Para la cultura alemana, Weimar significó un lugar de peregrinación de la intelectualidad durante el período romántico. A nueve kilómetros de ese lugar, donde la Alemania culta y civilizada sentó las bases del romanticismo, se levantaba años más tarde uno de los más ignominiosos lugares que ha creado el hombre: el campo de concentración de Buchemwald. Junto a éste, otros nombres como Auschwitz, Mauthausen o Dachau son de infausto recuerdo para la humanidad.
Pero no pretendo hablar del holocausto, sino de dos libros que retratan sendas experiencias vividas en estos campos de exterminio y trabajo. Se trata de dos visiones esclarecedoras y reflexivas sobre ese infierno en la tierra; por un lado la experiencia del psiquiatra vienés Victor Frankl recogida en El hombre en busca de sentido y por otro la novela casi autobiográfica del húngaro Imre Kertész titulada Sin destino. Ambos libros abordan de una forma aséptica y terriblemente fría la experiencia en los llamados campos de la muerte, tratando de descubrir la extraña fuerza que mantiene vivos a algunos prisioneros en unas condiciones tan dramáticas, donde lo más sencillo sería abandonarse para evitar el sufrimiento. En el fondo, pretenden atrapar el misterio de nuestro motor de vida.
Víctor Frankl aclara que su intención es “describir, desde mi experiencia y mi perspectiva de psiquiatra, cómo el prisionero normal vivía la vida en el campo y cómo esa vida influía en su psicología”. Así, el autor nos va asomando con pequeños detalles a los diferentes aspectos que van conformando la vida habitual en el campo. Nos habla de la primera y trágica selección en Auschwitz, del proceso de desinfección, de los castigos corporales y los lacerantes insultos, de la permanente sensación de hambruna e incluso de los sueños y pesadillas, del sexo o de la religión. Frankl se sorprende de que el ser humano sea capaz de adaptarse a todo, incluso a convivir con la muerte y se pregunta cuál es el motivo que permite sobrevivir en este medio hostil, cuando toda dignidad ha sido vejada. Parece encontrar una respuesta: “Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre sólo es posible en el amor y a través del amor. Intuí cómo un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque sólo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido”. La reflexión de Frankl toma cariz de filosofía existencial cuando recuerda que, aún en las peores condiciones, al ser humano no se le puede privar de la última de sus libertades: la capacidad para poder decidir el camino propio, la posibilidad de no dejarse arrebatar nunca la libertad interior, aquella que le permite aceptar un destino que da sentido a la vida y abre una vía a la esperanza. “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar ese sufrimiento, porque ese sufrimiento le otorga el carácter de persona única e irrepetible en el universo (…) entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que el hombre asume ante el sentido de la existencia. Un hombre consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y será capaz de soportar cualquier cómo”.
Presos de Buchenwald en abril de 1945. Foto: AFP |
Por otra parte, Imre Kertész en su novela Sin destino cuenta con la suficiente distancia y objetividad posible la vida del joven György Köves como deportado en los campos de Auschwitz y Buchemwald. La minuciosa y admirable recreación en primera persona de los trasiegos que pasa el protagonista y los avatares de un destino que le ha tocado vivir, nos hacen sentir el mismo dolor que le causan esos insoportables zapatos de madera o las heridas que supuran de su rodilla y su cadera. Como Frankl, Kertész también entiende que la única manera de soportar y hacerse fuerte en la adversidad es pensar en los seres queridos que le esperan.
El protagonista de Sin destino va asumiendo la realidad poco a poco, como si de un cierto aprendizaje de la vida se tratara. Pero es un aprendizaje brusco, insoportable, en el que la esperanza se va difuminando y provoca un cierto abandono de la vida. Después de esta experiencia, Köves ya no puede olvidar y cree necesario recordar para encontrar un sentido: “No comprendía cómo no les entraba en la cabeza que ahora tendría que vivir con ese destino, tendría que relacionarlo con algo, conectarlo con algo, al fin y al cabo ya no podía bastar con decir que había sido un error, una equivocación, un caso fortuito o que simplemente no había ocurrido”. De hecho, Kertész realiza el mismo ejercicio de catarsis con esta novela, al describir el infierno de un destino cruel que le tocó vivir pero asumiendo, como el protagonista, que el destino en realidad no existe porque somos libres y capaces de confeccionarlo por nosotros mismos ante las circunstancias, incluso en aquellas situaciones más condicionadas.
Me han impresionado las palabras de Víctor Frankl. Son absolutamente ciertas, pues cuando se trata de buscarle un sentido a la vida en situaciones tan nefastas para la dignidad humana, el amor, la libertad interior, la del pensamiento, son la tabla de salvación, el flotador del espíritu.
