lunes, 31 de enero de 2011

Miniaturas históricas

Guardo en la memoria las imágenes de esos antiguos álbumes de cromos que resaltaban en sus páginas algunas hazañas históricas  o ciertos momentos cumbre de la creación y la invención humana. Eran retratos de instantes pasajeros que la historia nos había dejado, postales que sabían captar la imagen fugaz de algún acontecimiento. Todos hemos crecido aprendiendo ciertos relatos históricos y reteniendo algunos personajes que nos han maravillado con sus proezas; muchas de las veces han sido instantáneas heroicas, pero otras tantas se nos han cruzado anónimos personajes y detalles aparentemente insignificantes que han quedado fijados en nuestro recuerdo.
Y es que la historia es una disciplina que nutre constantemente a las artes. Tantos personajes y hechos históricos han servido de sustrato literario que es corriente sentir hermanadas literatura e historia y es por ello que esta última nos atrae, como base de las ficciones que intentamos comprender desde todos los ángulos posibles. Pero a veces es la historia quien necesita de la literatura para mostrarse como un relato que nos acerque los acontecimientos. Cuando los hechos reales saben conjugarse con un modelo narrativo y la historia y el relato encuentran un punto común, la emoción de lo narrado puede convertirse en puro deleite. A Stefan Zweig le debemos uno de los libros más memorables que se han escrito a caballo entre la historia y la ficción narrativa, los Momentos estelares de la humanidad, catorce pequeños instantes elegidos por el autor, donde el genio de un momento ha producido un acontecimiento relevante de la historia.
Las catorce miniaturas históricas que Zweig recogió con su estilo tan emotivo son pequeños fragmentos desencadenantes de trascendentales consecuencias para el devenir de la humanidad o momentos decisivos de la creación individual y del arrojo de unos seres destinados a superar la historia. Personajes como el viejo orador Cicerón, que se mantiene firme en la defensa de su república y se enfrenta con dignidad a la muerte; el heroico y brioso Núñez de Balboa, quien se infunde de auténtica épica para ser el primer occidental en avistar los dos océanos que bañan América; George F. Haendel que consigue resucitar de su desahucio físico y componer el glorioso oratorio de El mesías; el capitán Rouget, quien debe al ingenio de una noche, en plena revolución, la composición de la inmortal pieza La marsellesa; Goethe y la gestación de su gran canto al amor, La elegía en Marienbad; Dostoievsky y la horrible pesadilla de su falsa ejecución; Tolstoi en su definitiva huida, consecuente con su pensamiento; Lenin con su necesario retorno a Rusia para encabezar la ansiada revolución; el presidente Wilson y su fracasado intento por gestar una paz definitiva entre los pueblos; J.A. Suter y su empecinamiento por la creación de un sueño que derivará en la formación del estado de California; Cyrus W. Field o la necesidad de tender puentes de comunicación entre Europa y América mediante el cable telegráfico; el capitán Scott en su lucha por arribar al último rincón inexplorado de la tierra; el fatídico error del mariscal Grouchy, quien obedeciendo ciega y obtusamente a Napoleón provocó su definitiva derrota en Waterloo; o la histórica caída de la ciudad de Constantinopla en manos del imperio otomano, debida a un pequeño descuido estratégico.
La obra de Zweig constituye un auténtico deleite como narración histórica, atenta a los detalles de genio que desencadenan los hechos. Su estilo se define por estar imbuido de emoción y pasión por lo narrado y nadie que haya leído este libro puede olvidar los detalles del trágico viaje que emprende Scott en su intento por conquistar el polo sur, la detallada minuciosidad con que nos relata los acontecimientos que se van sucediendo en la conquista de Constantinopla o el épico avance contra terrenos y adversarios que emprenden Nuñez de Balboa y los suyos por obtener su sueño. El abanico histórico recorre veinte siglos entre dramas, aventuras y decisiones que alumbraran nuevas formas de ver y entender el mundo. Zweig consigue hacernos sentir la emoción del devenir histórico con su apasionada narración tan cercana a los personajes y a los hechos. La historia nunca se nos había presentado de igual manera.
Stefan Zweig tuvo su momento en la historia de la literatura. Sus meritorias biografías eran la consecuencia de su extraordinaria colección de autógrafos, manuscritos y objetos a los que lograba dar vida en sus escritos dedicados a sus venerados y mitificados personajes históricos. Sus novelas se convirtieron en auténticos best-sellers del momento y tan solo el advenimiento del nazismo logró que sus libros fueran retirados de las librerías en masa, no volviendo a recuperar nunca más su prestigio. El hecho que se recupere casi toda su obra en nuestro país y que además obtenga un éxito sorprendente, nos indica que Zweig nunca fue un autor de moda sino un escritor de calidad que necesita salir del ostracismo al que fue condenado.

