miércoles, 14 de septiembre de 2011

Papini en corto


Desconozco que caprichoso motivo permite condenar al ostracismo a algunos autores, mientras otros siguen gozando del favor público o crítico. Me atrevo a conjeturar que ese supuesto capricho tiene que ver en la mayoría de ocasiones con la calidad del material y que por tanto el tiempo suele ejercer, ayudado por los vaivenes de la moda, una justicia implacable. Hemos visto recuperar a lo largo de la historia grandes obras que pasaron desapercibidas en su momento y que ahora descansan en el panteón de los clásicos gracias a algún azaroso motivo y por contra también conocemos multitud de autores consagrados en vida, cuyos libros reposan en las abarrotadas mesas de oportunidades y saldos.
De entre las definiciones que proponía Italo Calvino en su brillante ensayo Por qué leer los clásicos, con la intención de vislumbrar qué necesita un libro para llegar a ese estado, recupero estas dos: "Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo" y "Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone". Lo que viene a decir que hay autores y libros que permanecen imperturbables a cualquier tendencia porque ellos mismos constituyen el discurso de fondo del que se retroalimenta la cultura. Son libros que no necesitan protección porque, como decía Coetzee, se definen en sí mismos por la supervivencia.
Pero hay otro grupo de autores y libros que son dignos de  mejor suerte y que muchas veces por motivos extra-literarios o por no obedecer al dictado de las modas culturales han perdido el merecido protagonismo que su calidad les auguraba. A veces, se da el caso de que son rescatados por pequeñas editoriales que apuestan por las buenas narraciones, sin tener tan en cuenta las variables de mercado y ventas, embarcándose en empresas casi suicidas para rescatar aquellos textos que no deberían acabar en el olvido.
Y uno de los casos más sorprendentes de metódico e injusto olvido ha sido el del italiano Giovanni Papini, quien fuera durante toda su vida un agitador cultural con una obra inquieta y muy exquisita por momentos. Papini pasó, tras su muerte, al menosprecio más absoluto debido a sus radicales posiciones ideológicas e incluso en España también sucumbió a esas variables del destino que le encumbraron a la popularidad gracias a sus escritos de carácter religioso, para anegarlo más adelante, obviando casi por completo lo mejor de su obra. Este nefasto olvido se está encargando de subsanarlo en la actualidad la editorial Rey Lear que parece empeñada en hacer una improba labor de rescate que deberán agradecer aquellos lectores que no habían podido conseguir ninguna de sus espléndidas obras.
Aunque por suerte, algunos supimos detectar a través del exquisito y siempre perspicaz lector que fue Jorge Luis Borges la enorme calidad que atesoraban las narraciones breves de Papini. Borges se encargó de seleccionar y prologar para su Biblioteca Personal sus tres mejores libros de cuentos, a la sazón Lo trágico cotidiano, El piloto ciego y Palabras y sangre, para incluir después una selección de los dos primeros en su mítica colección de La biblioteca de Babel. Supongo que semejante aval sería suficiente para desempolvar esos viejos textos, pero si además descubrimos que algunos relatos de Papini guardan una estrecha relación con los del ciego porteño, la dicha puede ser doble en los admiradores de la obra borgiana. Desde luego Borges nunca dudo en reconocer la maestría y su deuda con Papini, al que le unía una enciclopédica cultura e idéntico final en su ceguera.
Los relatos que componen estos tres memorables libros son pequeñas perlas alegórico-metafísicas. No son puramente fantásticos todos ellos, aunque contienen ligeros detalles que provocan extrañeza e inquietud como en la mejor narrativa de género; ante todo vienen a ser interesantes reflexiones filosóficas sobre un envoltorio narrativo muy imaginativo que evocan temas variados: la huida de los ideales cimentados en la juventud, el determinismo, la etérea belleza y el paso del tiempo, la incapacidad de comunicar, la inutilidad del sacrificio humano, el amor no correspondido y un largo etcétera de breves pero intensas meditaciones. Y es que no debemos olvidar que el primer interés de Papini fue la filosofía y en concreto su ambición por desmentir y contradecir cualquier sistema filosófico a partir de su obra El crepúsculo de los filósofos. Borges ya destacó esa faceta en sus textos: "Tales conceptos no fueron meras abstracciones para Papini. A su luz compuso los cuentos que integran este libro".
La fantasía e imaginación en los textos de Papini ejercen por momentos como demoledora diatriba, dominada por el absurdo del alma humano, de la que se desprende una constante sensación de necesidad vital por la diferencia, de huida del lugar común y de disconformidad con la gente corriente y sin inquietudes. Sus cuentos dejan un poso indeleble en cualquier lector y por ello es un grato descubrimiento que se me antoja como una necesaria recuperación.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Simpatía por el diablo

