La inmortalidad como tema literario ha
sido siempre muy recurrente, ya que introduce un grave conflicto entre el deseo
de perpetuarse y el precio a pagar por ello –comúnmente un pacto
diabólico que incluye el alma como compensación-. Desde la antigüedad, la
mitología y la religión nos han enseñado que sólo los dioses son inmortales y
que la infructuosa búsqueda de la inmortalidad entre los humanos es una quimera
a la que se han entregado numerosas culturas. Sustancias y materiales como el
jade, la ambrosía, la panacea universal y la piedra filosofal o idílicos espacios como la fuente de la
eterna juventud o Shangri-la han sido descritos durante siglos para recordarnos
que nuestro paso por la tierra es efímero y poco sustancial.
Pero existe un tipo de inmortalidad
posible, aquella que nos perpetúa en la memoria de los hombres. Es por ello que
hablamos de numerosos inmortales que nos
han legado una visión del mundo que trasciende las épocas y, entre
estos, los autores de ficción constituyen un nutrido grupo de los que han
encontrado su piedra filosofal.
Para Borges el tema de la inmortalidad
fue otra de sus grandes obsesiones y, aunque en varios cuentos se aproximó de
forma tangencial a la materia en cuestión a través de la variante del doble,
nunca lo desarrolló de forma tan magistral como en su célebre relato El inmortal, perteneciente a esa
excepcional colección titulada El Aleph. En esta historia reflexiona Borges sobre la
búsqueda de la inmortalidad a través de un personaje, el tribuno Marco Flaminio
Rufo, quien parte en busca de la ciudad perdida de los inmortales para luego
intentar durante siglos despojarse de la inmortalidad adquirida, al darse
cuenta de que el ideal, una vez conseguido, acaba degradando al ser. El cuento
utiliza la técnica del manuscrito hallado que
permite al autor jugar con varios
narradores y sembrar la duda sobre las identidades. Este único relato parece contener en sus
pocas páginas una auténtica epopeya de grandes dimensiones, pues allí se dan la
mano la historia, el mito y la filosofía.
La idea que nos transmite Borges es que
los inmortales carecen de identidad individual, porque cuando el tiempo no
apremia, cuando no existe la sensación de que cada momento es único, los
inmortales no tienen una posición superior a cualquier mortal; es decir, son el
reflejo de todos y de ninguno en particular y, por ello, “Ser inmortal es
baladí”. Paradójicamente, al no sentir un fin temporal, su vida no tiende hacia
la perfección que creía el personaje buscador, sino hacia la bestialidad animal
y la pura degradación, al derivar su búsqueda en un proceso de vana
contemplación, pensamiento silencioso y total inacción –representado por el
personaje de Argos -Homero-.
El relato narrado en forma de manuscrito es
una perfecta historia circular, donde un viajero parte con intención de superar
al tiempo y vencer a la muerte y acaba dedicando toda una vida a encontrar la
muerte pacificadora.
Particularmente creo que uno de los
puntos más atractivos de la historia es
su descripción de la ciudad de los inmortales, que enlaza directamente con los
paisajes ideados por Piranesi en sus Carceri
y en las Antichità Romane. Borges fue
un gran admirador del famoso grabador, esencialmente porque sus obras poseían
una evocadora fuerza narrativa implícita y es así que incluso uno de esos
famosos grabados decoraba su casa de Buenos Aires, según nos cuenta Alberto
Manguel en Con Borges. En El inmortal, como en ningún otro relato,
Borges sabe describir los claustrofóbicos espacios piranesianos,
convirtiéndolos en auténtica materia literaria, haciendo suyos los entramados
laberínticos que tan cercanos le fueron siempre. Primero describiendo aquellos
que se encontraban tras los altos muros: “Bajé; por un caos de sórdidas galerías
llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Había nueve puertas en
aquel sótano, ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma
cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara
circular, igual a la primera. Ignoro el número de cámaras; mi desventura y mi
ansiedad las multiplicaron”, para después describir la entrada a la ciudad: “Fui
divisando capiteles y astrágalos, frontones triangulares y bóvedas confusas,
pompas del granito y del mármol. Así me fue deparado ascender de la ciega
región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad”.
Nos gusta Borges.
ResponderEliminarMucho.
