He pensado muchas veces en todos esos datos que se han ido acumulando en mi cabeza durante años, referencias de libros, autores, editoriales o colecciones que se amontonan sin aparente sentido y que tienden a salir de forma inesperada. Forman parte de una memoria selectiva, realmente caprichosa que selecciona detalles insospechados de las lecturas y consultas que uno va haciendo a lo largo de los años. Mi biblioteca, que ha ido ampliándose a medida que la compulsión lectora ha crecido, ha permitido un desbordamiento de datos derivados de los libros arribados, lo cual me lleva a pensar que parte de mi cerebro ha quedado ocupada como un fichero casi virtual. Y si todo eso puede ocurrir en la cabeza de un sencillo lector, debo imaginar que los libreros contienen en su testa un archivo de proporciones insospechadas, unas mentes capaces de saber, sin el menor asomo de duda, si tal o cual libro ocupa sus estanterías o sus apilados y desodernados montones -naturalmente me refiero a los libreros de viejo o a los de librerías especializadas-. Imagino que todo se trata de entreno visual de la memoria en el día a día, aunque no puedo dejar de maravillarme.
Y es que a los aficionados a los libros, nos llaman la atención las historias que hablan sobre ellos, sobre gente relacionada con el libro o sobre la pasión de la lectura, pues las sentimos como propias, como si fueran códigos secretos con el que los lunáticos librescos nos podemos comunicar. Stefan Zweig fue uno de esos escritores que habló mucho sobre los libros de los otros, con la pasión de un afanoso coleccionista de autores, pero también fue ese escritor de extraordinaria cultura que vivió subyugado por el período de la explosión cultural vienesa y que acabó sus días en un tiempo que ya no era suyo, recordando el mundo del ayer. No me puedo resistir a ofrecer como pequeño esbozo sintético de su figura el retrato que evocaba Mauricio Wiesenthal en su Libro de Réquiems: "Sin tener que pasar por la bohemia oscura -aunque utilizándola, a veces, como un escenario estético- consiguió realizar el sueño de todos los jóvenes románticos: viajar por países lejanos, visitando y conociendo a los hombres más interesantes de su tiempo; editar novelas de éxito que el cine convertía en oro; escribir versos esteticistas y puros, sin tener que ceder a las presiones de la crítica o de los editores; pronunciar manifiestos heroicos y proclamas rebeldes en momentos comprometidos; conocer de joven el amor hogareño; levantar sus fundaciones y elegir sus escenarios en los lugares más bellos de la tierra; ser aclamado y premiado en todas partes como redentor de los poetas malditos, defensor de los herejes, azote de los verdugos y abogado de las causas perdidas".
De Stefan Zweig existe un relato de unas sesenta páginas titulado Mendel el de los libros, al que llegué de manera casi fortuita y que desde ahora mismo ha pasado a formar parte de mis imprescindibles. Todo sucedió a través de dos casuales que se conectaron en el momento justo en mi archivo mental: por un lado escuchaba una entrevista con Jaume Vallcorba, editor de las prestigiosas Quaderns Crema y El Acantilado, quien hablaba de los libros editados en su grupo y entre ellos se mencionaba de pasada la constante recuperación de un clásico como Stefan Zweig -indicativo de la calidad del autor-; por otra parte leía al vuelo un comentario en el que dos personas se congratulaban de la lectura de este memorable cuento sin más. Me decidí a buscarlo en las librerías y descubrí que tanto El Acantilado como Alba editorial lo tenían publicado, pero también recordé que disponía de unas vetustas ediciones de las obras completas de Zweig editadas por Juventud hacía más de cincuenta años que debía repasar. A primera vista, lo más parecido era una historia titulada Buchmendel que ya me hizo sospechar que me encontraba en la pista correcta, así que separé "buch" de "mendel" y al buscar la traducción de la primera palabra tuve el relato, Libromendel , es decir: Mendel, el de los libros. El Acantilado, la red virtual, mis viejos libros y las conexiones neuronales me habían llevado directamente a la historia de Jacob Mendel.
La historia que relata Zweig en este cuento contiene un punto de ternura por ese personaje tan especial, el librero con sede en el vienés café Gluck, dotado de una memoria excepcional que le permite recordar todos los datos de un libro y los lugares donde hallarlo. Mendel vive por y para su memoria, aislado de un mundo convulsionado por la I Guerra Mundial que al fin sera la causa de su ostracismo vital. Descrito por el narrador como un hombre legendario, zahorí de los libros y símbolo del conocimiento, es un lector de extraña compulsión: "leía con una tan conmovedora identificación, que el leer de todos los demás hombres me ha parecido, desde entoces, profano". A la vez un hombre ajeno a la realidad, a todo aquello que no estuviera recogido en un libro. Pero Mendel el de los libros es también la historia del final de una época de solidaridad y creencia en los valores y de desmoronamiento de un mundo de ideales arrasado por una cruel guerra que llevará al personaje hacia su caída física y mental, "Mendel ya no era Mendel, como el mundo no era tampoco el mismo".
Acaba Zweig con su apologética defensa de los libros en este relato memorable que no debe faltar en la biblioteca de ningún buen amante de los libros y la lectura: "yo, que debiera saber que si se producen libros es precisamente para comunicarnos con los humanos más allá de nuestra vida, y desquitarnos así de la inexorable contrapartida de toda existencia: la inestabilidad y el olvido".