domingo, 28 de febrero de 2010

Qué ropa me pongo para ir al cine

El arte cinematográfico tiene la gran virtud de englobar muchas otras artes y oficios diversos; las películas se enriquecen con bandas sonoras, decorados, títulos de crédito, efectos especiales o diseño de vestuario. Éste supone una de las piezas clave para que nos creamos la película, para que sus imágenes se fijen en nuestra memoria, porque los detalles de vestuario pueden ayudar a la creación de un personaje, como bien sabían los grandes cómicos del cine: Charles Chaplin, Harold LLoyd, Jacques Tati o los hermanos Marx. Aunque también pueden convertir en ridícula cualquier producción.
Nadie puede olvidar esos anchos pantalones que John Wayne paseaba en su eterno cabalgar por Monument Valley, ceñidos por una risible cartuchera que el actor sabía dignificar; también recordamos esas ajustadas mallas medievales que con tan buen brío movía Errol Flynn en Robin de los bosques o reconocemos el sabio proceder de Tarantino vistiendo a sus sangrientos asesinos con impecables trajes negros. Cine y vestuario van indisociablemente unidos en el imaginario del espectador.
Y en la historia del diseño de vestuario hay un nombre destacado, quizás no sea el mejor pero si uno de los más prolíficos, creativos y profesionales. Su nombre es Edith Head, la más popular diseñadora de vestuario que tuvo Hollywood en sus años dorados. Durante más de treinta años, estuvo al frente del departamento de vestuario de la Paramount, diseñando y supervisando todos los trabajos. Gracias a su impulso y el de otros colegas de profesión, consiguió que a partir de 1948 se premiara la labor de los diseños de vestuario en los Oscar. Edith Head, sola o en colaboración, conquistó ocho estatuillas y estuvo nominada en más de treinta ocasiones.
Para Edith Head, el vestuario debía servir por encima de todo para ayudar a la historia y a los personajes; esa fue su gran aportación como diseñadora en el cine, pues supo ver el poder del vestuario en la psicología y tratamiento de los personajes, colaborando de manera cercana con actores y directores para resaltar detalles que apuntaban características importantes. En Eva al desnudo, Bette Davis luce un precioso vestido en la fiesta del cocktail en el que muestra sus hombros, resaltando la necesidad de parecer atractiva todavía frente al vertiginoso ascenso de su joven rival -que también muestra la evolución de su personaje a través del vestuario-. También se aprecia en la ropa creada para la decadente Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses, fascinantes vestidos de una diosa fuera de su época. Alfred Hitchcock, director siempre atento al trabajo de los buenos profesionales y admirador de la obra de Edith Head, colaboró con ella en películas como Los Pájaros, Marnie la ladrona, La ventana indiscreta o Atrapa a un ladrón -el trabajo que más satisfizo a la diseñadora por la elegancia de unos vestidos tan bien llevados por Grace Kelly y Cary Grant-. Pero un interés especial tiene su labor en Vértigo, donde el vestuario se convierte en parte fundamental de la narración; el personaje de James Stewart actúa como un fetichista que necesita recomponer a su Madeleine a partir de vestidos, calzado o peinado y de ahí esa maravillosa escena en la que Kim Novak aparece con su traje verde de entre los muertos, como nuevo objeto de deseo.
Brad Bird y la gente de Pixar le rindieron homenaje al crear el personaje de la diseñadora de trajes para superhéroes en la espléndida película de animación Los increíbles, con evidentes parecidos físicos. Mi pequeño homenaje es este vídeo que recoge alguna de sus famosas creaciones.