lunes, 24 de enero de 2011

Kipling y la infancia

Siempre que se habla de Rudyard Kipling surge instantáneamente el apelativo de "cantor del imperio británico", con la única intención de denostarlo por haber sido el escritor más identificable con esa época de colonialismo paternalista. Pero no debemos olvidar que Kipling nació en Bombay y su primera infancia y algunos tramos de su juventud los pasó en la India, país que tanto significó en sus escritos y que por tanto nadie conoció y describió mejor ese mundo que él. Aunque defendió esa manera de actuar en las colonias británicas, también fue crítico cuando debía y es que de hecho se puede hablar de Kipling como un autor que exigía toma de conciencia y responsabilidad ante el alcance de ese imperio. Supo captar la tradición y cultura indostánica e incluso sus historias están repletas de un vocabulario hindi que dominaba a la perfección, proporcionando con sus escritos un retablo auténtico de la India de aquella época. Si todo esto no es suficiente para librar a este autor de esa pesada lacra que tanto mal le ha hecho durante años, he de recurrir al siempre atento Borges que, hablando en defensa del autor, escribió una atinada verdad: "Suele juzgarse a un escritor por sus opiniones -lo más superficial que hay en él- más que por su obra".
Además Kipling escribió mucho para niños y jóvenes y esa es otra de las cargas que han impedido que se le tome en serio y que sea reconocido como el gran narrador que fue. Su lenguaje era muy cuidado y trabajado y su vocabulario riquísimo, pues como decía el mismo Borges: "Era, después de Shakespeare, el único autor inglés que escribía con todo el diccionario". El mismo Kipling reconocía en Algo sobre mi mismo que realizó un gran trabajo para dominar la palabra y convertirse en un gran estilista de la lengua inglesa: "No hay una sola línea en mis versos ni en mi prosa que yo no la haya masticado hasta que la lengua la ha hecho completamente homogénea". Y aunque es cierto que sus obras más imperecederas pertenecen a una literatura  que se cataloga como juvenil -me refiero fundamentalmente a El libro de la selva, Kim, Capitanes intrépidos, Puck o Precisamente así-, también creo que todas ellas rebasan esa línea clasificadora y pueden ser leídas con fruición en cualquier edad, debido a su profundo saber narrativo y a su riqueza lingüística. Muchas de sus historias nos envuelven  en ese caleidoscópico  mundo de la India que tanto le apasionaba y navegan constantemente entre la fantasía y el costumbrismo.
Pero como decía anteriormente, Kipling es recordado como un autor al que los niños y jóvenes adoran especialmente, pues siempre tuvo una sensibilidad especial para conectar con los más jóvenes, único público por el que siempre sintió atracción y es muy probable que las trágicas experiencias personales de su infancia le ligaran para siempre con ese quebradizo período. En Algo sobre mi mismo, Kipling recuerda aquellos funestos años pasados en lo que denominó "casa de la desolación" -casa inglesa donde presuntamente recibía la educación por parte de un matrimonio, alejado del idílico mundo donde había nacido y de sus padres- y que más tarde convertiría en el conmovedor relato Bee, bee, ovejita negra. Este drama debió marcar la temática de sus historias y de ahí la abundancia de narraciones dedicadas a los más jóvenes; toda una declaración de intenciones.
