Aunque no pertenezca
estrictamente al género fantástico, la trilogía de Gormenghast escrita por el
británico Mervyn Peake, es una obra desconocida fuera de ese ámbito. No
obstante, esa monumental obra tiene
una seria reputación académica, avalada entre otros por el pope Harold Bloom,
que la incluye en su canon occidental, y reconocida en su país de origen como
una de las obras fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Quizás sea el
encasillamiento en el género de una obra inclasificable, aún conteniendo
elementos góticos y grotescos pero no fantásticos, o su etiqueta de trilogía
frontalmente opuesta a la de El señor de
los anillos, lo que ha hecho que estos libros no encuentren un público
masivamente adepto, pero sí lectores muy fieles y totalmente entregados a sus
laberínticos entramados.
La trilogía, también conocida
como The Titus book - compuesta por Titus Groan (1946), Gormenghast (1950) y Titus
solo (1959)- fue creciendo a partir de la evolución del personaje de Titus
Groan, septuagésimo séptimo conde de Gormenghast, y tenía la intención de convertirse en una
saga más amplia, casi una epopeya, si el autor no hubiera enfermado
prematuramente. De hecho, su último libro se publicó sin la revisión total del
autor y se nos muestra como si estuviera incompleto o no totalmente modelado.
Aun siendo Titus el personaje que da nombre a dos de los libros, no es hasta la
mitad del segundo que empezará a tomar fuerza, para convertirse en Titus solo, en el auténtico
protagonista. Y es que en Titus Groan
tan sólo es el motivo de inicio del relato a partir de su nacimiento y de
puntuales escenas que permiten el avance y desarrollo de otros personajes,
mientras que en Gormenghast vamos viendo su crecimiento como un personaje
más, hasta que al final se erige en auténtico protagonista por oposición al
rebelde y villano Pirañavelo.
Pero en esta trilogía hay un personaje literario de enorme peso: la
fortaleza de Gormenghast. Este lugar sin ubicación conocida, como situado en un
mundo lejano y extraño, se nos muestra como inabarcable –incluso para los
propios moradores que desconocen muchos de sus rincones-, repleto de galerías
laberínticas, pasadizos oscuros, altísimas torres, amplios patios, mohosas
habitaciones, fuertes muros o elevadas pasarelas. Probablemente sea la figura
de este castillo, por similitud con esos caserones góticos arropados de
naturaleza, la atmósfera de decadencia
que emana de unos personajes torturados y sometidos a las rigurosas leyes y
pétreos rituales y su recargado lenguaje repleto de descripciones lo que
emparenta a estas novelas con la tradición gótica del fantástico. No obstante,
en sus páginas no encontramos elementos sobrenaturales ni mágicos, aunque la
extrañeza sea el material que lo envuelva todo, desde un tiempo indeterminado a
un aislamiento casi total del exterior. De hecho, se puede admitir que la
acumulación de hechos extraños –como diría Todorov- hace que presintamos que
existe algo fantástico en la narración.
La fortaleza de Gormenghast se
aparece como una entidad malévola que arrastra y somete con su aliento
espectral a la dinastía de los Groan y a todos sus moradores, mediante la
tradición, la ley y la estricta rigidez de sus normas. Como decía Rafael
Llopis, “sus habitantes son muertos en vida” que deambulan como sombras por un
laberinto decadente y sin luz. Pero en ese mismo espacio surge la rebelión
contra lo establecido a través de dos personajes: el maquiavélico Pirañavelo y el mismo Titus Groan. Se ha querido ver en
sus páginas una alegoría contra la ciega
sumisión a la tradición, la rígida organización clasista y el rancio sistema
educativo de la sociedad británica de su época y de ahí surge la búsqueda de la
libertad que ansía Titus. Acaso sea eso y mucho más, una obra inimitable o como
decía Anthony Burgess “no hay nada que se le parezca en toda nuestra literatura
en prosa”.
