domingo, 28 de abril de 2013

Jean Ray



El  escritor belga Jean Ray supo crearse una vida acorde con sus personajes y envolverla del misterio y suspense que tan bien desarrolló en sus narraciones. Hoy en día casi nadie lo recuerda, pero aquellos que se acercan a su obra intrigados por el halo subyugante que desprende su biografía, quedan hechizados por sus fantásticas historias. El malditismo de Jean Ray lo ha convertido en una figura de culto, oscura y casi inaccesible, que merecería mayor fortuna editorial.
Nacido Jean-Raymond-Marie de Kremer en 1887 en la ciudad de Gante, habitó en la calle Ham, situada en el barrio portuario que tanto marcaría sus obras. Publicó ya sus primeros escritos juveniles en flamenco mientras trabajaba en la administración y aunque utilizó diferentes seudónimos en su carrera literaria: John Flanders, Tiger Jack, Kaptain Bill o John Sailor, su reconocimiento vino asociado al nombre de Jean Ray, con el que publicó su primera colección de cuentos verdaderamente importante en 1925, Los cuentos del Whisky.
Pero en su biografía destaca un hecho que marcaría poderosamente sus escritos y que el mismo autor utilizaría en su provecho para magnificar la leyenda. En 1919 comenzaba a trabajar para el agente de cambio Auguste van Boegarde y seis años más tarde se instruía un caso de apropiación indebida contra éste y Jean Ray. Al parecer, el dinero defraudado se utilizó para financiar el contrabando de alcohol en Estados Unidos en plena época de la ley seca y por ello el autor sería condenado a seis años y seis meses de cárcel, que se vieron reducidos a cuatro y de los cuales sólo llegó a cumplir algo menos de tres. El altercado le sirvió a Jean Ray para escribir unos años después un artículo donde aumentaba de forma considerable su pasado filibustero y de paso se creaba una descendencia legendaria con orígenes de una abuela mestiza sioux y un padre marinero. El caso es que esta historia caló y además encajaba perfectamente con sus narraciones fantásticas y aventureras repletas de personajes marginales y vividores y de lugares siniestros y fantasmagóricos. Mucho narró Jean Ray sobre misteriosas calles y casas, oscuras tabernas, cementerios olvidados o barcos malditos, pero también lo hizo al contar su vida de contrabandista, pirata y pendenciero.
En la cárcel siguió escribiendo –entre otros su memorable relato de La callejuela tenebrosa-, pero al salir tuvo que utilizar uno de sus numerosos seudónimos para evitar que su historia repercutiera en la publicación y venta de sus libros. Entre la enorme cantidad de obras que escribió de todo tipo, se dedicó a traducir del alemán las historias de un personaje creado a imagen y semejanza del exitoso Sherlock Holmes. Se trataba del detective Harry Dickson, del que, cansado de la mala calidad de los originales, decidió crear historias nuevas, sucediéndose así más de un centenar de su propia cosecha. Era evidente que no le faltaba capacidad de trabajo y que además su técnica iba depurándose.
Con la llegada de la guerra, al cerrarse las fronteras, empezaron a aparecer numerosas editoriales de literatura popular y es aquí  donde se inicia el despegue del gran Ray que nos ha llegado pues, bajo el manto del fantástico, creará sus obras más representativas y alguno de los hitos del género para la segunda mitad del siglo XX. En 1942 aparece El gran nocturno, en 1943 Los círculos del espanto, Malpertuis y La ciudad del miedo indecible, en 1944 Los últimos cuentos de Canterbury, en 1947 El libro de los fantasmas y en 1961 su celebrada recopilación Los 25 mejores relatos negros y fantásticos. Y es que aunque escribió muchísimo, en estas obras se encuentra lo esencial  de Jean Ray, las obras de corte fantástico que dieron inicio a la llamada “escuela belga de lo extraño” que agruparía a autores como Franz Hellens, Marcel Thiry, Paul Willems o Thomas Owen y que abogaba por un fantástico cotidiano surgido de nuestra propia sensibilidad.
Jean Ray se muestra como heredero de los grandes maestros del fantástico, pero su universo fantástico no recurre a entes físicos. Su narrativa intenta perturbar el orden cotidiano de nuestro mundo en equilibrio mediante la irrupción de lo siniestro inexplicable y además creando la sensación de algo inevitable. En sus historias los temas son muy variados  aunque los mundos paralelos, el miedo y el misterio que evocan las calles oscuras y estrechas o las casas misteriosas son bastante recurrentes. Su estilo es eficaz porque combina la agilidad y rapidez de los grandes maestros anglosajones con un barroquismo repleto de palabras cultas y neologismos; con pocas frases y cortos diálogos provoca la inquietud necesaria que nos imbuye del espíritu ominoso. Su miedo no tiene forma, rehúye la descripción física mediante el recurso de la no-concreción o imprecisión y nada permite identificarlo con alguna realidad reconocible. Marinos, ladrones, funcionarios y gente corriente son las criaturas que aparecen en sus relatos, en lugares que recuerdan a su Gante natal de calles sombrías y poblado de tabernas que parecen santuarios de lo esotérico y donde el whisky se convierte en el líquido que insufla la vida a lo más recóndito y secreto.
De su novelística destaca poderosamente Malpertuis, una casa que acoge a antiguas deidades clásicas bajo el dominio de un gran demiurgo. Con una trama ambigua y laberíntica como la propia casa y alternando puntos de vista, el autor juega constantemente con el lector que acaba mostrando el mismo desasosiego que impregna la mansión. La ciudad del miedo indecible se presenta como una novela detectivesca de tonos oscuros, donde todos los hechos incomprensibles parecen tener una explicación racional pero dejando un incierto sabor ominoso. Y en sus colecciones de relatos se encuentran algunas de las historias más sorprendentes y poderosas de la narrativa fantástica del siglo XX como la célebre La callejuela tenebrosa, historia de una calle fuera del espacio real donde se suceden extraños hechos o la increíble historia de una casa muy especial en Storchhaus o la casa de las cigüeñas. También encontramos narraciones marineras que rescatan el terror al que nos tenía acostumbrado el mejor Hogdson como El salterio de Maguncia, o una historia vampírica en El guarda del cementerio. Ciertamente, sus libros están poblados de tantas maravillosas y oscuras fantasías como La princesa tigre, Dientes de oro, Busco a Mister Pilgrim, Mister Gless cambia de dirección y tantas otras, que me cuesta no dejar de recomendarlo encarecidamente.
Lamentablemente, sus obras son difíciles de encontrar en el mercado español, pues tan solo existen dos volúmenes que recogen una amplia selección de su obra y algunas piezas sueltas poco accesibles, por lo que sería necesario que alguna editorial rescatase a este autor tan interesante para darlo a conocer al menos entre los aficionados del género fantástico.


Para esta entrada he utilizado las Obras escogidas de la editorial Aguilar y las de la editorial Acervo (dos auténticas rarezas bibliográficas) que recogen lo más selecto de su producción. La editorial Júcar publicó además una amplia selección de sus historias de Harry Dickson en los años 70, que todavía se pueden encontrar en mercadillos. También he consultado Historia de las literaturas francófonas de la Editorial Cátedra y Escritores delincuentes de José Ovejero.