseos en coche por Berlin estuvieron a punto de atropellar a un peatón que se encaró insultándoles en alemán. Wilder bajó del coche y le reprendió enfurecido, ordenándole que se quedara allí esperando mientras informaba a la policía militar. Se alejaron de allí y olvidaron el suceso, pero al cabo de unas horas volvieron a pasar por la misma calle y comprobaron que el hombre seguía en pie, esperando a las autoridades. Wilder siempre supo contar las anécdotas más divertidas a partir de experiencias trágicas muchas veces y es que, como dice Marina, "Parece que una inexplicable resistencia impide tratar lo trágico trágicamente y busca la solución en estilos ingeniosos, como por ejemplo, la ironía, a la que nuestro siglo ha considerado como el más alquitarado refinamiento intelectual".
Wilder utilizó la sátira, la burla y la agudeza verbal en sus guiones. Derrochó su ingenio agudo y mordaz para ridiculizar las hipocresías que rigen esta sociedad. En algunas ocasiones llegó al sarcasmo para burlarse de estamentos o personas, pero siempre conservó esa pátina romántica que hace tan cercanos y tiernos a sus personajes.
Las críticas que lanza como dardos envenenados a la prensa en El gran Carnaval o Primera Plana o al arribismo con En Bandeja de plata o El apartamento son de altísimo nivel. El cine de Wilder requiere atención continua por la cantidad de diálogos ingeniosos que descarga, pero siempre breves para que puedan ser asimilados. Algunas de sus referencias requieren un buen poso cultural, pero en general se puede hablar de un humor cercano y universal, esa es su mayor grandeza.
Recomiendo la lectura de cualquiera de sus libros de entrevistas, porque además de ser un repaso al siglo XX gracias a su prodigiosa memoria, es un dechado de jugosas y divertidas anécdotas. Termino con Marina, que como si hablara del mismo Wilder nos dice :"La fortaleza de la cultura de la risa, lo que la hace invencible, es que no admite excepciones: todas las cosas son ridiculizables. La ironía y el cinismo -su asiduo acompañante- son invencibles, porque ninguna prueba, réplica o crítica son eficaces contra un pensamiento que puede desdecirse, retroceder, negarse a sí mismo, o convertirse en su sombra o convertir en sombra, en último término, al contrincante".

martes, 20 de octubre de 2009

Ilustrando sueños

Ana María Matute -la mejor creadora del fantástico maravilloso en España- comentaba en una entrevista que cuando empezaba a escribir sus primeros cuentos de niña, intentaba ilustrarlos con dibujos que se parecieran a los de Arthur Rackham, pues era el dibujante que alumbraba sus sueños.
En la historia de los libros ilustrados, fundamentalmente en la literatura infantil, Arthur Rackham supuso el cénit de un período que es reconocido como época dorada de la ilustración. Este autor inglés, nacido en 1867 y que estudió en la Escuela de Arte de Lambeth, comenzó a trabajar con regularidad en una revista semanal llamada Westminster Budget, donde como reportero se dedicaba a la caricatura. Aunque su primer libro de ilustraciones data de 1893, no es hasta la publicación de los cuentos de los hermanos Grimm en 1900 y sobre todo con la edición limitada de Rip van Winkle de Washington Irving, que adquirirá la fama y el prestigio que ya nunca le abandonarían. Después llegarían todos sus grandes trabajos: Peter Pan, El sueño de una noche de verano, Ondina, El anillo de los Nibelungos, Los viajes de Gulliver, Alicia en el país de las maravillas, El viento en los sauces, los cuentos de Edgar Allan Poe o una recopilación de relatos maravillosos y populares llamada El libro de las hadas de Arthur Rackham.
De sus dibujos destacan por un lado aquellos que hizo en blanco y negro, donde en ocasiones consigue componer una escena con una o dos líneas, otras veces los recarga con multitud de líneas y puntos para expresar una sensación de angustia y en otras aparecen las figuras negras sobre fondo blanco, como en una composición de teatro de sombras. En todas ellas, el espíritu de la obra se refleja con mucha claridad y sencillez.
Pero sus composiciones más atractivas son sin duda sus acuarelas de color, con suaves colores donde los tonos y medios tonos se combinan magistralmente dando una sensación de difuminado que logra evocadoras estampas de ensueño. Allí aparecen sus amenazadores árboles con raíces de miedo, sus paisajes abigarrados que ocultan seres inesperados, sus tiernos y encantadores duendes, elfos o hadas junto a grotescos ogros y personajes guiñolescos de largas extremidades. También crea imágenes de una sensualidad extrema, especialmente con sus figuras femeninas.
La evocación de los mundos de fantasía tuvo en Arthur Rackham a su mayor creador, con una influencia que ha llegado hasta nuestros días: C. S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, quedó impresionado con las imágenes que Rackham pintara para El anillo de los Nibelungos y probablemente creo su obra bajo la influencia del dibujante; cineastas como Tim Burton o Guillermo del Toro han reconocido abiertamente el influjo de sus ilustraciones. La lista sería más larga de lo que pudieramos pensar, pero lo mejor para apreciar la obra de este genial ilustrador es contemplarla y por eso he realizado este video (contiene música).

