domingo, 27 de septiembre de 2009

Frankenstein en Villa Diodati

Al inicio del verano de 1816 se reunieron en Villa Diodati (a orillas del lago Leman y cercana a Ginebra) la pareja formada por Mary Godwin y Percy Bysshe Shelley, el gran poeta Lord Byron, su compañera Claire Clairmont -medio hermana de Mary- y el médico personal de éste, John William Polidori. Allí nos legaron una instántanea legendaria para la historia de la literatura, puesto que empezó a gestarse una de las obras claves de la literatura fantástica: Frankenstein.
Nos cuenta Mary Shelley que "el verano resultó húmedo y riguroso y la incesante lluvia nos confinó a menudo durante días. En nuestras manos cayeron algunos volúmenes de relatos de fantasmas"; refiriéndose al libro de cuentos Fantasmagoriana, recopilación alemana de relatos fantasmales. Lord Byron propuso a cada uno escribir un cuento de fantasmas para amenizar los días lluviosos y éste fue el origen de dos de las obras que sí se concluyeron: el citado Frankenstein de Mary Shelley y El Vampiro de Polidori. Byron inició un relato, cuyo fragmento publicó junto al poema Mazeppa y Shelley no logró escribir nada interesante.
El relato de Polidori se publicó en 1819 y sus avispados editores lo atribuyeron a Lord Byron con la intención de convertirlo en un éxito. Este cuento se convirtió, sin pretenderlo, en una historia de gran influencia en la literatura fantástica, pues surgió con gran fuerza la figura del vampiro que tantas célebres historias ha dado después. Aunque el relato no tiene la calidad de sus más célebres sucesores, sienta las bases de la figura: lord Ruthven, un personaje frío y distante que ejerce un magnetismo especial sobre sus víctimas.

Por otro lado, apareció la novela de Frankenstein o el moderno Prometeo. Es importante resaltar el subtítulo, puesto que hace referencia al personaje mitológico griego que creó al ser humano moldeándolo con arcilla -como Víctor Frankenstein con su criatura- y porque Percy B. Shelley había escrito un drama titulado Prometeo liberado, donde se alude a la liberación del artista creador. La obra, que fue sugerida a partir de una conversación entre Shelley y Byron -Polidori según otras fuentes-, donde según Mary "discutieron diversas doctrinas filosóficas, entre otras la naturaleza del principio vital y la posibilidad de que se llegase a descubrir tal principio y conferirlo a la materia inerte", tuvo un desarrollo en su imaginación a través de noches de pesadilla. La novela, que debe mucho a las sugerencias de Percy B. Shelley, se acabó de redactar en los meses siguientes y se publicó a principios de 1818 con gran éxito. Había nacido un personaje mítico en la literatura.

Sobre la base de esta historia y los posteriores acontecimientos ocurridos a sus personajes, escribió y dirigio en 1987 el cineasta y escritor Gonzalo Suarez una maravillosa película titulada Remando al viento.
Gonzalo Suarez, un inclasificable director que suele nadar a contracorriente, consiguió hilvanar una historia de ficción con hechos reales. Supo engarzar la historia literaria del monstruo con los avatares de los personajes, creando una ficción histórica muy sugerente. Este autor, que siempre se ha distinguido por la creación de un lenguaje cinematográfico altamente literario, nos muestra en esta película unos diálogos de enorme calidad, a la altura de sus personajes y es que para Suarez el buen cine nace de la literatura. Quedan en la memoria películas como Epílogo o Don Juan en los infiernos.
La historia avanza entre un gran flash back de Mary navegando por el Ártico -como lo hace Víctor Frankenstein en la novela-, al compás de la creación de la obra. Así se van sucediendo una serie de muertes que Mary asocia a la génesis de su monstruo; la literatura entra en la vida real y la poderosa imaginación de la autora hace que su criatura se convierta en un reflejo oscuro del alma de aquellos a los que va anunciando su muerte a partir de sus propias frases. Mary acaba convencida de que la tragedia parte de ella y así se lo hace saber a Byron : "Ahora ya sé de qué materia está hecha mi criatura. Y también conozco el espíritu que la mueve. Soy yo" y más adelante a su creación: "Lo sé. Ellos creaban belleza, y alguién tenía que imaginar el horror".
Hay que reconocerle a Gonzalo Suárez la calidad de su proyecto, con ese extraordinario guión, con la admirable fotografía de su hermano Carlos que subraya las espléndidas localizaciones de Asturias, Ginebra, Venecia o Noruega y con el diseño de vestuario tan merecidamente premiado, debido a Ivonne Blake.
Mención aparte merece la elección musical de Alejandro Massó, basada en una serie de piezas clásicas de bella factura que se ensamblan admirablemente en la historia: Spohr, Mozart, Beethoven, Paganini, Tomaschek, Grieg -un Air precioso que nunca se menciona en las fichas- y, por supuesto, la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis de Ralph Vaughan Williams, que con su lirismo se encarga de subrayar algunas de las más bellas escenas y se convierte casi en el tema de la creación.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Antologías del fantástico