domingo, 21 de febrero de 2010

La habitación cerrada

En la década de los años veinte del pasado siglo, surgió con fuerza la novela problema o novela enigma dentro del género policíaco. Un tipo de novela que cultivaron preferentemente los escritores anglosajones en aquellos dorados años, época mítica y feliz para la sociedad burguesa que se encantaba con estos distraidos e inofensivos juegos enigmáticos. Para estos narradores lo importante era el juego limpio e incluso S.S. Van Dine (seudónimo del distinguido filólogo William Huntington) llegó a exponer las veinte reglas fundamentales que toda novela policial debía cumplir. En ellas se hace clara referencia a que lector y detective deben estar en igualdad de condiciones, el autor no debe ocultar nada y, por supuesto, no ofrecer soluciones inverosímiles en la resolución de los casos. Una de las temáticas que más abundaron en este tipo de obras es la llamada de la habitación cerrada, donde un crimen se cometía en un cuarto aparentemente impenetrable; con las reglas del juego limpio se pretendía que el lector intentara resolver el caso antes de que el detective, policía o ingenioso personaje desenrollara la madeja. Desde los desenlaces más ingeniosos a los más absurdos, se ha buscado la solución final a este problema tan querido -y explotado- por la novela criminal. Traigo aquí dos de los máximos exponentes de la habitación cerrada y un pequeño y sorprendente relato que parece solucionar y finiquitar el tema.
La primera historia es la novela El misterio del cuarto amarillo de Gaston Leroux, autor conocido por la celebérrima El fantasma de la ópera. Esta narración inaugura el enigma de la habitación cerrada y además lo resuelve de forma harto ingeniosa. Hay quien se pregunta cómo una historia tan corta puede dar para una novela, pues seguramente se podría acomodar perfectamente en el relato, pero una vez leída nos damos cuenta de que la forma de trabajo del periodista Rouletabille -personaje al que dedicó ocho novelas, pero ninguna a la altura de este clásico-, necesita su tiempo pues evita las evidencias y trabaja con indicios externos que le llevan hacia el misterio del cuarto cerrado. Rouletabille lo explica así: "la razón tiene dos lados: el bueno y el malo. No hay más que uno -el bueno- sobre el que poder apoyarse con solidez. Se lo reconoce en que, hagas lo que hagas, digas lo que digas, nada puede hacer que ese lado se resquebraje".
El autor que más incidió sobre el misterio de la habitación cerrada fue el norteamericano John Dickson Carr. De hecho fue un escritor que siguió cultivando la novela problema, aún cuando ésta ya se daba por acabada con la entrada de los dos grandes maestros del género negro, los norteamericanos Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Dickson Carr fue un gran creador de atmósferas y tramador de crímenes imposibles; lo traigo aquí a través de un relato corto firmado a cuatro manos con Adrian Conan Doyle, hijo del célebre autor, donde se encargan de resucitar nuevas historias de Sherlock Holmes. La historia, titulada La aventura de la habitación cerrada, recrea con precisión las maneras del personaje, aunque se echa en falta la esencia que hacía tan especial al Holmes original. La resolución es típicamente holmesiana, es decir, el detective acudiendo al lugar del crimen para esperar que el criminal caiga en su trampa. El misterio se resuelve descifrando con solvencia las pistas marcadas.
Pero la sorpresa nos llega con el relato Punto muerto, firmado por Barry Perowne. Borges, Bioy Casares y Ocampo lo recogen en su célebre antología y en la pequeña reseña biográfica que anteponen a cada cuento escriben: "Ninguna información relativa a este autor hemos logrado. Lo sabemos contemporáneo; lo sospechamos inglés". Este misterioso apunte, junto a la consabida afición de los dos primeros por la novela policial -llegando a firmar ambos algunos cuentos con el seudónimo de H. Bustos Domecq-, hicieron que mucha gente sospechara que el autor no era más que otra de sus originales creaciones. Investigando un poco, descubrí que Barry Perowne era el seudónimo del escritor inglés Philip Atkey, autor que publicó básicamente en revistas sus cuentos policiales. También se le debe a él la continuación del personaje de A.J. Raffles, ladrón creado por E.W. Hornung, quien fuera cuñado de Arthur Conan Doyle.
Punto muerto (The blind spot) aparecido en 1945 en la revista Ellery Queen's Mistery Magazine es la historia de un autor dramático que ha encontrado por fin la solución perfecta al problema de la habitación cerrada. Como buen relato policial contiene las dosis idóneas de diálogo, acompañado por precisas descripciones y un clímax final extraordinario que supone la perfecta resolución al problema. El hombre frente a su dramático destino en un golpe maestro.