lunes, 12 de octubre de 2009

The twilight zone

Se cumplen cincuenta años del inicio de una serie de culto en la televisión que, gracias a sus reposiciones, ha ido aumentando el número de fieles seguidores que ven en ella un hito del género fantástico.
Hablar de la Dimensión desconocida (nombre con la que fue conocida en nuestro país) es sobre todo hablar de su creador, Rod Serling, un personaje esencial en la historia de la televisión, que fue capaz de sacar adelante un proyecto en el que se implicó enteramente. Serling, nacido en 1924, fue un niño muy imaginativo que creció leyendo historias de revistas pulp como Amazing Stories, Astounding Stories o Weir Tales -auténtico vivero de escritores de terror, fantasía y ciencia ficción-. Después del trauma que supuso para él La II Guerra Mundial y de su paso fugaz por el boxeo, Serling comenzó a trabajar en la escritura de guiones para la televisión. Tras ganar algunos prestigiosos premios por sus guiones, comenzó a plantearse ser el creador de su propia serie, pues comenzaba a estar harto de ver como las empresas anunciadoras imponían sus criterios en las historias. A este respecto hay una significativa anécdota que fue la gota que colmó el vaso: Unos minutos antes de empezar la emisión de una obra que versaba sobre el holocausto judío, Serling fue llamado urgentemente por el productor que le mandó cambiar una escena en que unos judíos pasaban por la cámara de gas. Ante la negativa de Serling, el productor tuvo que convencerle con la argumentación de que el patrocinador del programa (una empresa de gas) tenía intención de retirar la financiación, con lo cual el espacio quedaba eliminado y el guionista se iba a la calle. La publicidad fue causa directa para que Serling enfocara sus esfuerzos en diferente dirección.
Rod Serling convenció a la cadena CBS de su proyecto, pero con la condición de poder tener el control absoluto a nivel artístico. Éste fue, probablemente, el santo y seña de la serie porque la implicación de Serling en sus primeros años fue total. Él creó la mayoría de guiones, prestó su figura y su voz para las presentaciones y epílogos de cada capítulo, conjuntó a una serie de profesionales de gran calidad que aumentaron el prestigio de la serie -músicos como Bernard Herrmann, guionistas como Richard Matheson o Charles Beaumont y un abrumador plantel de excelentes directores y actores-; pero, sobre todo, concibió una serie que, a través de la fantasía y la ciencia-ficción, creaba alegorías sobre la realidad. En una entrevista llegó a afirmar "las cosas que no pueden ser dichas por un republicano o un demócrata, pueden ser dichas por un marciano".
Sus historias son como pequeños cuentos maravillosos o de terror, con moraleja y sorprendentes finales -recordemos que uno de los finales más inolvidables del cine, el de El planeta de los simios, fue una idea de Serling, que provocó la admiración del creador de la novela-. Lo que más me atrae de estas historias es que se mueven en escenarios reales casi siempre, con personajes creíbles, donde un elemento entra en juego y distorsiona la situación, como en la mejor tradición del fantástico. Esto hace que las historias sean próximas y que el telespectador se implique totalmente, especialmente en la época en que fue concebida. Hoy en día, nuestro bagaje hace que nos podamos anticipar a sus finales -pues han sido imitados hasta la saciedad-, que sus efectos especiales nos parezcan ridículos -debidos a la constante lucha de Serling con un presupuesto limitado-, pero todo se debe situar en su contexto. Las historias son desiguales, ya que es difícil mantener un buen nivel durante 156 episodios y además Serling dejó de implicarse con tanta devoción en sus últimas temporadas, pero siempre quedan un buen puñado de grandes historias que hacen que sea una serie irrepetible -aunque hayan surgido dos series y una película a su amparo con su mismo nombre y otras con un formato muy similar-. Y vuelvo a remarcar que esta serie es diferente porque fue ideada y creada por una persona que creyó y llevó el proyecto hasta el final.
Para los aficionados a la lectura, existen unas cuantas historias de Richard Matheson que sirvieron para la serie y que han sido publicadas en algunas colecciones de sus cuentos y también una recopilación de algunos de los mejores relatos de Serling para la serie que fueron publicados por Celeste en dos volúmenes. Buenos complementos para redondear este sentido homenaje.

