

Mark Twain habla de su nacimiento, riéndose de las estadísticas y de sí mismo cuando dice: "El pueblo se componía de un centenar de personas y yo aumenté la población en un uno por ciento. Es mucho más de lo que el hombre mejor de la historia podía haber hecho por un pueblo". Ahí está la fuerza del ingenioso autor, la brevedad y la rotundidad de una frase que explica un hecho común de una forma divertida. En el almanaque de Cabezahueca Wilson nos deja otra de sus frases lapidarias llenas de festivo humor: "Adán era hombre, esto lo explica todo. No deseó la manzana por la manzana en sí, sino porque estaba prohibida. El error consistió en no prohibirle la serpiente...pues entonces se la habría comido". De hecho Mark Twain escribió una de sus obras más divertidas basándose en el tema de la creación, su Diario de Adán y Eva es un escrito elaborado en forma de dietario donde el ingenio humorístico fluye con total precisión. Marina cita a Bajtin diciendo que "La parodia desmonta los ritos y las imágenes monoestilísticas de cuanto se convierte en estático y se erige en autoridad" y es que la parodia sobre la creación de Twain es ciertamente liberadora de creencias.
A veces su sentido del humor se convierte en comentario chistoso, como cuando afirma que "Dejar el vicio de fumar es la cosa más fácil del mundo. Lo digo con experiencia, porque yo lo he dejado mil veces". La levedad, es decir la ausencia de gravedad que proporciona el comentario jocoso pertenece a ese reino del ingenio que tanto frecuenta Twain. Pero también sabe navegar en los mares de la sátira, la burla y en ocasiones el sarcasmo, como cuando ataca a Webster, causante de su ruina editorial: "Webster era un buen agente general, pero no sabía nada de publicaciones y se mostraba incapaz de aprender nada sobre ello. Con el paso del tiempo me di cuenta de que se había comprometido a resucitar la Vida de Cristo de Henry Ward Beecher. Yo le sugerí que debería haberla intentado con la de Lázaro, porque ya se intentó una vez y todos sabíamos que se podía hacer".
Yo, que siempre he sido proclive a sentir admiración por los ingeniosos, reconozco en Mark Twain a uno de los grandes y leo atento su inteligente verbo, gozando en silencio con sus talentosos juegos.