El diablo no ha tenido nunca una iconografía estable pero sí un significado de oposición al bien tal como ha sido recogido principalmente por la cultura judeocristiana.  La figura del diablo ha servido durante siglos para que la Iglesia pudiera imponer sus formas y ejercer su dominio sobre una población carente de herramientas culturales que le permitieran evitar el temido descenso a los infiernos -de ahí la larga tradición de leyendas populares que tienen como figura principal a un demonio maléfico, castigador de malos comportamientos y aptitudes y sombrío señor del Averno-. No fue hasta que el período de la Ilustración trajo consigo, en lo que respecta al diablo, un proceso de distanciación religiosa que derivó en la adaptación del personaje como figura literaria, símbolo de las imperfecciones del ser humano.
Aunque sería una ardua tarea enumerar las narraciones que de una u otra manera han mostrado la figura del demonio en la literatura de manera real o simbólica, no puedo dejar de comentar una de esas obras maestras que nos ha legado el siglo XX y que tiene entre sus más brillantes personajes al mismísimo diablo y su séquito maligno. Me refiero a la obra cumbre de Mijaíl Bulgákov: El maestro y Margarita.
Bulgákov fue uno de esos trágicos personajes que tuvo el infortunio de desarrollar su carrera literaria en uno de los períodos más grises de la historia rusa, aunque quizás gracias a ello fue capaz de ofrecernos esta maravillosa obra de ingenio e invención que arremetía de forma contundente contra la burócrata y monótona sociedad moscovita post-revolucionaria, además de un alegato a favor del individuo y un personal ajuste de cuentas contra el sistema.
 
La obra de Bulgákov siempre estuvo en constante punto de mira, porque satirizaba con agudeza el pensamiento único al que se veía abocada la cultura rusa. El rechazo provocado por sus controvertidas opiniones dificultó constantemente la publicación de sus obras y finalmente, tras las persistentes denuncias públicas hacia su obra y su persona, se vio obligado a recurrir al mismo Stalin en forma de vergonzante súplica con palabras como estas: “Era yo el único lobo literario en la amplia estepa de las letras rusas. Me han aconsejado cambiar de piel. Un consejo estúpido. Aunque un lobo sea pintado, aunque sea esquilado, nunca se parecerá a un perro de lanas. Me han tratado como a un lobo. Durante años me han perseguido como lo suelen hacer durante batidas literarias”. Bulgákov recibió la llamada de Stalin concediéndole la plaza de asistente del director de escena teatral en el teatro de Arte de Moscú, un regalo envenenado que obligaba a un ser libre y creativo a plegarse ante el yugo del poder totalitario. Y durante este oscuro y dramático período –desde 1928 hasta 1940, año de su muerte-, estuvo Bulgákov trabajando en la creación de la obra por la que pasaría a la posteridad, con la salud consumida y totalmente ciego en sus últimos días, mientras dictaba correcciones a su fiel mujer Helena Shilovskaya. La obra no apareció hasta 1966 y con los consiguientes recortes de la censura, pues como ya imaginó su autor en vida, publicarla era una auténtica quimera. Pero es evidente que no debió pasar desapercibida ya que poco después se publicó en la versión sin censura que ahora podemos disfrutar.
A grandes rasgos la obra de El maestro y Margarita entreteje tres tramas de gran riqueza simbólica que se nutren entre sí. La historia más célebre es de tono satírico y a ratos grotesco y en ella el demonio de nombre Voland aparece con su peculiar séquito para poner patas arriba la corrupta sociedad moscovita, dedicando especial empeño en arremeter contra una esperpéntica asociación literaria. Una segunda historia de carácter romántico es la que acontece entre el maestro y Margarita, quien accede a un pacto faústico para conseguir recuperar a su amor. La tercera gran trama acaece en Judea y representa una historia de tono más épico y filosófico-moral, pues es la novela de Poncio Pilatos y sus reflexiones tormentosas provocadas al enviar un hombre sin culpa a la cruz. Y esta última historia es la novela que escribía el maestro, que acaba en el manicomio ante el rechazo recibido por la crítica.
El maestro y Margarita es un inmenso canto a la imaginación, la libertad y el individualismo, donde se critica con sana ironía a la masa uniforme, a las fuerzas represoras y a la élite privilegiada de escritores oficiales agrupados bajo el paraguas de la revista Massolit (literatura de masas). Las escenas donde Voland y su estrafalaria cohorte ridiculizan la mediocridad oficial son memorables e incluso el epílogo se convierte en una crítica demoledora a un sistema que es capaz de justificar lo injustificable. Jose Mª Guelbenzu expresa con acertadas palabras la fuerza de esta obra: “La crítica de Bulgákov iba directa al corazón del sistema y, por ello, una forma eficaz de expresión de la crítica como es la sátira se convierte en sus manos, por medio de la complejidad y de la capacidad de sugerencia que contiene, en la obra de arte que trasciende el oficio de la escritura”.
Pero también es una revisitación del mito faústico con los papeles intercambiados, donde el amor vence todos los obstáculos porque es un amor sincero y armonioso que convence al mismo demonio -una historia que se asemeja mucho a la vida del propio Bulgákov, aunque la literatura sabe ajustar las cuentas-. Por último es una lúcida reflexión sobre el individuo y el poder a través de la historia de Pilatos. Es, en definitiva, una obra tan rica en significados y con una fuerza de sugerencia simbólica tan potente que no resiste una sola lectura y es por ello que no puedo dejar de considerarla como una de las lecturas más gratificantes que he tenido la oportunidad de disfrutar.