domingo, 14 de febrero de 2010

Un cajón de cuentos (VI): La pata de mono de W.W. Jacobs

La tradición oriental nos lego el relato de los tres deseos gracias a la traducción que realizó Antoine Galland de Las mil y una noches. Posteriormente, Madame Leprince Beaumont, recogiendo las historias árabes, escribió su pequeño cuento de variante cómica sobre el tema. Otros escritores se han acercado con mejor o peor fortuna, aportando ingenio o comicidad en la resolución de los deseos -como en el inspirado relato de R. L. Stevenson titulado El diablillo en la botella-. Más adelante, a principios del siglo XX, William Wymark Jacobs escribió una variación trágica sobre esta historia inscrita en el fantástico maravilloso, que es considerado uno de los mejores relatos de terror de la literatura.
Pero el inglés Jacobs es otro desafortunado caso de escritor mal conocido o casi desconocido, si no fuera por este relato que suele aparecer en cualquier exigente antología de cuentos fantásticos y de terror. Lo curioso de su caso es que en su época fue más reconocido por ser un autor de relatos de humor, citado incluso como maestro por el gran humorista inglés P. G. Wodehouse. Su salto a la fama fue a partir de la publicación de sus cuentos en diversas revistas, especialmente en The Strand Magazine, famosa por ser el trampolín para las historias de Sherlock Holmes. Entre su veintena de obras publicadas, se encuentran novelas, obras de teatro y sobre todo, compilaciones de cuentos de temática marinera y humorística. Aunque para mí Jacobs es el afortunado creador de algunos cuentos macabros y terroríficos con una eficacia narrativa sobresaliente, como demuestra la selección publicada no hace mucho en la editorial Valdemar.
Fernando Savater nos indicaba en La infancia recuperada: "En rigor, la narración terrorífica es el cuento por excelencia, la historia prototípica que esperamos escuchar cuando nos sentamos con las orejas bien abiertas a los pies de alguien frente al resplandor temblón del fuego: es lo que por antonomasia merece ser contado. Se trata de un género que elude la declamación o el ditirambo, prefiriendo decantarse por el susurro...". Jacobs en La pata de mono, sigue las reglas que rigen una buena narración terrorífica, ya que presenta la historia como un típico relato de carácter costumbrista, con ligeros toques de humor que consiguen mantener al lector desprevenido. La historia avanza con la llegada de un personaje que porta un extraño amuleto y que advierte, como en un cuento popular, del maleficio que acarrea dicho objeto. A lo largo de la historia, se van pronunciando ingenuamente una serie de proféticas frases con la que el autor nos advierte sobre una posible tragedia. Un primer deseo se pronuncia sin demasiada fe en su poder ejecutor y tras permitir que el lector se relaje, Jacobs hace avanzar la historia de forma magistral, sucediéndose los acontecimientos de forma natural, creando tensión dramática en la espera y abocándonos hacia uno de los finales más intensos que recuerdo.
Como en sus otros relatos macabros, Jacobs sabe transmitir esa angustia en un ambiente cotidiano. La narración avanza con auténtica precisión, sin regalarse, con una economía de medios que sorprende y es por eso que a García Márquez le parecía un cuento modélico, para Roger Caillois un ejemplo perfecto del fantástico que se produce a través de una fisura en la realidad y en definitiva una lectura obligada para paladares exquisitos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Sherlock Holmes se va al cine

