
Parece ser que el encorsetamiento de la época victoriana obligó a los escritores a buscar salidas en la fantasía creativa y es por esto que se puede hablar de las islas británicas como una auténtica tierra de fantasmas y espectros.
Wells, que publicó sus obras más imperecederas a caballo entre el XIX y el XX, fue hijo de este tiempo y también se contagió de esa necesidad de escapar de la realidad. Su obra de ciencia-ficción (término acuñado con posterioridad por el escritor y editor americano Hugo Gernsback en 1926) es lo mejor que nos legó; historias contadas con sencillo vocabulario, pero con un gran poder imaginativo: La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible, La guerra de los mundos y tantas otras, que se convirtieron inmediatamente en clásicos y que conservan intacta la sensación placentera para cualquier lector. El mismo Borges confesaba : "Lamento haber descubierto a Wells a principios de nuestro siglo, querría poder descubrirlo ahora para sentir aquella deslumbrada y, a veces, terrible felicidad".
Pero Wells también fue maestro en la narración corta, dejando algunos libros de relatos realmente excepcionales, con una poderosa capacidad de inventiva. Sus pequeñas historias han sido el inicio de casi todo lo que la ciencia-ficción ha desarrollado después y es por eso que se le considera como fundador del género, aunque más nombrado que leído. Pero es muy probable que Wells superara todo eso, pues en sus historias está el germen de su obra posterior, de sus preocupaciones sociales: perteneció a la Sociedad Fabiana, cuyo objetivo era instaurar el socialismo de forma pacífica. Sus libros de relatos, que actualmente se pueden encontrar traducidos casi integramente, son un deleite para los amantes de las historias fantásticas y contienen piezas memorables, incluso un adelanto muy brillante de la sociedad que nos iba a presentar Orwell en 1984.
De todos sus cuentos destaca especialmente para mí El país de los ciegos. Es un relato que se presenta como una historia legendaria, donde el autor nos introduce con una brillante economía narrativa en el origen de este mítico país de fábula. La historia narra con perfecta verosimilitud la incapacidad de un hombre, que aparece accidentalmente en aquel paraje, para dominar a los "limitados" habitantes de aquel país, la imposibilidad de imponer la superioridad que da la visión en una sociedad cerrada: el protagonista se obceca en repetirse a sí mismo que "en el país de los ciegos el tuerto es el rey". Alberto Manguel también apunta con buen tino que la obra se puede ver como "la tragedia del profeta, del artista, del visionario, de aquel que por entender lo que otros no entienden, por ver lo que otros no pueden ver, es condenado al escarnio". En todo caso es un relato que nos introduce en otro Wells, quizás más alegórico, pero también de gran fuerza creadora, con un tono de fantasía menos científica.
Italo Calvino escogió este relato para su antología de cuentos fantásticos del XIX y Borges lo seleccionó entre sus grandes cuentos para su memorable colección de La biblioteca de Babel. El peso de ambos autores debería ser suficiente para recomendar su lectura.
Wells, que publicó sus obras más imperecederas a caballo entre el XIX y el XX, fue hijo de este tiempo y también se contagió de esa necesidad de escapar de la realidad. Su obra de ciencia-ficción (término acuñado con posterioridad por el escritor y editor americano Hugo Gernsback en 1926) es lo mejor que nos legó; historias contadas con sencillo vocabulario, pero con un gran poder imaginativo: La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible, La guerra de los mundos y tantas otras, que se convirtieron inmediatamente en clásicos y que conservan intacta la sensación placentera para cualquier lector. El mismo Borges confesaba : "Lamento haber descubierto a Wells a principios de nuestro siglo, querría poder descubrirlo ahora para sentir aquella deslumbrada y, a veces, terrible felicidad".
Pero Wells también fue maestro en la narración corta, dejando algunos libros de relatos realmente excepcionales, con una poderosa capacidad de inventiva. Sus pequeñas historias han sido el inicio de casi todo lo que la ciencia-ficción ha desarrollado después y es por eso que se le considera como fundador del género, aunque más nombrado que leído. Pero es muy probable que Wells superara todo eso, pues en sus historias está el germen de su obra posterior, de sus preocupaciones sociales: perteneció a la Sociedad Fabiana, cuyo objetivo era instaurar el socialismo de forma pacífica. Sus libros de relatos, que actualmente se pueden encontrar traducidos casi integramente, son un deleite para los amantes de las historias fantásticas y contienen piezas memorables, incluso un adelanto muy brillante de la sociedad que nos iba a presentar Orwell en 1984.
De todos sus cuentos destaca especialmente para mí El país de los ciegos. Es un relato que se presenta como una historia legendaria, donde el autor nos introduce con una brillante economía narrativa en el origen de este mítico país de fábula. La historia narra con perfecta verosimilitud la incapacidad de un hombre, que aparece accidentalmente en aquel paraje, para dominar a los "limitados" habitantes de aquel país, la imposibilidad de imponer la superioridad que da la visión en una sociedad cerrada: el protagonista se obceca en repetirse a sí mismo que "en el país de los ciegos el tuerto es el rey". Alberto Manguel también apunta con buen tino que la obra se puede ver como "la tragedia del profeta, del artista, del visionario, de aquel que por entender lo que otros no entienden, por ver lo que otros no pueden ver, es condenado al escarnio". En todo caso es un relato que nos introduce en otro Wells, quizás más alegórico, pero también de gran fuerza creadora, con un tono de fantasía menos científica.
Italo Calvino escogió este relato para su antología de cuentos fantásticos del XIX y Borges lo seleccionó entre sus grandes cuentos para su memorable colección de La biblioteca de Babel. El peso de ambos autores debería ser suficiente para recomendar su lectura.