ResponderEliminarCómo nos indigna todo lo que tiene que ver con los campos de concentración nazis, cómo nos apena...
Sigues en forma, querido Carlos.
Un abrazo bien grandote.
Lo que más indigna es lo poco que aprendimos, pues la historia se repite (no con tal devastación por suerte).
ResponderEliminarCiertamente impresionan esas palabras porque están escritas desde una experiencia desgarradora, intentando explicar lo inexplicable. Citando la contraportada, este libro fue declarado por la Library of Congress de Washington como uno de los diez libros de mayor influencia en América, mientras que Karl Jaspers opinaba que era uno de los pocos grandes libros de la humanidad. Lo importante es que describe con precisión la bondad y maldad humana sin resentimiento ni espíritu de venganza.
Un abrazo Isabel y suerte en tus andaduras.
Aunque no he llegado a leerlo (a Kertész sí), he oído hablar mucho de Viktor Frankl. Los fragmentos que citas y tu comentario me hacen pensar que es una lectura necesaria. Me trae a la memoria (sin duda por su condición de psiquiatra), otro libro de Bruno Bettelheim, "Sobrevivir", sobre el mismo tema.
ResponderEliminarCarlos, esta cita que has escrito me hace pensar.
ResponderEliminar"Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar ese sufrimiento, porque ese sufrimiento le otorga el carácter de persona única e irrepetible en el universo (…) entonces surge en toda su trascendencia la responsabilidad que el hombre asume ante el sentido de la existencia. Un hombre consciente de su responsabilidad ante otro ser humano que lo aguarda con todo su corazón o ante una obra inconclusa, jamás podrá tirar su vida por la borda. Conoce el porqué de su existencia y será capaz de soportar cualquier cómo”.
Asumo que el contexto terrible y único en el que está escrita. Aun así, o quizá por eso, esa reflexión apunta directamente a la influencia religiosa judeocristiana, a la norma ética, de actitud ante la vida, de acetación de la fatalidad como un designio divino contra el que nada se puede hacer. Es, al mismo tiempo, una idea que rige también, por ejemplo, la vida de los Indios (de la india), o las vidas musulmanas de buena parte de África y del mundo árabe.
Esta idea fue, precisamente, la que impidió a los judíos rebelarse y luchar contra el aplastamiento al que estaban sometidos; o la que ha permitido en Occidente, durante siglos, sojuzgar a los más débiles.
Y me resulta chocante porque esa idea es al mismo tiempo una de las causantes del drama y también la tabla de salvación que recomienda y a la que se acoge Frankl
Como siempre, tu entrada nunca acaba en su punto y final. Por eso me gusta tu blog
Elena, hay grandes obras sobre el holocausto pero sin duda estas dos y, esencialmente la de Frankl, son lúcidas reflexiones humanas que van más allá de la experiencia en la que fueron concebidas. Animo a su lectura.
ResponderEliminarSaludos.
Hablador, a mí también me chocó esa idea de destino que apuntaba Frankl contra la que me rebelo. Pero entiendo que ese destino no es propiamente el judeocristiano; en este caso las cosas suceden por dramáticos hechos y aún así acepta, lo mismo que Kertész, que se puede intervenir de alguna forma y que nuestra libertad interior (algo que nadie te puede arrebatar) te permite luchar contra ese supuesto destino fatídico. Creo que existe una cierta paradoja, pues se acepta el destino (difícil rebelarse en esas condiciones) y a la vez se lucha contra el mismo. En todo esto, otorga una fuerza fundamental al poder del amor para superar las adversidades. Aquí son esenciales las palabras de Nietzsche : "el que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo".
ResponderEliminarCiertamente hay mucho de que hablar al respecto y tus reflexiones siempre abren camino.
Un abrazo.
En mi opinión, la libertad interior te ayuda a sobrevivir, es un mecanismo de supervivencia. No es una herramienta de lucha contra algo, o de rebeldía. Además, le hecho de que la reflexión hable de Fatum, o destino fatídico, así, en abstracto, ocasiona que se obvien las causas reales de la de la ignominia. Es una postura al más puro estilo "Teresa de Calcuta".
ResponderEliminarYo no quiero juzgar a quienes sufrieron el holocausto, ni mucho menos, solamente faltaría, pero creo que es precisamente en una situación como esa cuando es necesario rebelarse, cuando la rebelión surge espontáneamente, porque ya no hay nada que perder, porque la muerte lo ocupa todo. De hecho,en algunos campos de concentración se produjeron levantamientos y revueltas (alguna de estas experiencias se han llevado al cine).