Una reciente película pone de nuevo en circulación al más genial de los detectives, a un personaje que ha traspasado la ficción y se ha convertido en el paradigma del raciocinio para la solución de enigmas enrevesados. De hecho, hace unos años aparecía una encuesta en Inglaterra que nos informaba que más de un 30% de los encuestados creían que Sherlock Holmes había sido un personaje real.
Supongo que el aire mítico que ha conseguido el personaje con el paso de los años, no le disgustaría tanto a Conan Doyle como lo hizo cuando todavía su pluma se veía forzada a sacar historias -los suculentos honorarios y la insistencia de su madre también ayudaron a mantener al personaje más allá de la muerte-. Era consciente de que Holmes eclipsaba al resto de sus obras, por las que sentía un mayor aprecio y la historia parece darle la razón, pero cualquier lector atento sabe que Arthur Conan Doyle no fue autor de un solo personaje y que sus novelas de aventuras, sus novelas históricas o su gran variedad en el relato corto nos muestran a un escritor enorme, con una gran destreza fabuladora y capaz de hacernos felices en la lectura.
Sherlock Holmes nacía de una mezcla entre las aficiones y algunas particularidades del mismo Conan Doyle -fumador de pipa, desordenado con sus documentos o propietario de una enorme lupa- y de las características de su antiguo profesor de medicina, el doctor Joseph Bell, hombre de gran capacidad deductiva. "Bell era un hombre muy notable física y mentalmente. Enjuto, nervudo, moreno, de rostro afilado y nariz poderosa, ojos grises penetrantes, hombros angulosos y andares renqueantes (...) Su punto fuerte era, sin embargo, el diagnóstico, y no sólo de la enfermedad sino también de la profesión y carácter del paciente" nos explica Conan Doyle en Memorias y aventuras, como si estuviera describiendo al mismísimo detective.
El personaje se haría popular desde casi su mismo nacimiento y durante sus cuatro novelas y 56 relatos cortos que componen el Canon. Pero su fama y mitificación no provienen tan solo de esa capacidad racional para resolver problemas; existe algo que se nos escapa, quizás esa pose pedante pero que sabe destilar humanidad, pueden ser sus excéntricas aficiones o es el misterio del mismo personaje, del cual tan poco sabemos sobre su pasado. Ni el propio Conan Doyle entiende el secreto de su creación y comenta: "No quisiera ser desagradecido con Holmes, que ha sido para mí un buen amigo en muchas ocasiones. Si a veces he estado a punto de cansarme de él es porque su papel no admite tonos ni matices. Es una máquina calculadora...".
Sherlock Holmes se ha independizado de su creador y cobrado vida propia. Sobre su figura se han creado multitud de pastiches en base a supuestos manuscritos descubiertos del doctor Watson, con mejor o peor suerte y así lo hemos visto enfrentarse a Jack el destripador, Drácula, Freud,... Incluso su mismo hijo, Adrian, escribió en colaboración con el gran John Dickson Carr un libro de doce relatos titulado Las hazañas de Sherlock Holmes sobre casos comentados de pasada en las obras originales.
El cine también sucumbió al personaje en más de 200 ocasiones, destacando las quince películas que rodaron en los años 30 Basil Rathbone como Holmes y Nigel Bruce como Watson, aunque sus argumentos se fueron alejando paulatinamente de las obras del Canon. Una de las mejores adaptaciones que recuerdo es la versión que Terence Fisher hizo sobre El perro de los Baskerville, con el mejor de los Holmes posibles en el cine, el gran Peter Cushing que lo recuperaría después en varios capítulos de una serie para la BBC. La aproximación más acertada al personaje provino, contra todo pronóstico, de Billy Wilder en La vida privada de Sherlock Holmes, quién supo dar el tono de humor distante adecuado para la desmitificación y a la vez rendir el justo homenaje al personaje.
Pero por encima de todas, quiero destacar aquí la serie creada por Granada TV, probablemente única e irrepetible producción, que intentando ser lo más fiel posible al Canon sherlockiano, adaptó 41 de sus historias. La serie tiene una ambientación, un vestuario y unos guiones que la convierten en modélica, pero sobre todo tiene la interpretación de Jeremy Brett como Holmes. Es curioso saber que Brett aceptó el papel de Holmes gracias al aviso de su gran amigo Robert Stephens, que lo había interpretado antes en la versión de Wilder. Su implicación en el personaje fue absoluta, estudiando cada pequeño detalle de las obras, perdiendo peso, aprendiendo a fumar en pipa e incluso usar la mano derecha aún siendo zurdo. Aportó la ironía necesaria, el amaneramiento de los gestos y un trabajo dramático excelso. La intensidad que mostró en su trabajo durante los años que duró la serie en antena fue una de las causas por las que su salud se resintió y al poco de abandonar la serie murió. Se hace necesario recuperar esta obra televisiva.
La vigencia de Sherlock Holmes es tal, que hace tan sólo diez años se publicó un libro donde se acusaba a Conan Doyle de plagio, adulterio y asesinato por la obra de El perro de los Baskerville. Las pruebas llevaron a Scotland Yard a intervenir, exhumando los restos de la víctima, aunque todavía no hay resultados de la investigación. El mismo Sherlock Holmes estaría encantado de resolver este caso y devolver la inocencia a su padre creador.