EliminarSupongo que habrás visto ya la exposición dedicada a Piranesi en Caixaforum. Muy borgiana, como bien dices. Sólo me molestó esa manía de convertirlo todo en 3D, una tecnología que en el caso de los grabados de Piranesi no aporta nada. Pero parece que es requisito ineludible de la modernidad.
ResponderEliminarPues sí Elena, la idea de hablar de este cuento partió de la exposición de Piranesi, excelente como casi todo lo que traen por allí. A mí no me disgustó penetrar en las Carceri tridimensionalmente e incluso confesaré que me pareció un buen viaje pues adoro a Piranesi en cualquier formato.
EliminarSaludos.
Borges y Piranesi, qué bien te rodeas profe.
ResponderEliminarSoy coleccionista de inicios y finales de relatos. El final de El inmortal ya figura en mi cuaderno: "Yo he sido Homero; en breve seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto". Homérico
En una entrevista que le hizo María Esther Vázquez y que leí en la colección La Biblioteca de Babel, dice J.L.B.: "Yo quiero morir entero. Ni siquiera me gusta la idea de que me recuerden despues de muerto. Espero morir, olvidarme y ser olvidado. No le daremos esa satisfacción.
Otra clase para enmarcar, querido profe.
Maestro Thornton, de vez en cuando hay que ir citando al maestro por sus obras y no sólo por las lecturas que nos ha descubierto (¡tantas son!). Un hombre que vivió para la literatura y los libros no podía quedar olvidado entre por los que degustamos ese placer y, por tanto, estoy contigo en que no le daremos esa satisfacción.
EliminarUn abrazo.
Querido Carlos:
ResponderEliminarMe han entrado ganas de releer el cuento de Borges, que glosas tan magníficamente. Redobladas por la coincidencia piranesiana... Justo tras la exposición descubrí un librito del que quería hablar, pero... mortal, como soy, el tiempo me embiste (y me gana la partida). Besos!
Ana, no te prives de su relectura pues corta en tiempo e intensa en la memoria (como bien sabes). Además, después de la visita de Piranesi, es casi obligado hablar de Borges.
EliminarPor suerte eres mortal y puedes hablar. Hazlo por nosotros sobre ese libro que me tienes intrigado.
Abrazo.
P.D. Enhorabuena por tu libro, me hubiera encantado pasar a verte.
Hola Carlos!
ResponderEliminarSoy lector temprano de borges y de su fantasia.
Sólo añado algo que me impacto mucho de él:
“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”.
Espero seguir leyendo, mucho
alberto
Alberto, Borges se enorgullecía de su faceta como lector (de la que todos nos hemos aprovechado), pero como escritor me parece más soberbio si cabe (claro que eso no lo podía decir él).
EliminarSaludos.
P.D. Por cierto, tengo para tí un regalo para empezar a descubrir las noches.
Interesantísima lectura. Cualquier día de éstos me lanzo de nuevo a por Borges, tanto me has abierto el apetito.
ResponderEliminarMe muero de ganas por ir a ver la exposición sobre Piranesi (además, en el mismo Caixaforum hay otra sobre Mesopotamia antes del diluvio; Uruk, Gilgamesh... borgiano a más no poder).
Un abrazo.
Bueno niño vampiro, esa es otra exposición que tengo en mente y así repaso de nuevo a Piranesi. Muy cierto tu apunte, Borges omnipresente.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lamento haberme perdido esa exposición. Será casualidad? aquí en Nueva York hay una sobre Borges y sus viajes, cuando fui a la conferencia de Paul Auster y Vila Matas aproveché para visitarla y en una libretita apunté la siguiente cita: "Descubrir lo desconocido no es una especialidad de Simbad, de Eric el Rojo o de Copérnico. No hay un solo hombre que no sea un descubridor. Empieza descubriendo lo amargo, lo salado, lo cóncavo, lo liso, lo áspero, los siete colores del arco iris y las veintitantas letras del alfabeto; pasa por los rostros, los mapas, los animales y los astros, concluye por la duda o por la fe y por la certidumbre casi total de su propia ignorancia". J.L. Borges, Atlas, "Prólogo".
ResponderEliminarCuando era muy pequeña estaba convencida de que era inmortal, no me hacía falta entender el concepto, era tan evidente para mí. Después la razón y la educación me enseñaron que estaba equivocada y alguna vez he pensado que no volvería a vivir otra vida aunque me la regalaran. Hoy creo que esa niña intuía cosas o tenía certezas, quizás porque estaba más despierta de lo que lo estoy ahora.