Es en situaciones límite cuando se producen las revoluciones.
La Historia todavía se pregunta qué ocurrió para que los judíos no se rebelasen, para que no actuasen ante el ataque brutal del que eran objeto, y todavía no hay una respuesta clara a esa incógnita. Yo creo que si a lo largo de la historia no lo hiciern, sufriendo progromos y todo tipo de persecuciones, es gracias a la asunción del destino, sea el que sea, como designio divino, que su religión grava a fuego en la piel de su moral y éticas colectivas.
¿Qué hubise pasado los judíos de los 30-40 en Europa hubiesen tenido la actitud de los palestinos de hoy?
Vuelvo a escribir la pregunta final, que me he comido tantas letras que no se entiende nada
ResponderEliminar¿Qué les hubiese pasado a los judíos de los años 30 y 40 en Europa si hubiesen tenido la actitud de los palestinos de hoy?
Yo si que leí a FranKl y tengo pendiente (pero lo tengo enfilado) a Kertsz. Cada vez que leo alguna obra relacionada con el holocausto un escalofrío me recorre el espinazo. Y seré completamente sincero. No me recorre tanto dicho calambre por lo que se hizo a judíos, gitanos, homosexuales e intelectuales de signo contrario sino, como apuntas, porque tengo claro que eso sigue ocurriendo todos los días y puede volver a ocurrir absolutamente en cualquier momento. Puede que no sea con Zyklon B en Auschwitz sino con machetes en Ruanda o por cualquier otro mecanismo. Parece que como eso pilla más lejos de Europa nos suena más irreal. El ser humano es absolutamente incapaz de aprender (de verdad creo qeu no soy fatalista, sino realista).
ResponderEliminarPero bueno, que me pierdo. La obra de Frankl es especialmente espeluznante por la profundidad de detalle que alcanza. Y aunque cuando la lei me impactó mucho, lo que pensé fue que no tengo nada claro que yo hubiese sido capaz en esa situación de medir mi capacidad de resistencia interior (sometido a hambre, humillación, dolor físico), pero.... ¿sería capaz si viera como le hacían eso a mis hijas, a mi esposa, a mis hermanos....?.
Me dió la impresión de que el "desvío" de Frankl como psiquiatra teñía la obra de un matiz que me parecía más algo hecho "a posteriori" que algo que los internos del campo pudieran tener en su cabeza.
De verdad que por buena que sea la obra de este tema de que se trate, me dejan un mal cuerpo todas..... porque espero que no se repita pronto.
Miro detenidamente la fotografía de la entrada al campo de muerte que fue Auschwitz con esas vías férreas que inexorablemente te adentran en él. Allí fueron “transportados” casi dos millones y medio de personas, después de haberles quebrantado metódicamente su voluntad y su dignidad durante muchos tiempo en los lugares donde tenían sus raíces.
ResponderEliminarCuesta mucho trabajo, muchísimo, pensar mirando esta fotografía, negar el destino y opinar que en esas circunstancias, a través de sentimientos o pensamientos tales como “la libertad interior”, “la salvación por el amor”, “la capacidad de decidir el camino propio” o la “fuerza que supone pensar en los seres querido que esperan afuera”, podamos dirigir nuestras vidas. Se abre un fuerte interrogante: ¿ los que no se salvaron, esos dos millones y medio de personas “convertidas en humo” en los hornos de “ese” Campo de exterminio nazi, acaso no sabían del amor, ni tenían seres queridos afuera, ni sabían ejercitar su libertad interior..? Cuesta mucho trabajo creerlo. Creo que fue Kierkegaard o Leopardi, el que dijo que incluso “hasta la biología es un destino”.
“El huevo de la serpiente” de Bergman, la “Fuga de muerte “ de Paul Celan, o la “Shoah” de Claude Lanzmann, entre otros muchos, narran el destino y la falta de sentido de ese exterminio industrial, no para esta o aquella individualidad, sino para los seis millones de personas vejadas y desposeídas lentamente de su interioridad para después ser asesinadas en cámaras de gas en esos campos de muerte del nazismo, y que siempre constituían ya una vergüenza para el Mundo y no solo para los alemanes de aquel entonces…
Un abrazo
No soy muy diestro en esto de la informatica. He suprimido el comentario anterior porque "se" habia duplicado.. o lo habia "yo" duplicado....no sé; el hecho es que estaba de más.
ResponderEliminarEn realidad te doy la razón Hablador sobre esa especie de destino aceptado por los judíos, ese "pueblo elegido" que parece entender que todos los males que han recorrido su historia son un castigo divino. Pero al fin y al cabo, además de las creencias religiosas existen las personas; unas son más fuertes que otras, unas creen que vale la pena luchar y otras (aceptemos las lamentables condiciones en las que llegaron) son débiles.