El poder visual que emana de sus
maravillosas y poéticas descripciones —no olvidemos que Peake fue un excelente
ilustrador y pintor— logra que entremos en la fortaleza y nos extraviemos
continuamente como un personaje más. El detallismo de sus laberintos
descriptivos con un lenguaje recargado que hace avanzar la acción de forma
parsimoniosa, plagado de metáforas y comparaciones de carácter sombrío, puede
parecer en algunos momentos agotador, aunque pienso que su finalidad es
envolver el espacio y la trama en una oscura confusión, permitiendo al lector
compartir la pesadumbre y el desasosiego de sus herrumbrosos habitantes. Pero
también encontramos un delirante, sutil
en ocasiones, sentido del humor que ridiculiza las costumbres y a sus
enfermizos personajes. Asimismo, la naturaleza cobra en el segundo libro un
significativo papel purificador frente al rigor de los pétreos muros y en
ocasiones refleja la grotesca distorsión de ese mundo:
“Una de estas gotas colgó por un
momento de una hoja de encina. Y mientras así colgaba, su cuerpo era titánico.
Todo el vasto verano creció en ella; reflejaba las hojas, el lago y el cielo.
La arboleda se extendía sobre ella, balanceándose junto con el calor, cada
rama, cada hoja. Y cuando las plumas azules echaban a volar, el movimiento del
paisaje en miniatura se estremecía, pendiendo. Al fin la gota se hundió y
descendió, y mientras se alargaba, el reflejo distorsionado de las altas y
ruinosas masas del distante edificio moteadas con ventanas anónimas, y de la
yedra posada sobre el ala sur como una mano negra, empezó a temblar dentro de
la perla estirada, a punto de desprenderse del borde de la hoja de encina”.
Los habitantes de esta oscura
fortificación tienen nombres evocadores. Encontramos al conde de Gormenghast
Lord Sepulcravo, una figura fantasmal que vive encerrado en su biblioteca creyéndose un buho y
esclavizado por la tradición que le exige permanentes rituales diarios; su
mujer Gertrude, quien vive continuamente rodeada y dedicada a sus amados
pájaros y gatos y desapegada de sus hijos; Titus Groan, el futuro conde que
busca continuamente rebelarse contra las imposiciones rituales mientras
reflexiona sobre su lugar en este mundo; lady Fucsia, la soñadora hermana de
Titus que habita en un permanente mundo de fantasía; Excorio, el fiel y
servicial criado del conde, apegado a la tradición; Agrimoho y Bergantín, sucesivos maestros del ritual ceremonioso y devotos
guardianes de las inmemoriales costumbres; el doctor Prunescualo, quizás la
única figura sensata e irónica de la función, símbolo de la razón y el caos y
el personaje más cercano al lector; Pirañavelo, el arribista e inteligente
servidor que acabará por detonar toda la acción y una de las creaciones más
memorables de toda la obra. Naturalmente pueblan también esta obra multitud de
personajes, como los profesores, las tías gemelas, los moradores del otro lado
o todos aquellos que aparecen en el tercer tomo de la trilogía, en la cual
Titus abandona el castillo para enfrentarse con otro mundo y para acabar
descubriendo que Gormenghast sigue muy presente en él a pesar del inicial
rechazo.
Quizás sean los dos primeros
libros los más deslumbrantes porque, además de situarse en Gormenghast, ofrecen
momentos épicos muy significativos: El
deambular de Pirañavelo por los tejados y torres, huyendo de su origen y
buscando la fisura que permita derribar la dinastía de los Groan, para acabar
entendiendo que el mal se debe ejecutar en las entrañas; la inacabable pelea
entre el grasiento cocinero Volturno y el fidelísimo Excorio, un prodigio de
tensión alargada; y el soberbio clímax final entre Pirañavelo y Titus en un
castillo inundado hasta las estancias superiores, inundación purificadora
frente a la destructiva maldad, donde aparece por primera y única vez el héroe
redentor. Aun así, en Titus solo, que
se desarrolla en un mundo de apariencia futurista aunque sospechosamente
contemporáneo, hay imágenes muy sugerentes como ese Subrío, que parece la
catacumba de los desheredados, y ese mundo estratificado vigilado por policías
inexpresivos y cámaras espía que nos recuerda mucho a Orwell.
Estas obras han tenido una muy
estimable adaptación televisiva de los dos primeros libros en 4 capítulos a
cargo de la BBC. Multitud de artistas han pretendido evocar el misterio de esta
obra e incluso el propio Peake esbozó de forma grotesca algunos de sus
personajes. Lamentablemente, la edición
de Minotauro está descatalogada y es casi imposible encontrarla en el mercado
de segunda mano (a no ser que sea en su lengua original), por lo que urge una reedición que de a conocer este hito
literario a nuevos lectores.