De la mano de Borges entré en el territorio de la fantasía por la puerta grande. Fue gracias a su Antología de la literatura fantástica -seleccionada junto a sus compañeros Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo-, que me mostró que otros caminos literarios eran posibles y me enseñó un espacio de gozo personal donde recrearme. Me sentí cómodo en el terreno fantástico e investigué.
Roger Caillois, Tzvetan Todorov o Italo Calvino -tres de los grandes especialistas sobre el género- distinguen entre fantástico y maravilloso. En lo maravilloso se acepta lo inverosímil y lo inexplicable; es decir, lo mágico se opone al mundo real, pero no destruye su coherencia. Desde esta perspectiva, los milenarios cuentos chinos o las fabulosas Mil y una noches pertenecen al género fantástico, como así se recoge en el libro de Borges y compañía; pero también podemos incluir toda la tradición de cuentos de hadas -con Andersen, Perrault y los Grimm a la cabeza-, gran parte del romanticismo fantástico alemán -Fouqué, Chamisso, Tieck, Eichendorff,..- o los famosos cuentos de hadas victorianos.
Mi propósito es hablar sobre la otra vertiente, el fantástico producido por una ruptura en el mundo real. Dentro de un mundo sólido aparece un hecho increíble que trastoca o desequilibra el orden; es una alteración que el lector acepta, como también lo hace con los seres extraños que surgen en un territorio próximo y familiar: vampiros y fantasmas. El terror y el miedo -"la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo de los miedos es el miedo a lo desconocido" en palabras de H. P. Lovecraft-, hacen su aparición como tema fundamental de los cuentos fantásticos.
Aunque la llamada literatura gótica se inicia a finales del XVIII y le da al género algunas de sus principales características, no es hasta la aparición de los relatos de Hoffman, a principios del XIX, que el fantástico emprende su largo camino que se irá desarrollando durante ése y el posterior siglo, dando lugar a géneros tan dispares como la ciencia ficción o la fantasía heroica.
En su larga evolución muchos autores han entrado de pasada, otros han deambulado con asiduidad y bastantes han permanecido fielmente en ese terreno. Mucha gente piensa en la literatura fantástica como un género menor, aunque muchos escritores "serios" han entrado en sus límites sin ningún prejuicio y otros, como Poe o Borges, han sido grandes gracias a su incursión plena.
A tenor de lo dicho, quisiera comentar algunas de las mejores antologías de cuentos fantásticos y de terror, puesto que el cuento es donde mejor se ha desarrollado el género y porque en el relato corto es donde más fácilmente podemos empezar a descubrir autores.
La Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy Casares y Ocampo es un referente ineludible, porque a través de pequeñas piezas da un repaso amplísimo. Como es de esperar en estos antologuistas, se recogen obras casi inéditas o de autores desconocidos junto a algunos clásicos permanentes, que lo son en gran medida gracias a su reivindicación. Destacaría el sorprendente Enoch Soames de Max Beerbohm que tuvo feliz continuidad hace unos años en uno de los Siete cuentos imposibles de Javier Argüello.
Roger Caillois ha sido uno de los grandes defensores del relato fantástico y en su célebre Antología del cuento fantástico -difícil de encontrar en el mercado- intentó una selección de gran amplitud geográfica -incluyendo incluso un relato haitiano escrito especialmente para el libro- que huyera de la clásica antología anglosajona. Nos permitió comprobar la calidad de otras literaturas europeas, además de los clásicos orientales.