Después de muchos vaivenes vitales y de recorrer mundo, Kipling pudo establecerse con su mujer en Vermont, constituyendo éste su segundo paraíso. Allí nacieron sus dos hijas, escribió los dos Libros de la Selva y gestó Capitanes intrépidos. Pero la felicidad pronto se truncaría para el escritor, al acaecer dos hechos dramáticos que acabarían por convertirlo en ese ser retraído y taciturno que nos ha llegado. Su primera y más querida hija Josephine murió de neumonía a los 6 años, algo que afectó muchísimo a Kipling pues profesaba un enorme amor por sus hijos -que ya eran tres con el nacimiento de John-. Imagino que incluso eso pudo ser un acicate para que pusiera toda la felicidad posible en sus escritos para niños, lo cual se nota en una lectura atenta de sus libros, donde se percibe una sutil empatía por estos. Para su hijo John escribiría el celebérrimo poema If, donde un padre apela a motivos de entereza, convicción o serenidad -entre otras virtudes- para la formación de un  hombre y, aunque el escrito debe leerse en un contexto de preguerra y colonialismo, no deja de ser en muchos puntos una válida formación ética. Para desgracia del autor, su hijo también desaparecería en la I Guerra Mundial y el pesimismo ya nunca le abandonaría.
El hecho de que Kipling escribiera gran parte de su obra pensando en los niños no debería ser nunca un impedimento para considerarle un gran escritor, cosa que sí le reconocían hasta sus más duros críticos. Twain, Stevenson o Henry James se descubrieron ante su calidad literaria e incluso pasa por ser uno de los primeros Nobel indiscutibles -siendo además el más joven premiado que ha habido nunca-. 
En definitiva, Kipling siempre se aproximó sin prejuicios a los niños y se refirió a ellos con ternura y comprensión: "los niños apenas cuentan más que bestezuelas, pues aceptan lo que les ocurre como si fuera establecido por leyes eternas e inmutables". Estos detalles son los que hacen de Kipling un personaje eternamente simpático.
Aun así, para aquellos que creen superado este tipo de literatura, existe un Kipling narrador de relatos cortos. Sus cuentos pasan por ser piezas maestras del género y nadie debe pasar por alto esas historias que bordean la fantasía y el retrato tan  acertado de la sociedad India y británica. Historias como El mejor relato del mundo, El hombre que pudo reinar, La extraña galopada de Morrowbie Jukes o La casa de los deseos -recogidas entre otras en una estupenda edición de Acantilado- son imperecederas obras que afortunadamente se mantienen a pesar de la injusta fama de su autor.

