La guerra civil española es un
conflicto que se ha perpetuado en nuestra memoria y aunque la mayoría de las
personas que participaron en el mismo ya han desaparecido, el eco de lo
ocurrido sigue reverberando. Como en una
herida no cicatrizada, la ficción ha hurgado constantemente en el conflicto en su
empeño por hacernos entender nuestro
presente. El laberinto español del que hablaba Brenan tiene muchos caminos para
una salida unitaria y mucho me temo que la bipartición social vuelve a repetir
sus esquemas una y otra vez.
De todas formas, la guerra civil
también significó el origen de una interesante experiencia que, aunque no tuvo
continuidad al truncarse por la derrota, sacó a la luz lo mejor de una sociedad
necesitada de cambios. La revolución que se produjo en una parte de esa España
quebrada destella, más de 80 años después, como una brillante luz surgida de
la más profunda de las dolencias. Escribía Jaime Gil de Biedma ese dolor:
“De todas las historias de la Historia
la más triste sin duda es la de España,
porque termina mal. Como si el hombre,
harto ya de luchar con sus demonios,
quisiera terminar con esa historia
de ese país de todos los demonios”
En el interesantísimo documental
de Juan Gamero Vivir la utopía, las
voces de aquellos que estuvieron allí, de los que posibilitaron que durante los
largos meses del conflicto la utopía de los oprimidos fuera real, van desgranando las bondades de una experiencia
única. Y es que en ese corto período de tiempo se puso en marcha una auténtica
revolución popular que sorprendió tanto dentro como fuera de España y que a la
postre fue una de las causas directas que motivaron la flagrante decisión de no
intervención de las potencias aliadas, supuestamente favorables a la República.
Ese período de colectivización, emprendido esencialmente en territorios como
Aragón, Cataluña o Valencia fue uno de los mayores logros de justicia social
que se han llevado a cabo en este país.
Pero como la historia ya ha sido
contada en numerosas ocasiones y muy bien contada por tantos historiadores
–destaca, por cierto, el sorprendente interés que ha tenido este tema desde
hace tiempo entre los hispanistas británicos-, me limitaré a hablar sobre un
libro mítico, contemporáneo del conflicto y escrito por un auténtico visionario
y sabio observador de la realidad; me refiero a Homenaje a Cataluña de George Orwell. Este autor se convirtió en un
testigo directo de los hechos durante varios meses al participar como miliciano
del POUM, después de acudir voluntariamente desde Inglaterra con la idea de combatir al fascismo, que en
aquellos tiempos descollaba peligrosamente. En el texto logró atrapar, gracias a la sinceridad
y la serenidad de sus análisis, las sensaciones reales que se daban en el
ambiente y no la épica que otros escritores trataban de enaltecer. Esta obra es
la crónica de su paso por la guerra y el intento de comprender, a seis meses
vista y cuando el conflicto aún no había finalizado, lo que allí estaba
ocurriendo. Aunque es una obra limitada por no tener Orwell una visión de
conjunto, su vitalidad y emotividad lo convierten en una pieza imperecedera.
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Milicianos del Poum. Orwell es el más alto del fondo |
Lo cierto es que Homenaje a Cataluña se lee casi como una
novela de acción, donde el personaje nos va narrando con absoluto puntillismo
todo aquello que le va sucediendo. Especialmente logrados son los capítulos de
su época en las trincheras, donde el autor empieza a cuestionarse
verdaderamente las miserias de la guerra y la sensación de pérdida de tiempo
constante, mientras el frío, los piojos, las ratas y la mala coordinación provocan su desesperación. Asimismo, los
hechos de mayo del 37 en Barcelona que el autor vivió en carne propia, son un
documento histórico casi único y nos dan una idea real de lo que allí sucedió,
más allá de los análisis históricos.
Ken Loach en Tierra y Libertad, realizó una aproximación a la historia vivida
por Orwell, generando de nuevo amplios debates sobre la lucha interna entre
las fuerzas de izquierda. Era evidente que la herida seguía abierta, pero
Orwell, como demostró más tarde en Rebelión
en la Granja o en 1984, fue un
visionario crítico y sincero que supo asumir sus limitaciones y errores pero
que descubrió el mal que se encubría en las interioridades de la República y
sus aliados. En el documental Extranjeros de sí mismos de Jose Luis López-Linares y Javier Rioyo, los combatientes
internacionales que hablan de su experiencia confirman esa sensación de derrota
interior también, de haber luchado en una guerra por unos ideales que
parecieron diluirse en ciertos momentos. Todavía es emocionante comprobar cómo
un brigadista excombatiente no acaba de entender que desean de él, de un
perdedor que toda su vida ha ocultado la derrota de sus ideas. El homenaje que
rinden López-Linares y Rioyo es sincero porque sólo pretende dar voz a aquellos
que entregaron un fragmento de sus vidas en una experiencia, según los propios
entrevistados, que les marcaría para siempre.