ResponderEliminarEvidentemente el autor habla de individuos, nunca de colectivo religioso. Cree que uno puede acabar saliendo de allí con la voluntad de no dejarse llevar y siendo consciente de que alguien está a la espera, pero si hablamos del grupo judíos está claro que comparto tus dudas.
Los judíos fueron y han sido víctimas durante toda la historia, pero además parece que asumen ese victimismo como algo propio, como una necesidad para redimir sus pecados a los ojos de su Dios. Es difícil de entender.
Oscar, esa es una de las ideas que apunta Kertész. Él debe vivir con esa experiencia para toda la vida y no puede negarla, pero además no quiere que se olvide porque debe servir como lección histórica. Por eso mismo introduce un fragmento al final, en el que un hombre al verle llegar a su ciudad le pregunta si ha visto los hornos crematorios y el protagonista le explica que si los hubiera visto no estaría allí. El otro parece increparle diciendo que entonces no los ha visto y así marcha pensando, como les pareció a muchos, que las víctimas exageraban sus historias.
ResponderEliminarLa obra de Frankl es un análisis a posteriori sobre ese instinto de supervivencia, preguntándose porqué algunos prisioneros actuaban de una manera y otros sencillamente se dejaban morir. Ese aspecto la hace parecer un tanto fría, aunque quizás esa distancia aparente le da una fuerza inusual.
A mí, me gustaría que esto no pasara nunca más.
Siempre reveladores y certeros tus comentarios, Carlos. Pensar (históricamente) en Weimar, acongoja, y más. A mí me encanta la novela de Mann, "Carlota en Weimar"; aunque anterior al holocausto, tiene una atmósfera tan crepuscular (sin reminiscencias viscontianas). Abrazos!
ResponderEliminarNo he leído estos dos testimonios, sin embargo, mientras leía tu entrada me acordaba del libro de Primo Levi Si esto es un hombre. De él me llamo la atención esa manera casi científica de estudiar el comportamiento de los hombres en condiciones extremas. Recuerdo cuando Levi explicaba como el simple hecho de asearse era de vital importancia para no perder la dignidad como ser humano, como la falta de limpieza era el primer paso para empezar a abandonar la vida. Dice Levi que los que lograron sobrevivir, quizás para darle la razón a Darwin, fueron los más habiles. Si seguías sus instrucciones al pie de la letra, en tres meses estabas muerto.
ResponderEliminarMe vas a perdonar si voy enlazando tu artículo y comentarios con diferentes cosas que me vienen a la mente sin relación aparente. Hace poco veía un documental sobre los republicanos que murieron en estos campos de concentración, me llamó la atención un hombre que explicaba como en España había visto luchar en el campo de batalla a esos hombres, que les había visto llorar y sufrir y sin embargo habían mantenido su dignidad como personas, pero que aquello era otra cosa, que allí te quebraban el alma, que allí dejabas de ser hombre. Amos Oz en un libro nos cuenta como en Israel los judíos se avergonzaban de estos judíos que no supieron luchar, así como es sabido que Stalin se avergonzaba de los comunistas que no supieron oponer resistencia. Queremos una historia de valientes.
Ahora que estoy preparando mi siguiente unidad, las dictaduras en América Latina, no puedo evitar conectarlo con el nazismo. Es simple, sólo tienes que ametrallar a alguien a plena luz del día, delante de todo el mundo, a ser posible cerca de un centro comercial o cualquier lugar muy transitado, el miedo está servido. La población se paraliza y mientras el gobierno hace y deshace sin ningún tipo de resistencia. Los arrestos se hacían delante de todos, en el patio de vecinos, en la calle, nadie hablaba, todo el mundo miraba para otro lado. Ojalá no sepamos nunca lo que es no una guerra, sino un régimen de terror.
Normalmente nos traes historias fantásticas (fantasiosas), horribles algunas de ellas, terroríficas muchas, sobrecogedoras la mayoría.
ResponderEliminarPero para mí lo más aterrador es cuando la realidad supera todas esas ficciones.
Comparto con Frankl y con Kertész (y entiendo que contigo también) que la respuesta, si es que hay alguna, no está en el viento.
Un abrazo fuerte.
Nicolás, esa foto de la entrada de Auschwitz es el símbolo de la puerta del infierno.
