jueves, 31 de mayo de 2012

Viajes en el tiempo


Supongo que no andaré errado si afirmo que el viaje en el tiempo es uno de los sueños más ansiados de la humanidad; me atrevo a pensar que incluso supera en fascinación al viaje espacial con el que parece compartir muchos detalles. Por eso resulta curioso que los viajes temporales no fueran planteados literariamente hasta finales del siglo XIX, pero desde entonces tanto la ficción como la física no han dejado de cuestionarse sobre el mismo, alumbrando centenares de teorías y narraciones al respecto.
Aunque antes de hablar de literatura, este tema necesita una mínima presentación científica que muestre cuales son las hipótesis reales que han manejado los narradores mayoritariamente provenientes del campo de la ciencia-ficción para elaborar sus fantásticas históricas. Y como no poseo muchas nociones en el campo de la física, me veo obligado a recurrir a algunos estupendos artículos y libros que han sabido digerir y exponer de manera admirable toda la información necesaria.
Lo primero que se debe tener en cuenta al hablar de este tema es diferenciar entre las dos formas posibles de viaje, pues existe un viaje al futuro mediante dilatación donde la supuesta máquina es capaz de acelerar la evolución física del resto del Universo o retardar la evolución física del viajero del tiempo y un viaje que supone un salto instantáneo al futuro, el cual conlleva mayores problemas porque exige que el futuro ya esté creado. Esta descabellada idea que había planteado Wells con su máquina, pareció cobrar mayor sentido con la revolucionaria teoría de la relatividad de Einstein, aunque la naturaleza siempre se ha encargado  de eliminar sistemáticamente cualquier posibilidad derivada de la misma. Y no obstante, los físicos perseveran.
A grandes rasgos existen tres interpretaciones del tiempo:
- Presentismo: El tiempo presente es lo único que tiene existencia. El universo es tridimensional pero el tiempo, aunque no constituye una dimensión, es distinto para cada uno. Según esta visión, el viaje al futuro mediante dilatación es posible.
- Posibilismo: Presente y pasado tienen realidad física, pero el futuro solo es posibilidad. El espacio-tiempo constituye una cuarta dimensión que se va construyendo. Aquí es posible el viaje al futuro mediante dilatación y el salto instantáneo al pasado, el cual  conlleva una serie de paradojas.
- Eternalismo: El pasado, el presente y el futuro existen físicamente porque según la teoría de la relatividad, el tiempo es una dimensión más. Aquí es posible saltar al futuro y al pasado, pero también exige aceptar el determinismo.
La física parece demostrar que determinados fenómenos pueden producir una curva temporal cerrada, llamada comúnmente Agujero de gusano, que sería la “máquina” transportadora. Y todo esto nos lleva al entretenido mundo de las paradojas, puesto que la física nos advierte que existe un principio de causalidad donde se nos dice que las causas deben preceder a los efectos, y el viaje temporal puede producir paradojas que contradigan esta causalidad, como la famosa historia del viajero que retrocede al pasado y mata a su abuelo, impidiendo por tanto su propio nacimiento. Aunque para solucionar  estas paradojas se han propuesto dos posibles salidas:
— Autoconsistencia. El viajero puede volver al pasado, pero no modificarlo porque la historia ya está escrita. Una interpretación eternalista donde los factores éticos del libre albedrío se ven trastocados.
— Universos paralelos. El tiempo no es lineal, sino que se va ramificando hacia todas las posibilidades, pero estos universos están totalmente desconectados. Esta es la solución más utilizada en la literatura de viajes temporales.
En base a estas posibilidades científicas se han escrito centenares de historias que intentan explicarnos con mucha imaginación todo aquello que la naturaleza nos niega. 