La editorial Siruela,una de las pioneras en el género fantástico -con sus ya míticas colecciones de El ojo sin párpado y La biblioteca de Babel- propuso una de las grandes selecciones en Cuentos fantásticos del XIX, antologados por Italo Calvino. Los cuentos se centran en este siglo por ser el de la gran eclosión del fantástico y Europa su epicentro. La selección es desigual y aparece un predominio de británicos, franceses y norteamericanos -pues son los auténticos dominadores-, pero ya empezamos a descubrir a alguno de los grandes. Hay un relato de H. G. Wells que me hechiza -El país de los ciegos- y que muestra a un autor diferente de sus fantasías científicas.
Probablemente, sea la editorial Valdemar la que ha hecho más por el género fantástico y de terror en este país, dando a conocer a multitud de autores semiolvidados y elevando a la categoría de maestros a algunos otros, gracias a la publicación de obras descatalogadas en nuestro idioma.
Su antología Felices Pesadillas -continuada tras el éxito con Malos sueños- constituye la mejor y más amplia colección sobre relatos de terror y fantásticos que se haya publicado. La lista de autores es de primera magnitud y los cuentos escogidos no defraudan; encontramos a los grandes como Poe, Hoffman, Le Fanu, Bierce, Maupassant, Stevenson, M.R. James, Machen, Kipling y tantos otros, pero también hay felices descubrimientos. De lectura obligada.
Otra gran obra es Antología de cuentos de terror en tres volúmenes, seleccionada por uno de los grandes introductores del género en nuestro país: Rafael LLopis. La selección es amplia y a veces sorprendente -valiente por incluir varios autores españoles-, un referente para muchas generaciones.
Existe una obra publicada hace más de cuarenta años y en diez volúmenes de más de cuatrocientas páginas cada uno, titulada Narraciones terroríficas de la editorial Acervo. Podría decirse que es una antología de referencia, porque allí está casi todo -con muchas sorpresas también-, pero sus casi cinco mil páginas exceden el propósito de una antología. De todas maneras, los buenos catadores del género deben buscarla en librerías de viejo o mercadillos.
Algunas colecciones de cuentos abordan una temática concreta y las publicadas por Valdemar y Siruela son especialmente recomendables: El vampiro -la mejor colección de cuentos vampíricos, todo un subgénero-, Alter ego -el misterioso tema del doble-, Mares tenebrosos -terror en el mar-, Antología española de la literatura fantástica -la más completa recopilación de autores españoles-, Mitos básicos del cine de terror -traslación de algunos relatos al cine- o El horror según Lovecraft -antología de cuentos sobre las preferencias de este autor, basándose en su clásico ensayo El horror en la literatura-. Existen muchas más, pero estas son para mí las mejores.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Una mirada a la infancia

El mundo de la infancia en el cine ha sido tratado casi siempre desde una mirada adulta, aún en aquellas transcripciones fílmicas de obras que habían sido compuestas con la verdadera ternura del recuerdo de tiempos pretéritos o con las ensoñaciones de aventuras deseadas. Muy a menudo la infancia es en el cine una sucesión de recuerdos que marcan la vida del protagonista, pero siempre con una consciencia tan desarrollada que uno piensa que estamos volviendo a creer que los niños, como sucedía no hace más de dos siglos, son adultos pequeños. No existe un verdadero interés por entender su mundo, porque se ve como un período pasajero en el camino hacia el auténtico y necesario estado de la persona: la edad adulta.
Existen dos películas, dos auténticas obras maestras que nunca dejo de recomendar, que sí entraron de lleno a describir las sensaciones de la infancia y que además contienen otros elementos que hacen de ellas dos joyas del séptimo arte:

La noche del cazador (The night of the hunter, 1955) fue la única película que dirigió el gran actor Charles Laughton. Es un film que se presenta como un cuento infantil terrorífico donde el espectador entra en un sueño mágico. Somos invitados a este espectáculo onírico a través de una tierna canción de infancia que habla de sueños.
En esta obra hay dos niños -hermano y hermana, como en la gran tradición de los cuentos clásicos- que se encuentran en un mundo hostil debido a la falta de una figura paterna que se ve suplantada por un supuesto predicador -el ogro, padrastro en este caso- quien, tras matar a la madre, los persigue por territorios de nocturna fantasía -la noche, el bosque y el río como espacios de terror en la infancia- hasta la llegada a la casa de una acogedora anciana -el hada protectora- que los cobija y salva.
Todo en esta película funciona a la perfección. Robert Mitchum como predicador nunca estuvo mejor y sus manos tatuadas con el love y hate han pasado a ser un icono cinematográfico. Lilliam Gish es la tierna abuela que recoge en sus faldas a los desprotegidos niños, pero confiada de su fortaleza :"-El viento sopla y la lluvia es fría. Los niños son firmes. Saben aguantar". La fotografía de Stanley Cortez, acompañada por la misteriosa música de Walter Schuman, son de un nivel extraordinario; impresiona la figura recortada del predicador cantando una canción que anuncia su llegada, mientras los niños observan agazapados desde un granero.
La película no tuvo mucho éxito en su estreno, e incluso ahora muchos no la conocen, pero aquellos que hemos podido disfrutar de ella sabemos que es irrepetible e imperecedera.