domingo, 4 de octubre de 2009

Regreso a El bosque animado

He regresado a la fraga de Cecebre para volver a ver al generoso ladrón Fendetestas, al enamoradizo Geraldo, al triste Fiz Cotovelo, a la soñadora Hermelinda, a la tierna Pilara, a Fuco, Hu-hu, Abrenoites o Trut, al bosque que tan lleno de vida soñó Wenceslao Fernández Flórez.
El bosque animado constituye la obra más perfecta y acabada de Fernández Flórez, una obra maestra de la literatura española mal que les pese a algunos. El autor supo conjugar en este libro toda su sabiduría, su crítica, su dominio del lenguaje, su ternura y su humor. "Sin ternura no hay humor" decía Fernández Flórez.
La fraga de Cecebre, cercana a La Coruña y donde nuestro escritor solía descansar de la capital, es un personaje en sí mismo que lo envuelve todo y de donde emanan todas las historias que componen ese tapiz fantástico y real, el mundo campesino y el de las tradiciones fantásticas con su santa compaña y sus meigas. Aunque existen personajes que van apareciendo por el libro, no se detiene en ninguno de ellos, sino que nos muestra pequeños fragmentos de sus vidas en comunión con el bosque que los envuelve, porque casi todo sucede allí (y si no se sueña con el lugar abandonado, como le sucede a Hermelinda). También los animales y los árboles tienen gran protagonismo, unas veces en forma de fábula clásica y otras como pequeñas historias de amor, humor y ternura. Y es que este libro es especialmente dulce, impregnado de un halo poético que no deja indiferente; en algunas ocasiones Fernández Florez recarga el lenguaje, otras se acerca a lo sublime en sus descripciones.
Hay un suceso enmarcado en la Guerra Civil que pudo haber hecho reflexionar al autor para concebir esta obra tan alejada de los desastres recientes. Al parecer, Fernández Flórez fue uno de los autores perseguidos al estallar la guerra, por no haberse mostrado partidario del gobierno del Frente Popular. Huyó hasta encontrar refugio en la embajada holandesa de Madrid, donde fue bien acogido, pues años atrás había escrito un libro de sentida admiración hacia ese país. La negativa del gobierno republicano a dejarle marchar al extranjero, provocó un incidente diplomático con Holanda que tuvo feliz resolución gracias a la intervención de Julián Zugazagoitia (Ministro de gobernación). Finalizada la guerra, Zugazagoitia fue apresado por la Gestapo en Francia y entregado a las autoridades españolas; éste solicitó la ayuda de Fernández Flórez, quién declaró en su favor durante el juicio, pero nada pudo hacer y el ex-ministro fue condenado a muerte y ejecutado. Tras el suceso, Fernández Flórez comenzó a escribir El bosque animado en su residencia de la fraga. Quiero pensar que este libro estuvo marcado, en parte, por este acontecimiento, ya que consiguió desnudarse completamente, mostrándose tierno, sensible y con un humor nada hiriente.
Wenceslao Fernández Flórez es un autor nacido a finales del siglo XIX que no suele aparecer en algunas Historias de la literatura -o de forma muy breve-. Fue marginado por motivos extraliterarios, es decir, por su marcado liberalismo, su crítica a la República o su cercanía a Franco -parece que era uno de los pocos que tuteaban al dictador-. Olvidamos que en sus famosas Acotaciones de un oyente, lanzó dardos a diestra y siniestra y sobre todo a la mediocridad de algunos políticos -todavía recuerdo como Luis Carandell, otro de nuestros grandes cronistas parlamentarios, alababa la fina ironía de Fernández Flórez y lo destacaba como gran maestro del periodismo político-. Este coruñés, reconocido como prestigioso humorista, fue también autor de una valiosa obra fantástica entre la que se encuentra esta novela y muchos de sus relatos -algunos de altísima calidad-.
Pienso que El bosque animado es por calidad literaria y por temática -dada su ferviente defensa de la naturaleza- una lectura muy recomendada para nuestros jóvenes en la escuela, amena y que deja buen poso.