Sin ánimo de exhaustividad, he leído unos cuantos de esos relatos que plantean esos viajes desde distintas ópticas. Quizás sea necesario empezar por el viaje más reconocible, La máquina del tiempo de H.G. Wells que, aunque no sea oficialmente el primer viaje temporal, sí ha sido el de mayor influencia. Es un viaje que utiliza el proceso de dilatación para alcanzar un lejanísimo futuro y que debe su gran éxito a la enorme capacidad narrativa e inventiva de su autor.
Pero son las historias cortas las que constituyen la mejor aproximación para conocer las maneras con las que cada escritor afronta el reto del viaje temporal. Normalmente no se preocupan por cómo se llega a un tiempo lejano, sino que se detienen a elucubrar sobre las posibles paradojas derivadas del viaje y los efectos producidos tanto en el lugar de llegada como en el de vuelta. Una de las historias mejor resueltas es Todos vosotros zombies de Robert Heinlein, donde logra un bucle temporal perfecto con un resultado a priori imposible. Alfred Bester en Los hombres que asesinaron a Mahoma utiliza un humor satírico para explicar la historia de un marido despechado que decide viajar al pasado para vengarse, pero los universos paralelos parecen jugar en su contra a pesar de intentarlo a lo grande. Otro autor que trabajó mucho las historias basadas en el tiempo es Phillip K. Dick, que en Algo para nosotros temponautas describe el drama de unos viajeros atrapados en un bucle temporal que se repite eternamente o en El informe de la minoría que trata sobre las posibles consecuencias éticas que se derivan al enfrentarnos con una policía capaz de adelantarse unos minutos a los crímenes y así evitarlos. El siempre eficaz Ray Bradbury es capaz de ofrecernos un viaje al futuro en El convector Toynbee, donde el viajero muestra el camino que debe seguir el mundo para escapar de la decadencia en que está sumido, pero a veces creer en las posibilidades puede ser suficiente como demuestra este sorprendente relato. El mismo Bradbury es el autor de una de las historias más recordadas —homenajeada incluso en un episodio de Los Simpsons—, se trata de El sonido del trueno donde un viaje a la prehistoria y el conocido efecto mariposa serán los protagonistas de un futuro posible. Hombre de su tiempo de Brian W. Aldiss presenta una curiosa historia donde el viajero que retorna a casa se ve sumido en un limbo temporal al ir tres minutos adelantado al resto de los humanos, lo que dificulta sobremanera la comunicación. A veces las historias temporales constituyen un puro juego como en El tiempo no tiene límites de Jack Finney, en el que un insistente policía no quiere dejar a ningún ladrón escaparse por esos agujeros, pero eso puede tener consecuencias fatídicas. Aunque uno de las mejores historias, por sus connotaciones tan actuales, es El mayor espectáculo televisivo del planeta de J.G. Ballard que convierte el viaje temporal en un entretenimiento popular. La televisión aprovecha la ocasión para filmar esos acontecimientos históricos que todos hemos querido contemplar, pero a veces la realidad es mucho más prosaica y no tan espectacular, por lo que será cuestión de ir variando los acontecimientos en función de la audiencia. También en nuestro país se han escrito algunas historias interesantes, pero para mí es La noia que venia del futur de Manuel de Pedrolo la que mejor atrapa el dramatismo posible derivado de una paradoja. Y aunque fuera del campo de la ciencia-ficción, pero alternando entre el tema del doble, el sueño y el viaje temporal, es imposible no citar al Borges de El otro y Veinticinco de agosto 1983. Un broche de calidad para emprender el viaje.

Para esta entrada he utilizado los artículos citados de la página web de El tamiz, varios capítulos de los libros de Martin Gardner Viajes en el tiempo y ¡Ajá! Paradojas que hacen pensar. Los relatos pertenecen al libro Cronopaisajes de ediciones B y a varias historias sueltas de Phillip K. Dick, Ray Bradbury, Fredric Brown, Manuel de Pedrolo , Jorge Luis Borges y H.G. Wells.