ResponderEliminarLos seres humanos reaccionan de forma diversa en similares circunstancias. Es evidente que todos los internados se encontraban en situaciones extremas y que en esas condiciones, ser capaces de intentar dirigir tu destino es algo, como mínimo, casi imposible. Aún así, todos los testimonios escritos hablan de lo mismo: la necesidad de no abandonarse y actuar casi automáticamente para conseguir un fin que, obviamente, en muchas ocasiones ni siquiera así llegó. Repito que, en todo caso, Frankl realizó una labor de investigación para tratar de averiguar qué motivo inducía a unos prisioneros a intentar sobrevivir a toda costa y a otros no.
Me sumo totalmente a tus palabras. Estos acontecimientos fueron vergonzosos para todas las naciones que no reaccionaron a tiempo para evitar el desastre. Entiendo que es una historia que se va repitiendo eternamente (recordemos la historia que traje del Congo o la más actual de la guerra de los Balcanes, por no hablar de las continuas tragedias en el continente africano). Cuesta salir del pesimismo sobre la maldad del ser humano.
Un abrazo y gracias por tus sabias palabras.
Pues sí Ana, hiela saber que en el mismo espacio conviviera el cielo artístico y el infierno humano. Las raíces históricas del nazismo parecer beber de ideales románticos, pero que tragos tan amargos consumieron.
ResponderEliminarUn abrazo.
Anabel, ya te dije que tu aportación sería muy interesante y por eso te animé a traerla.
ResponderEliminarLo que apunta Levi también se encuentra en los dos libros que traigo e imagino que fue lo único a lo que pudieron agarrarse unos cuantos.
Lo que dices, lo dices bien y lo suscribo. Nada más puedo apuntar.
Jose, la más terrorífica de las historias es la real. Siempre he imaginado la entrada a un campo de concentración como Auschwitz, con el olor a muerte respirándose, con el frío calando tus huesos después de un viaje hacinado en un miserable vagón de tren, con la sensación permanente de miedo a lo desconocido, con personas que te gritan y golpean, con una fila que te indica el camino de la muerte o de la agonía. ¿Es posible imaginar algo más terrorífico?.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estimado Carlos,
ResponderEliminarSolo comentar que el libro de Frankl fue para mí, inspirador. Una obra de obligada lectura para todos aquellos que no habeis tenido la oportunidad de hacerlo. Así, muchos de los mejores formadores y coachers empresariales como Victor Kuppers o Carlos Andreu, lo utilizan como ejemplo de motivación y superación en sus charlas.
Por otro lado permíteme, con la disculpa al resto de participantes por el off topic, saludarte y expresarte la tremenda ilusión que me ha producido reencontrarte, viejo amigo.
Abrazos,
Giaco
Osti Giaco, un placer enorme reencontrarte y leerte amigo. Me has obligado a volver mucho tiempo atrás y rememorar tanto bueno compartido.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe parece; Carlos, que tu conclusión sobre la actitud de Kertesz es justo la contraria de la que propone este grandísimo escritor -o, por lo menos, de la que yo interpreto de la lectura de "Sin destino"-. Al final de la novela, cuando el protagonista es requerido en el tranvía por un periodista para que le informe sobre lo que considera la heroicidad de la supervivencia, aquel asiente con desgana y, al apearse, echa la tarjeta que le ha dado el periodista a la papelera. Hace años que la leí,pero creo que mi recuerdo es fiel en este punto: la reflexión que acompaña a ese fragmento -y a toda la novela, diría yo- es que no hay ninguna heroicidad porque no hay ninguna capacidad de elección. Ni siquiera la afirmación cultural de judaísmo es fruto de la conciencia personal suya, sino de la discriminación a la que los someten los nazis. Esta es quizás una de las reflexiones más impresionantes de esta novela, que es, para mí, la antítesis de la banalidad de subproductos como "El niño del pijama de rayas".
ResponderEliminarUn saludo
(la supresión del comentario anterior se debe a que he omitido antes una conjunción)
Ricardo, he vuelto a releer esas últimas páginas con la intención de entender tu reflexión. Retomo una de las últimas frases que me pareció significativa, después de estar hablando sobre el destino determinado que le había tocado vivir: "Yo había dado unos pasos y no otros, y puedo decir que dentro de mi propio destino siempre había actuado con honradez (...)Si existe la libertad entonces no puede existir el destino, por lo tanto, nosotros mismos somos nuestro propio destino -de repente reparé en ello con una claridad como nunca había tenido antes-". Mi interpretación se basa en estas últimas frases que el protagonista se va lanzando a si mismo, mientras dialoga con los vecinos. Supongo que al confrontarlo con el texto de Frankl he creído ver una misma dirección reflexiva. Pero bueno es una interpretación.
ResponderEliminarUn saludo.