Las
colecciones de cuentos populares recopiladas por autores como Perrault, Andersen,
los Grimm o Afanásiev constituyen un trasfondo amplísimo de nuestro acervo
cultural y por ello son revisadas, reinterpretadas e incluso analizadas con
cierta periodicidad. Y, de entre las primeras recopilaciones, es la de Charles Perrault
una de las más brillantes y recordadas, pues allí se recogen con gran fortuna
por primera vez historias como Caperucita
roja, La bella durmiente del bosque, El gato con botas, Cenicienta o Pulgarcito. Cuentos de antaño, los titula
Perrault porque ciertamente su pasado lejano se remonta al inicio de la pura
invención literaria, “narrados por adultos para placer y edificación de jóvenes
y viejos; hablaban del destino del hombre, de las pruebas y tribulaciones que
había que afrontar, de sus miedos y esperanzas, de sus relaciones con el
prójimo y con lo sobrenatural, y todo ello bajo una forma que a todos les
permitía escuchar el cuento con delectación y al mismo tiempo reflexionar
acerca de su profundo significado”, nos explica el estudioso Bruno Bettelheim.
Y es que el relato maravilloso de tradición popular se nutre de las fuentes
míticas y rituales que son producto de un profundo vestigio cultural y que cumplen una función
civilizadora a través de su simbolismo.
En casi todas
las historias recogidas por Perrault se pueden detectar las fuentes escritas de
las que parten y que el autor supo reelaborar de forma magistral para ofrecer
un compendio de vicios y virtudes. La vigencia de estas historias, tras más de
trescientos años, demuestra la calidad de las mismas. Sin embargo, curiosamente
en la historia de Barba azul no se ha
encontrado ninguna narración que sirva de pauta, aunque la tradición sobre la
curiosidad femenina tiene un recorrido largo desde la manzana de Eva o la caja
de Pandora; sería por tanto un cuento de raíz tradicional pero con elementos
mucho más modernos.
Y sobre la
base de los Cuentos de antaño
recogidos por Perrault o La bella y la
bestia de Madame Leprince de Beaumont, Angela Carter hizo una relectura en
su imprescindible colección de relatos titulada La cámara sangrienta. Al reescribir estos cuentos, Angela Carter
pretendió desmontar los mitos que soportan el concepto de la función femenina
en nuestra sociedad y así cuestionar lo cotidianamente aceptado por la
tradición cultural. Carter, a diferencia de lo que propone Bettelheim en Psicoanálisis de los cuentos de hadas,
piensa que estas historias lo único que hacen es reforzar las premisas del
poder masculino y la victimización femenina, o sea que reproducen los esquemas
patriarcales simbólicamente. Así, en su libro de cuentos recrea en La dama de la casa del amor una bella
durmiente vampira nada sumisa en un trasfondo de sociedad decadente frente a
la modernidad. En El señor León enamorado y
La prometida del tigre reescribe con
singular belleza la historia de la bella y la bestia, pero remarcando una
crítica hacia la figura del padre. Licantropía
y En compañía de lobos –de la cual Neil Jordan
realizó una sugerente versión con guión de la misma Carter– se convierte en la
revisión subversiva de Caperucita, personaje que asume aquí un rol de mujer
fuerte y segura. La brillantez de Micifuz
con botas reside en el papel que
asume el gato para acercar a dos enamorados nada recatados, convirtiendo la
historia en un trasunto de la de Calisto y Melibea.
Pero, sin duda,
la mejor pieza es para mí La cámara
sangrienta ya que reelabora el texto de Barba azul desde una óptica feminista.
En ella plantea la autora, con exquisito detallismo, la antigua historia sobre
el deseo de conocimiento de la mujer que es ofrecido y prohibido a la vez, para
así poder castigar la tentación justificadamente. En el cuento de Carter existe
además una diferencia notable en su resolución, conteniendo asimismo una
crítica explícita poco habitual en este tipo de cuentos tradicionales. El
personaje femenino tiene un coraje poco común para aceptar las consecuencias de
su curiosidad y además recibe la inesperada ayuda de una madre descrita como
una aventurera capaz de encarar a un
grupo de piratas chinos e incluso matar a un tigre en sus días de juventud.
La cámara sangrienta
está repleta de detalles exquisitos que puntúan la sinfonía cruel hacia la que
se encamina la historia. La barba azul y larga –que ya anticipa el relato de
Perrault- es un símbolo de masculinidad e incluso bestialidad animal que remarca
la autora. Los libros que la protagonista mira con desdén en la biblioteca, así
como las pinturas que recubren las paredes del castillo son una advertencia de
lo que allí se oculta. El regalo de bodas lo constituye “una ancha gargantilla
de rubíes tan ceñida que me mordía la piel y, como una infinitamente preciosa
rajadura, parecía seccionarme la garganta” y un anillo de ópalo que había pertenecido
a Catalina de Médici –más que posible inductora de la matanza de la noche de
San Bartolomé-. Y por último ese manojo de llaves que incluye aquella que abre
la estancia secreta, la cámara de los horrores, que el marido ofrece y prohíbe para
justificación de su crueldad. El estigma de la llave ensangrentada grabado en
la frente parece señalar a la culpable que dignamente se encamina al cadalso.
Pero Angela Carter toma su justa venganza.
La escritura
de Angela Carter es muy elaborada y recargada en ocasiones, casi barroca. Se
toma sus momentos para la descripción, jugando bellamente con el lenguaje. Las
palabras sugieren permanentemente y la autora demuestra un vocabulario rico y
es que, si se puede hablar de exquisitez literaria en fondo y forma, este es uno
de esos libros.