Matar un ruiseñor (To kill a mockinbird, 1962) es una película de Robert Mulligan basada en la novela autobiográfica de Harper Lee, tan apreciada en EEUU. La película se presenta como la recreación de unos hechos acontecidos en un pueblo americano, relatados por la niña protagonista, que se convertiran en esenciales para su formación.
Desde los iniciales títulos de crédito, acompañados por una hermosa banda sonora de Elmer Bernstein -autor de partituras tan populares como Los siete magníficos, La gran evasión o Los diez mandamientos-, sabemos que el director nos quiere mostrar la historia desde el recuerdo de una visión de infancia.
El argumento gira en torno a un juicio, donde el padre de la protagonista es el abogado defensor de un negro acusado falsamente de violación; pero sobre todo hay una historia de conocimiento e iniciación que recrea con mucho respeto el punto de vista de unos niños. Los dos hermanos descubren con sus juegos el mundo hostil de los adultos; sus ojos nos enseñan la historia del juicio, pero también la admiración por su padre -soberbio Gregory Peck- o los terrores nocturnos a lo desconocido, demostrando que la infancia no es un período tan dulce.
El director mima todos los detalles: la ambientación, los objetos, los planos, las miradas nos muestran mucho más de lo que percibimos a simple vista. Hay secuencias, como las de los niños jugando a acercarse a la misteriosa casa del vecino, o la pelea en el bosque que entran dentro del imaginario terrorífico de la infancia.


domingo, 6 de septiembre de 2009

TUSITALA


Para iniciar esta andadura y empezar a dar significado a este blog pensé que lo mejor era ofrecer un sentido homenaje al que es para mí el gran narrador de historias: Robert Louis Stevenson.
Muchos lo han glosado con pasión, y entre ellos me permito recomendar la serie de artículos que le fue dedicando un gran amante de las buenas historias como Fernando Savater, que reunió junto con otras muchas aventuras en Misterios, emoción y riesgo.
Tusitala (narrador de historias), que era como le conocían los indígenas en Samoa -el lugar donde quiso residir finalmente con su familia y allí donde le sorprendió la muerte- es una palabra que emana el encanto de lo desconocido. El término sirve para describir aquella persona que es capaz de hilvanar historias, recogiendo y expresando los sueños de los demás. El cuentacuentos se reafirma allí también como una figura esencial.
No sabría decir si lo que me gusta de Stevenson son sus historias, la creación de sus personajes o sencillamente el placer de leer en constante felicidad. Sus relatos son sencillos, pero apasionantes a la vez, quizás por estar escritos con las palabras justas y por eso resisten los análisis más técnicos. Recomiendo sus aventureras novelas: La isla del tesoro, La flecha negra o El barón de Ballantree, pero también sus espléndidos relatos como El extraño caso del doctor Jeckyll y Mr. Hyde, Noches en la isla, Las nuevas noches árabes y tantos otros.
Murió joven, pero dejó abundante obra para ir redescubriendo (se hace necesario revisar sus ensayos). Su vida, incluida una hermosa historia de amor con una mujer casada y con hijos, llamada Fanny, tiene un aire novelesco hasta el final. Sus contemporáneos y colegas de profesión lo admiraron por su maestría narrativa e incluso por saber dar a su vida es hálito aventurero que rezuma en sus novelas.
Hoy en día se habla de él como el gran autor de la literatura "juvenil" (será porque se mira a La isla del tesoro como una historia de iniciación y amistad), pero yo prefiero verlo sencillamente como un gran autor, como el gran narrador que fue y como un escritor capaz de superar los clichés de la edades.
Stevenson fue un auténtico "Tusitala". Los indígenas que convivieron cerca de él, en su casa de Vailima, lo supieron siempre y por eso le rindieron el mejor homenaje posible. Sabían que su deseo era ser enterrado en lo alto del monte Vaea, de difícil acceso, y se encargaron de abrir un camino hacia la cumbre durante la noche con sus machetes para poder transportar su cadáver. "Tusitala" era sagrado para ellos y enterrarlo allí fue su gran honor. La historia de su entierro está narrada con gran emotividad por su hijastro Lloyd Osbourne en Un retrato íntimo de Robert Louis Stevenson (el mismo a quien dedicó su famosa obra La isla del tesoro). Años más tarde, la hija de Fanny enterró a su madre junto al cuerpo de su fiel compañero.