domingo, 9 de enero de 2011

Un misterio vienés

Cuando a finales de los años 30 Jorge Luis Borges se interesaba en publicar la traducción castellana de la novela de Leo Perutz El maestro del juicio final, para incluirla en su selecta colección de novelas de misterio de El séptimo círculo, se estaba haciendo justicia a un escritor que empezaba a ser ignorado tras la diáspora vienesa de escritores judíos a la que llevó el advenimiento del nazismo. El sagaz Borges recuperaba una de las obras fundamentales del escritor praguense Leo Perutz, un matemático que hizo carrera literaria en los estertores de la Viena del fin del imperio austro húngaro.
El judío Perutz ha sido emparentado con Kafka en sus novelas e incluso Borges lo define como un Kafka aventurero y, de hecho, comparte con el ilustre narrador la nacionalidad, la época y curiosamente un puesto en la misma empresa, la Assicurazioni Generali (Perutz en la ciudad italiana de Trieste y Kafka en la sucursal de Praga). Más allá de estas coincidencias y tras la lectura de esta novela, no me atrevería a confirmar tal influencia aunque en su obra se aprecia un toque fantástico que lo puede aproximar a los absurdos kafkianos. Pero, ante todo, su única pretensión es ofrecer un relato de misterio para deleite del lector, cosa que consigue en esta obra junto con muchas otras cosas.
Leo Perutz es un escritor praguense, pero su formación es definitivamente vienesa. Cuando se traslada a Viena en 1899, empieza a absorber todo el impresionante mundo creativo que se ha forjado en esa ciudad, quizás el último gran bastión cultural de occidente. Junto a otros jóvenes entra a formar parte de un grupo que frecuenta el café Central que está cercano al café Griensteidl, centros culturales de la ciudad. Sobre esa vida de cafés vieneses escribió Jose María Valverde en su Viena fin de imperio: " Ciertamente, había peligro de creer que la literatura consistía en deslumbrar a los contertulios del café, y de hecho, en los cafés se daban por existentes, y aun por superados, movimientos que apenas habían empezado a existir. En aquel ambiente se lanzaban los descubrimientos: Nietzsche se ponía de moda, y cierta muchacha captaba el interés de las tertulias recitando de mesa en mesa páginas de Kierkegaard. Aquél fue el terreno de aprendizaje de las grandes glorias de las letras de entonces".
En esta época de entre guerras, Leo Perutz adquiere su fama con novelas como Mientras dan las nueve, El marqués de Bolívar, El maestro del juicio finalTurlupin, ejerciendo asimismo de periodista. Sus obras huyen de las vanguardias estéticas y se centran en un tipo de novela histórica con toques fantásticos. Pero la llegada de Hitler al poder lleva a Perutz a forzar su marcha a Israel, donde se instalará definitivamente. Allí no encuentra su espacio vital de creatividad y aunque seguirá publicando, su mundo de ayer, al que hacía referencia Zweig, ya no le pertenece y su fama decae injustamente hasta nuestros días.
Es por tanto de justicia hacernos eco de una obra tan interesante como El maestro del juicio final. La obra de Perutz está planteada como una novela de suspense que se adentra en el género policíaco, pero desbordándolo con sus elementos de fantástico misterio. Y aun así nada es lo que parece ¿o sí?. La explicación de los acontecimientos acaecidos tras unas misteriosas muertes nos llevan a plantearnos sobre la lógica fantástica de los hechos. Se trata de un ser que habla de un misterio con elementos paranormales para justificar su acción o ¿realmente son ciertos los hechos narrados?. Perutz juega hábilmente con los lectores resolviendo el misterio y entregándonos a nuevas dudas que obligan a releer los pasajes para intentar deshacer el ovillo. La acción de esta corta novela se va desarrollando de manera pausada y de la mano del narrador vamos acudiendo a los lugares que pretende mostrarnos hasta desembocar en el misterio fantástico de otros tiempos.
El maestro del juicio final está ambientada en la Viena de 1909 que tan bien conocía el autor. En ella se respira ese ambiente cultural donde los artistas son arrastrados misteriosamente hacia la muerte y en la que la música tiene un papel destacado. Se habla del vals como el ritmo de la vida y la muerte. Y se hace especial mención de una composición que inicia la novela y que ejerce, descrita por el narrador, de resumen de los hechos misteriosos a los que nos quiere llevar. Se trata del segundo movimiento del Trío en si mayor Op. 8 para piano, violín y violonchelo de Brahms: " Un scherzo, sí, ¡pero qué scherzo! Para comenzar, un aire de siniestra jovialidad, una alegría que le hiela a uno la sangre. Una risa fantasmagórica que atraviesa el aire como una exhalación, un frenesí carnavalesco, tétrico y salvaje conducido por personajes con patas de cabra: así es el comienzo, así empieza este extraño scherzo. Y de pronto, desde el fondo de esta bacanal de los infiernos, se libera y emerge destacándose por encima de todo una solitaria voz humana, el gemido de un alma turbada, la voz de un corazón atormentado por la angustia que levanta el vuelo y canta su canción, igual que un lamento.
Pero ahí está de nuevo la carcajada de Satán. Con gesto amenazador vuelve a entremezclarse con la melodía y la convierte en un montón de jirones. Otra vez surge la voz, débil y vacilante, y al recuperar su melodía se eleva hacia lo alto, como si quisiera con ello escapar a otro mundo.
La fuerza, sin embargo, está toda de la parte de los demonios. Ha comenzado el día, el último día, el día del Juicio Final. Satán triunfa sobre el alma del pecador y la voz se precipita con un terrible lamento desde las alturas y se hunde en la desesperación, entre las carcajadas de Judas."