martes, 31 de mayo de 2011

Un cajón de cuentos (XVII): La ladrona de niños de Erckmann-Chatrian

No me vienen a la memoria muchas parejas literarias destacables cuya obra haya perdurado en el tiempo, aunque existen casos concretos como el de los dos primos que firmaban sus historias detectivescas con el nombre de su personaje Ellery Queen o los relatos criminales del tandem francés Boileau-Narcejac, pero en ambos la calidad literaria no va pareja a la altura de sus ingeniosos argumentos. Por otro lado estarían las colaboraciones esporádicas entre autores de prestigio en pos de la creación de obras de menor enjundia pero con un alto componente de diversión y entretenimiento, aquí encontraríamos asociaciones inmejorables como las de Wilkie Collins y Charles Dickens o la de Borges y Bioy Casares, parejas unidas por la pasión del misterio y el suspense. 
El hecho de que no existan muchos casos de escritores trabajando a cuatro manos es indicativo de la dificultad que supone encauzar ideas desde egos dispares, a no ser que se trate de obras sin mayores pretensiones como la novela de misterio, donde lo importante es entramar un armazón argumental sólido que haga encajar la historia para la resolución eficaz del secreto. Sin embargo, parece ser que los trabajos de redacción en común fueron una constante en oficios como el de guionista cinematográfico, donde lo habitual era encontrar a una pareja que dividía sus tareas: uno sentado redactando y el otro de pie aportando ideas y entre ambos puliendo el texto, por lo que es probable que el trabajo literario en pareja también tuviera similares maneras, aunque no tan declaradas.
En el campo de las letras, los hermanos Grimm ocupan un puesto de honor, aunque deberíamos referirnos a ellos más propiamente como investigadores de la lengua y reconocidos recopiladores del rico acervo de cultura popular. Sus métodos de trabajo y su unión hasta el final de sus días en pos de una pasión común, sí que los convierte en una pareja de laboriosa producción, aunque también entregaran muchos estudios filológicos en solitario.
Pero si se ha de destacar a una auténtica pareja creativa cuya obra se mantenga con el paso de los años en un lugar preeminente de las letras francesas, esa es la de Emile Erckmann y Alexandre Chatrian, quienes son confundidos muy a menudo con un solo autor al encabezar sus libros con los apellidos separados por un guión. La obra de estos escritores comprende piezas de teatro, novelas de gran éxito en la época como Un recluta de 1813, Waterloo o El amigo Fritz, pero esencialmente un conjunto de narraciones breves recogidas en varias colecciones como en la fascinante Cuentos a la orilla del Rhin, editada recientemente en la editorial Reino de Redonda (a los que debemos añadir la gran selección de sus historias fantásticas editadas por Valdemar).
Parece ser que el elemento creador de la pareja era Erckmann, quien se encargaba de redactar todas las historias, mientras que Chatrian aportaba diálogos (él era el autor de las obras teatrales). Ambos compartían el trabajo de las tramas y éste último se encargaba de buscar editores y todo el trabajo de carácter más administrativo. Su relación acabó como tantas otras tras cuarenta años de unión, pero se puede afirmar que mientras duró fue muy fructífera y un buen ejemplo de complementación.
Sus historias breves son un retrato certero de aquellos paisajes de la Alsacia-Lorena y alrededores que tan bien conocían, donde se recogen ambientes de taberna, caminos serpenteantes, bosques frondosos, albergues sorprendentes, famosas cervecerías o posadas añejas y donde aparece un retablo muy variopinto de personajes enigmáticos y curiosos como viejas brujas, cabalistas, estudiantes, soldados o hidalgos. Sus argumentos se mueven entre el misterio y la fantasía con gran habilidad, con una extraordinaria capacidad para crear atmósferas nocturnas, como les reconocerá el mismo Lovecraft. Asistimos a la presentación de unos lugares que se nos muestran como legendarios pero sin artificios, pues Erckmann-Chatrian tienen la enorme capacidad de convertir la literatura en parte de la historia. En sus narraciones los personajes son creíbles y uno acaba sintiendo que las historias que nos cuentan son parte de la tradición popular.
De todos sus relatos, el más desgarrador y probablemente uno de los cuentos que más a plomo cae sobre el lector es La ladrona de niños, una historia que deja una sensación de permanente angustia, ya que Erckmann-Chatrian dominan como pocos la creación de atmósferas opresivas, como se desprende de otras narraciones suyas tan meritorias como Hugo el lobo, Las tres almas o El ojo invisible. La figura de una triste y enajenada mujer en busca de su hija es de una dureza extrema y consigue hacer cómplice al lector de su desgracia. La historia avanza en torno a la figura de esta mujer, dirigiendo sus pasos hacia un final de infarto que deja un recuerdo amargo, pero con la sensación de haber leído una historia poderosa como la vida.
Sorprende que Erckmann-Chatrian no sean autores más reconocidos, teniendo en cuenta la brillantez de sus historias y la calidad de sus textos.

