domingo, 4 de octubre de 2009

Regreso a El bosque animado

He regresado a la fraga de Cecebre para volver a ver al generoso ladrón Fendetestas, al enamoradizo Geraldo, al triste Fiz Cotovelo, a la soñadora Hermelinda, a la tierna Pilara, a Fuco, Hu-hu, Abrenoites o Trut, al bosque que tan lleno de vida soñó Wenceslao Fernández Flórez.
El bosque animado constituye la obra más perfecta y acabada de Fernández Flórez, una obra maestra de la literatura española mal que les pese a algunos. El autor supo conjugar en este libro toda su sabiduría, su crítica, su dominio del lenguaje, su ternura y su humor. "Sin ternura no hay humor" decía Fernández Flórez.
La fraga de Cecebre, cercana a La Coruña y donde nuestro escritor solía descansar de la capital, es un personaje en sí mismo que lo envuelve todo y de donde emanan todas las historias que componen ese tapiz fantástico y real, el mundo campesino y el de las tradiciones fantásticas con su santa compaña y sus meigas. Aunque existen personajes que van apareciendo por el libro, no se detiene en ninguno de ellos, sino que nos muestra pequeños fragmentos de sus vidas en comunión con el bosque que los envuelve, porque casi todo sucede allí (y si no se sueña con el lugar abandonado, como le sucede a Hermelinda). También los animales y los árboles tienen gran protagonismo, unas veces en forma de fábula clásica y otras como pequeñas historias de amor, humor y ternura. Y es que este libro es especialmente dulce, impregnado de un halo poético que no deja indiferente; en algunas ocasiones Fernández Florez recarga el lenguaje, otras se acerca a lo sublime en sus descripciones.
Hay un suceso enmarcado en la Guerra Civil que pudo haber hecho reflexionar al autor para concebir esta obra tan alejada de los desastres recientes. Al parecer, Fernández Flórez fue uno de los autores perseguidos al estallar la guerra, por no haberse mostrado partidario del gobierno del Frente Popular. Huyó hasta encontrar refugio en la embajada holandesa de Madrid, donde fue bien acogido, pues años atrás había escrito un libro de sentida admiración hacia ese país. La negativa del gobierno republicano a dejarle marchar al extranjero, provocó un incidente diplomático con Holanda que tuvo feliz resolución gracias a la intervención de Julián Zugazagoitia (Ministro de gobernación). Finalizada la guerra, Zugazagoitia fue apresado por la Gestapo en Francia y entregado a las autoridades españolas; éste solicitó la ayuda de Fernández Flórez, quién declaró en su favor durante el juicio, pero nada pudo hacer y el ex-ministro fue condenado a muerte y ejecutado. Tras el suceso, Fernández Flórez comenzó a escribir El bosque animado en su residencia de la fraga. Quiero pensar que este libro estuvo marcado, en parte, por este acontecimiento, ya que consiguió desnudarse completamente, mostrándose tierno, sensible y con un humor nada hiriente.
Wenceslao Fernández Flórez es un autor nacido a finales del siglo XIX que no suele aparecer en algunas Historias de la literatura -o de forma muy breve-. Fue marginado por motivos extraliterarios, es decir, por su marcado liberalismo, su crítica a la República o su cercanía a Franco -parece que era uno de los pocos que tuteaban al dictador-. Olvidamos que en sus famosas Acotaciones de un oyente, lanzó dardos a diestra y siniestra y sobre todo a la mediocridad de algunos políticos -todavía recuerdo como Luis Carandell, otro de nuestros grandes cronistas parlamentarios, alababa la fina ironía de Fernández Flórez y lo destacaba como gran maestro del periodismo político-. Este coruñés, reconocido como prestigioso humorista, fue también autor de una valiosa obra fantástica entre la que se encuentra esta novela y muchos de sus relatos -algunos de altísima calidad-.
Pienso que El bosque animado es por calidad literaria y por temática -dada su ferviente defensa de la naturaleza- una lectura muy recomendada para nuestros jóvenes en la escuela, amena y que deja buen poso.

2 comentarios:

  1. Los árboles tienen muchas luchas. Los mayores asombran a los pequeños, que crecen entonces con prisa para hacerse pronto dueños de su ración de sol y, al esparcir las raíces bajo la tierra, hay algunos demasiado codiciosos que estorban a los demás en su legítimo empeño de alimentarse. Pero entre todos los seres vivos de la fraga son los más pacíficos, los más bondadosos, los que poseen un alma más sencilla e ingenua. Conviene saber que carecen absolutamente de vanidad. Nacen en cualquier parte e ignoran que, sólo por el hecho de crecer allí, aquel lugar queda embellecido. No se aburren nunca, porque no miran a la tierra, sino al cielo, y el cielo cambia todo, según las horas y según las nubes, que jamás es igual a sí mismo. Cuando los hombres buscan la diversidad, viajan. Los árboles satisfacen ese afán sin moverse. Es la diversidad la que se aviene a pasar incesantemente sobre sus copas.
    Ellos son también diversidad. Como quiera que se agrupen, siempre forman un conjunto armonioso, y hasta los que nacen aislados en la campiña o sobre los cerros parecen tener una profunda significación que emociona el espíritu. Si los troncos son rectos, nos impresiona su esbeltez; si torcidos y atormentados, no deja de haber en ellos una sugeridora belleza, algo que les humaniza ante nuestros ojos. Según avanzamos por un bosque, alineación de sus árboles, el perfil del ramaje, el artesonado de las hojas cambia y el panorama se renueva incesantemente con perspectivas en que las formas se conjugan en modos infinitos, como los hombres no han acertado a conseguir ni en el más complicado y fastuoso de los bailes.
    La Desgracia -que conoce todos los caminos del mundo- pone también, a veces, sus lentos pies en los senderos del bosque. Es cuando acuden los leñadores con sus hachas de largo mango, o cuando el furioso vendaval apoya su espalda en la tupida fronda, y empuja hasta sentir el crujido mortal del tronco, o cual el ascua desprendida de una locomotora hace nacer entre la hierba seca una lenguecilla roja que después se multiplica y crece y corre y se eleva hasta colgarse de las ramas que se retuercen y, chisporrotean y abaten. Pero todo esto es infrecuente y la calma feliz es la habitual moradora de la fraga.

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  2. Estos son los fragmentos que demuestran que esta obra no debe pasar desapercibida.Un placer para la vista o el oído. Gracias

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