
Siempre que se habla de Rudyard Kipling surge instantáneamente el apelativo de "cantor del imperio británico", con la única intención de denostarlo por haber sido el escritor más identificable con esa época de colonialismo paternalista. Pero no debemos olvidar que Kipling nació en Bombay y su primera infancia y algunos tramos de su juventud los pasó en la India, país que tanto significó en sus escritos y que por tanto nadie conoció y describió mejor ese mundo que él. Aunque defendió esa manera de actuar en las colonias británicas, también fue crítico cuando debía y es que de hecho se puede hablar de Kipling como un autor que exigía toma de conciencia y responsabilidad ante el alcance de ese imperio. Supo captar la tradición y cultura indostánica e incluso sus historias están repletas de un vocabulario hindi que dominaba a la perfección, proporcionando con sus escritos un retablo auténtico de la India de aquella época. Si todo esto no es suficiente para librar a este autor de esa pesada lacra que tanto mal le ha hecho durante años, he de recurrir al siempre atento Borges que, hablando en defensa del autor, escribió una atinada verdad: "Suele juzgarse a un escritor por sus opiniones -lo más superficial que hay en él- más que por su obra".
Además Kipling escribió mucho para niños y jóvenes y esa es otra de las cargas que han impedido que se le tome en serio y que sea reconocido como el gran narrador que fue. Su lenguaje era muy cuidado y trabajado y su vocabulario riquísimo, pues como decía el mismo Borges: "Era, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario". El mismo Kipling reconocía en Algo sobre mi mismo que realizó un gran trabajo para dominar la palabra y convertirse en un gran estilista de la lengua inglesa: "No hay una sola línea en mis versos ni en mi prosa que yo no la haya masticado hasta que la lengua la ha hecho completamente homogénea". Y aunque es cierto que sus obras más imperecederas pertenecen a una literatura que se cataloga como juvenil -me refiero fundamentalmente a El libro de la selva, Kim, Capitanes intrépidos, Puck o Precisamente así-, también creo que todas ellas rebasan esa línea clasificadora y pueden ser leídas con fruición en cualquier edad, debido a su profundo saber narrativo y a su riqueza lingüística. Muchas de sus historias nos envuelven en ese caleidoscópico mundo de la India que tanto le apasionaba y navegan constantemente entre la fantasía y el costumbrismo.
Pero como decía anteriormente, Kipling es recordado como un autor al que los niños y jóvenes adoran especialmente, pues siempre tuvo una sensibilidad especial para conectar con los más jóvenes, único público por el que siempre sintió atracción y es muy probable que las trágicas experiencias personales de su infancia le ligaran para siempre con ese quebradizo período. En Algo sobre mi mismo, Kipling recuerda aquellos funestos años pasados en lo que denominó "casa de la desolación" -casa inglesa donde presuntamente recibía la educación por parte de un matrimonio, alejado del idílico mundo donde había nacido y de sus padres- y que más tarde convertiría en el conmovedor relato Bee, bee, ovejita negra. Este drama debió marcar la temática de sus historias y de ahí la abundancia de narraciones dedicadas a los más jóvenes; toda una declaración de intenciones.

Después de muchos vaivenes vitales y de recorrer mundo, Kipling pudo establecerse con su mujer en Vermont, constituyendo éste su segundo paraíso. Allí nacieron sus dos hijas, escribió los dos Libros de la Selva y gestó Capitanes intrépidos. Pero la felicidad pronto se truncaría para el escritor, al acaecer dos hechos dramáticos que acabarían por convertirlo en ese ser retraído y taciturno que nos ha llegado. Su primera y más querida hija Josephine murió de neumonía a los 6 años, algo que afectó muchísimo a Kipling pues profesaba un enorme amor por sus hijos -que ya eran tres con el nacimiento de John-. Imagino que incluso eso pudo ser un acicate para que pusiera toda la felicidad posible en sus escritos para niños, lo cual se nota en una lectura atenta de sus libros, donde se percibe una sutil empatía por estos. Para su hijo John escribiría el celebérrimo poema If, donde un padre apela a motivos de entereza, convicción o serenidad -entre otras virtudes- para la formación de un hombre y, aunque el escrito debe leerse en un contexto de preguerra y colonialismo, no deja de ser en muchos puntos una válida formación ética. Para desgracia del autor, su hijo también desaparecería en la I Guerra Mundial y el pesimismo ya nunca le abandonaría.
El hecho de que Kipling escribiera gran parte de su obra pensando en los niños no debería ser nunca un impedimento para considerarle un gran escritor, cosa que sí le reconocían hasta sus más duros críticos. Twain, Stevenson o Henry James se descubrieron ante su calidad literaria e incluso pasa por ser uno de los primeros Nobel indiscutibles -siendo además el más joven premiado que ha habido nunca-.
En definitiva, Kipling siempre se aproximó sin prejuicios a los niños y se refirió a ellos con ternura y comprensión: "los niños apenas cuentan más que bestezuelas, pues aceptan lo que les ocurre como si fuera establecido por leyes eternas e inmutables". Estos detalles son los que hacen de Kipling un personaje eternamente simpático.
Aun así, para aquellos que creen superado este tipo de literatura, existe un Kipling narrador de relatos cortos. Sus cuentos pasan por ser piezas maestras del género y nadie debe pasar por alto esas historias que bordean la fantasía y el retrato tan acertado de la sociedad India y británica. Historias como El mejor relato del mundo, El hombre que pudo reinar, La extraña galopada de Morrowbie Jukes o La casa de los deseos -recogidas entre otras en una estupenda edición de Acantilado- son imperecederas obras que afortunadamente se mantienen a pesar de la injusta fama de su autor.