viernes, 13 de mayo de 2011

Oscar Wilde cuenta

Oscar Wilde pasa por ser el máximo esteta de las letras británicas, auténtico símbolo del arte por el arte y escritor hedonista atraído desmesuradamente por la belleza. Su aristocrático porte y su artístico elitismo son también una posición contra el burgués mercantilismo del arte imperante de la época, donde uno vale según sus posesiones. Pienso que este posicionamiento estético de apreciar la belleza por sí misma es a la vez una crítica despiadada a la sociedad burguesa que frecuentaba, al esnobismo que valora el arte como una posesión para adquirir una posición. El radicalismo en sus comportamientos, en la estética de su indumentaria o en su brillante ingenio responden a una necesidad de destacar en una sociedad puritana y mediocre. Se podría afirmar que lo suyo es pura pose provocadora.
Pero cuando el genio de Wilde sobresale, la sociedad no tarda en deshacerse de él y olvidarle en poco tiempo. Aquel ingenioso conversador, autor de obras de altura estética innegable y hondura perdurable, es condenado a la ignominia y el ostracismo más funesto. El caso de la decadencia de Oscar Wilde es una de las grandes injusticias literarias y humanas, pues se convierte en una venganza de la que todos participan, donde la envidia se alza poderosa y arremete contra la inteligencia.
De su capacidad innata para inventar y moldear historias nos queda el recuerdo de aquellos que le conocieron y que admiraron su brillantez conversadora. Algunas de sus muchas perlas aforísticas caminan dispersas por sus ensayos y narraciones y siguen siendo repetidas como buen signo de inteligencia; una buena parte de su teatro y sus ensayos siguen estando vigentes y, sobre todo, El retrato de Dorian Gray que se ha confirmado a través de los años como una obra llena de ricos matices.
Aunque es en sus cuentos donde podemos ver todos los Wilde posibles, un catálogo de pequeñas piedras preciosas que, bebiendo de la narrativa tradicional infantil, adaptan a sus bellas maneras temáticas muy variadas. En sus tres pequeñas colecciones de cuentos hay cabida para el humor, el amor, el misterio o la justicia social, pero esencialmente son narraciones impregnadas por una belleza descriptiva y lingüística que los envuelve. Su primer grupo de cuentos es quizás el que le dio más fama en vida y allí encontramos  piezas como El crimen de lord Arthur Saville, una obra que habla del destino desde una clave tragicómica o El fantasma de Canterville, su versión cruel y tierna a la vez de la temática espectral, con una irónica visión de los nuevos norteamericanos incluida.
En El príncipe feliz y otros cuentos se hallan tres piezas maestras de la narración infantil, donde se recoge a la perfección la tradición de los grandes cuentistas y folkloristas románticos, rehaciendo el misterio de la crueldad de los cuentos de hadas en forma de fábula cristiana en El gigante egoísta, de relato moral en El príncipe feliz o de la fatalidad del sacrificio inútil en el espléndido relato El ruiseñor y la rosa y es por eso que se han convertido con toda justicia en piezas fundamentales del repertorio literario infantil.
Pero quizás sea Una casa de granadas su colección más sorprendente, aunque curiosamente más desconocida. De ellos, por el tono fantástico que guarda, me parece memorable El pescador y su alma que viene a ser una reedición de La sirenita de Andersen, pero invirtiendo los papeles y añadiendo la lucha entre el hombre y su alma entregada, representada por su sombra que acabará cobrando vida propia y malignidad por la falta de corazón. Esta historia está emparentada con uno de los grandes cuentos del romanticismo alemán: La maravillosa historia de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso. Otro de los relatos, El cumpleaños de la Infanta, es terriblemente cruel y muestra al Wilde más perverso, mientras que El joven rey está narrado desde la misma belleza que el muchacho pretende alcanzar, mostrándonos a través de diversos sueños el sufrimiento que supone lograr la hermosura perseguida. Todas las narraciones comparten el prodigio de su elegante y cultivada prosa.
Recuperar las historias cortas de Wilde es recobrar el placer de una lectura que cuida el lenguaje, el humor y la inteligencia.