jueves, 10 de mayo de 2012

Un cajón de cuentos (XXI): El hombre que pudo reinar de Rudyard Kipling


Los territorios montañosos que quedaban al noroeste del Imperio Británico de la India, una vez traspasado el legendario paso de Khaiber, eran conocidos como Kafiristán o “tierra de los infieles” porque, a finales del siglo XIX, el emir afgano Abderrahman había proclamado que todas las tribus de ese enorme país debían ser musulmanas, pero los kafires se habían negado a deshacerse de sus viejas costumbres. Por aquellas míticas e ignotas tierras, el gran Alejandro Magno pasó con su ejército grecomacedonio extendiendo su vasto imperio y es por ello que, según la leyenda, los habitantes de aquel lugar se consideran descendientes de las guarniciones que allí quedaron. De ahí los rasgos de piel clara y cabellos rubios que conservan todavía en el pueblo de los kalash y ese culto solar que se remonta a las épocas de Iskander Kebir, o dicho de otro modo de Alejandro Magno.
Hace ya unos cuantos años tuve la ocasión de leer en una vieja edición que contenía varios relatos de Rudyard Kipling uno titulado El rey de Kafiristán, que más adelante he tenido la oportunidad de releer con el nombre del El hombre que pudo reinar. Esta larga narración es una de las historias más memorables de su autor y por tanto de la literatura, en el que Kipling se hizo eco de esa pasión desaforada por explorar y descubrir lugares inhóspitos donde el hombre occidental casi nunca se había aventurado. De hecho, parece ser que los personajes de su historia están basados en un caso real, el norteamericano Josiah Harlan, masón como Kipling y como los protagonistas, que a mediados del siglo XIX se internó en ese olvidado lugar, llegando a alcanzar el título de príncipe de Ghor y encabezando un ejército de 2600 soldados, 2000 caballos y 400 camellos con los cuales consiguió cruzar las indómitas cumbres del Hindu Kush.
Y es que el misterio de esas tierras que subyugó a tantos europeos, supo recogerlo Kipling en tan impecable relato. Algún enigmático secreto que iba más allá de la simple búsqueda de tesoros, parecía rodear la infranqueable barrera de cadenas montañosas y el mismo autor en su historia mostraba que ni siquiera el pozo de saber que significaba en aquella época la Enciclopedia Británica, era capaz de arrojar alguna luz sobre el territorio. Pero este es un buen comienzo para una gran aventura, la de dos pícaros de nombre Danny Dravot y Peachey Carnehan que deciden adentrarse en un país secreto con la sola intuición de que su sueño de riquezas y poder se hará realidad al alejarse de su identidad occidental que los desprecia por anárquicos, rufianes y trotamundos. La posibilidad de convertirse en reyes y dioses parecía todavía real en aquella época.
El relato de Kipling es una auténtica aventura que avanza con la maestría que solo él sabía aplicar, en la que el mismo autor ejerce de protagonista indirecto de una narración que presenta en su primera mitad a los protagonistas de la historia desde la perspectiva de Kipling, para pasar a ser en su segunda mitad un relato de las aventuras pasadas por los dos pícaros en la voz de Peachey Carnehan. Este cambio de voz narrativa es uno de los grandes aciertos del autor porque da el enfoque desde fuera y desde dentro y además dota a cada narrador de un tipo de voz diferente. La historia que nos cuenta el Kipling protagonista está narrada por un periodista (como lo era el propio autor en una época de su vida) y nos sirve para describir a los otros dos personajes y situar los ejes de la historia, mientras que la narración de Carnehan, intercalada por las apreciaciones y preguntas del mismo Kipling protagonista, nos relata lo acontecido desde la perspectiva de una persona trastornada por los acontecimientos, utilizando para ello constantes cambios verbales que simbolizan la incoherencia de una persona que ha sufrido, pero que mantiene su fidelidad hacia el amigo perdido; porque en el fondo es una historia de amistad profunda que solo se altera cuando uno de los dos protagonistas, embriagado por el afán de poder, cree haber encontrado su destino más allá de la simple adquisición de riquezas. Pero también es una novela picaresca moderna donde dos entrañables fanfarrones alcanzan aquello que ni siquiera el poderoso ejército de Alejandro pudo mantener. Kipling logra que nos situemos a su lado y escuchemos las increíbles aventuras de estos dos pillos desde la evocación de una inquebrantable amistad.
Y esta soberbia historia pasó al cinematógrafo de la mano de John Huston.  Probablemente la última gran película de aventuras clásica que toma el relato al pie de la letra y alarga aquello que Kipling había sugerido tan bellamente. Aún así la película contiene la suficiente dosis aventurera como para sentir que el relato está enteramente contenido ahí. Quizás la baza más importante es la impresionante actuación de Michael Caine y Sean Connery, que saben desmarcarse del registro naturalista y actuar desde la mítica de aquellos clásicos perdidos para siempre, confiriendo a sus personajes la justa dosis de autenticidad que corresponde a dos pícaros de la literatura. Mientras el relato sigue una línea cronológica, en la película se nos muestra como un gran flash-back en el que un derrotado Carnehan cuenta toda la historia. La historia narrada por Huston confiere casi toda su importancia al relato de la aventuras en Kafiristán, mientras Kipling había sabido contrapesar ambas historias.