La evolución mitológica de las sirenas desde su forma de monstruo con cabeza y pecho de mujer y cuerpo de ave hasta trocar éste por uno de pez de larga cola va pareja a su transmutación de un ser perniciosamente seductor en busca de víctimas a otro más melancólico y erótico, pero igualmente cautivador. En la Edad Media, la sirena se convierte en un personaje muy atractivo debido a su atemporalidad y su no pertenencia completa al mundo de los humanos. Paracelso la cita en su Libro de las ninfas, sílfides, pigmeos, salamandras y de otros espíritus – inspiración directa para la obra de Fouqué- y el arte se encarga de representarla en capiteles, pinturas, sillerías y otras manifestaciones artísticas como motivo de la tentación y la perdición a la que se ve abocado el ser humano, algo ya presente en las obras griegas clásicas de Homero o Apolonio de Rodas. En la mitología germánico-escandinava, el equivalente a las sirenas son las ondinas, que suelen habitar en manantiales, lagos y ríos.
Y es en el contexto de la literatura germánico-escandinava donde reaparece el mito de la ondina-sirena como tema recurrente del Romanticismo. En la búsqueda de las raíces populares, el cuento se recupera como género literario y se diverge en cuento popular —de transmisión oral sin autor conocido— y cuento de autor —composición en base a una historia o leyenda popular—. Según Novalis, el cuento constituye el único género capaz de reconstruir una imagen de la perfección futura a partir de una edad de oro pasada, donde los hombres vivían en armonía con la naturaleza. Asimismo se recupera el espíritu de una religiosidad primigenia, como bien apunta José Rafael Hernandez Arias: “La prioridad que dio el Romanticismo al sentimiento y a lo espiritual provenía de una mirada religiosa. Safranski tiene razón cuando habla del Romanticismo como una continuación de la religión con medios estéticos (…) El bosque, la noche, lo mágico y maravilloso, el demonio, la muerte, la locura, los sueños, las experiencias místicas, estos motivos aparecen una y otra vez en las obras del Romanticismo, obsesivamente, acompañados de una crítica de la vida urbana como corruptora de la naturalidad del ser humano y de una transfiguración del mundo medieval en el que se cree encontrar una fe verdadera”.
En consecuencia, partiendo del género cuentístico y recuperando esa fe mística religiosa, la ondina se presenta en la literatura como el sueño romántico de la inocencia e ingenuidad primitiva. Tenemos variados ejemplos de ondinas y sirenas en la narrativa de esta época, como la celebérrima La sirenita de Hans Christian Andersen, que es una variante infantil de ese amor no correspondido. Mucho menos intenso que el de Andersen y con la ondina como ser maléfico capaz de alejar a los enamorados, es el cuento de La ondina del estanque, recopilado por los hermanos Grimm. Quizás uno de los mejores cuentos de Oscar Wilde sea El pescador y su alma, pues trata dos temas fantásticos de forma excepcional: la sirena enamorada y el hombre sin alma o una variante del doble. Es curioso destacar que en España también existen dos ejemplos post-románticos, uno debido a Gustavo Adolfo Bécquer que en Los ojos verdes nos transmite la trágica historia de un gentilhombre seducido por la belleza de un ser que habita en un manantial. Por otro lado tenemos la historia de La ondina del lago azul de Gertrudis Gómez de Avellaneda, donde un joven soñador se ve atrapado por una supuesta habitante del lago. La historia tiene una explicación racional, pero abre las puertas a lo sobrenatural para quien decida creer.

La historia relatada en Ondina es de una belleza cautivante. En ella se transmite todo lo apuntado sobre el misterio de la fe y la naturaleza. La existencia libre y salvaje de Ondina choca con el correcto comportamiento cristiano representado por la figura del sacerdote, pero al que todos los demás personajes se atienen. La parte no humana de Ondina tiende a aflorar a pesar de obtener el amor deseado, mostrando así el autor la atracción que siente el ser humano por aquello que se relaciona con el más allá y el temor a sus consecuencias. La rivalidad surgida entre las dos mujeres del relato simboliza esa dualidad entre la norma social y el individuo en comunión con la naturaleza que pregonan los autores románticos. Un mundo fantástico se entremezcla con el real y consigue atraparnos el misterio de esos seres que pueblan el bosque y el lago, las evocadoras descripciones paisajísticas de Fouqué nos trasladan a un mundo de fantasía medieval contrastando la serenidad y vitalidad de la vida en la naturaleza con la tristeza permanente que emana de la vida en el castillo y la ciudad. Como cualquier historia de ondinas, todo tiende hacia la tragedia, ya que ese estado no humano no tiene cabida en un mundo que censura lo inexplicable. Pero la belleza de este texto parte de ese canto al primitivismo y la irracionalidad, donde la naturaleza se incorpora a la vida de los seres humanos y donde las palabras sugieren y evocan mundos casi oníricos.